jueves 18, abril 2024
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La luz en la ventana

Nota del autor: Hace algo más de treinta años, regresando de un corto viaje al exterior supe que había muerto don Fernando Coto Albán, Presidente de la Corte Suprema de Justicia: un juez que en vida había ganado mi admiración y mi respeto. Entonces escribí lo que sigue, que se publicó en algún diario.
Poco tiempo después de instalada la Corte Suprema de Justicia en su actual edificio, la gente empezó a notar que  todas las noches, incluso sábados y domingos, a veces hasta altas horas, una ventana del hermoso palacio, en uno de los pisos superiores, permanecía iluminada. Sin que pasara mucho tiempo todo el mundo, y en particular el mundo de los jueces y los abogados, llegó a saber la causa de aquello:  era la ventana del juez don Fernando Coto Albán, quien trabajaba entre sus libros, códigos y expedientes sin límite de tiempo, conforme con un hábito adquirido y sostenido desde los días en que ocupaba el Juzgado Penal de Limón; durante los largos años en que fue el Juez Primero Civil de San José; durante el tiempo que tenía de ser Magistrado de la Corte.
Don Fernando elaboraba minuciosamente sus juicios, investigaba con sumo cuidado cada hecho, cada detalle, profundizando hasta límites obsesivos el análisis de la prueba. E igual pasión ponía en el estudio de la doctrina y la jurisprudencia;  y como cada progreso de sus conocimientos le iba mostrando nuevos campos de estudio, con el paso de los años sus lecturas se ampliaban en todas direcciones, en un esfuerzo sostenido por lograr no sólo el conocimiento de las nuevas doctrinas, sino además su adecuación y encuadramiento en los marcos de nuestro derecho positivo. Por eso aquella ventana permanecía iluminada hasta las altas horas, sin perdonar feriados ni domingos; aunque las agotadoras jornadas no bastaban para aplacar la  sed de saber y de justicia de aquel juez.
 
Porque don Fernando Coto padeció con gran intensidad la pasión por la Justicia. No era simplemente un docto o un erudito: era un justo.  Y aquella pasión justiciera, áspera en la juventud, fue perdiendo la dureza, aunque no la firmeza, en los  años de la vejez.  Y junto a su sentido de independencia, que lo acompañó siempre, la madurez fue revelando una cada vez más clara vocación democrática y garantista presente en los fallos y los votos salvados de su última época.
 
Así fue que con el paso de los años aquella luz en la ventana fue asumiendo para muchos el valor de un símbolo: era el signo de la justa Justicia que velaba el sueño de los hombres, costarricenses o no, ricos o pobres, acogidos bajo su protección.  Y durante los peores meses de la crisis judicial era consolador, al pasar frente a la mole negra del palacio, divisar en lo alto la ventana iluminada, como un potente faro que nos mostraba el camino.
 
Hoy que don Fernando Coto Albán ha muerto, hemos sentido el temor de que, al pasar por allí, no encontremos ya su luz, como un signo de que, al morir él, se fue de aquel palacio la pasión por la Justicia, por la independencia de los jueces, por la democracia.  ¿Estarán los jueces actuales dispuestos a dejarse abrasar por aquella rara pasión de Justicia? ¿Cuáles de ellos llevarán de nuevo aquella luz a la ventana?  El País no puede subsistir si no tiene jueces como éste que ahora nos ha dejado. Digamos entonces una oración por él, y también por nosotros.
 
(*) Walter Antillon Montealegre es Abogado y Catedrático Emérito de la Universidad de Costa Rica.
Naranjo, diciembre de 2020.

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1 COMENTARIO

  1. Gracias don Walter, usted es una de esas luces encendidas dándonos luz y esperanza.
    Una Costa Rica más justa sigue siendo el sueño de muchos de nosotros.

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