martes 16, abril 2024
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El avance imparable del post fascismo

En la democracia moderna, hecha a imagen y semejanza del entretenimiento de masas, en la que la profundidad ideológica se ha cambiado por minutos en televisión, “likes” en redes sociales y que funciona merced a las más oscuras estrategias de “marketing”, , se ha diluido la verdadera posibilidad de que una ciudadanía, realmente informada, delegue su sagrada soberanía por medio de las urnas, en representantes cualificados que defiendan sus intereses.

Los políticos, de uno u otro lado del devaluado espectro ideológico y de fuerzas tradicionales y emergentes, son poco más que “influencers”, más preocupados por salir bien en la foto o dilapidar su responsabilidad en iniciativas desconectadas de la calle, que por cumplir con su tarea de llevar a las instituciones los problemas, inquietudes, esperanzas y anhelos de sus votantes.

Este complejo panorama, epítome del triunfo de la post verdad, de las teorías de la conspiración y de los bulos, por sobre la ciencia, la lógica, la razón y el sentido común representa una victoria incontestable para quienes siempre han pretendido manejar a las masas mediante la manipulación, la enajenación y la alienación.

Desde la derrota del fascismo, luego de la Segunda Guerra Mundial, parecía que aquel cáncer había sido extirpado de las sociedades humanas, a pesar de su vigencia en los denominados regímenes de “seguridad nacional”, patrocinados por los Estados Unidos, en el período de la Guerra Fría, especialmente en América Latina y otros puntos del mal llamado “Tercer Mundo”.

Sin embargo, el extremismo excluyente de derecha supo encubrirse y, después de la caída del Muro de Berlín, normalizó su discurso inhumano de intolerancia, de modo que fue ganando terreno furtivamente, no sólo en los países dependientes, sino en el mismo mundo desarrollado, hasta que, ahora que el debate político se ha vaciado de ideas y de que la uniformidad neoliberal ha desechado las ideologías, por fin enseña su rostro, convertido en un fascismo de nuevo cuño o post fascismo, que utiliza las herramientas democráticas para instalarse en el poder y, desde ahí, desmontar el Estado democrático de derecho y sus instituciones más básicas.

El huracán Trump, fue seguido por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, así como del ascenso de líderes populistas en países como Polonia o Hungría.  Pronto, siempre ávidos de la imitación, en América Latina también alcanzaron el poder, por medios democráticos, Bolsonaro, en Brasil, o Bukele, en El Salvador.  Incluso, Costa Rica, país con más larga tradición de elecciones libres en la región, estuvo a punto de ser gobernada por un predicador fundamentalista cristiano.

¿Cuál es el denominador común de estos liderazgos?  En primera instancia, que son “outsiders”, que llegan a la política de otros ámbitos, con la promesa difusa de luchar contra un maniqueo concepto de  “corrupción generalizada”, con el fin de imponer el orden, por la fuerza si es necesario, de la mano con los valores tradicionales de religión, familia y vida.  Una vez controlan las instituciones, asumen un caudillismo mesiánico que divide a la sociedad en “buenos” y “malos”, por lo que promueven concentrar todo el poder en sus propias manos, para lo cual no dudan en desmontar la división de poderes que, desde la época de Jefferson y Montesquieu, ha sido parte sustancial de la definición de democracia, junto a las elecciones libres.

En este sentido, utilizan sus mayorías electorales para aplastar a la oposición, haciendo caso omiso de que, en realidad, la democracia no sólo se sustenta en la voluntad mayoritaria, sino en el respeto irrestricto de los intereses, derechos y libertades de todas las minorías.

Los pasos del post fascismo para hacerse con el control total son de manual:  Definición de adversarios internos, los “otros”, en razón de ideología, etnia, religión o cualquier otra consideración, que son enemigos de la sociedad; gobierno a golpe de publicaciones viscerales en redes sociales, menospreciando los canales formales de comunicación institucional; hostigamiento a los periodistas y medios críticos con el líder supremo; convocatoria anticipada de comicios, para ganar mayorías aplastantes que permitan hacer caso omiso de la división de poderes; destitución de cualquier autoridad que, desde uno u otro estamento de la República, pueda alzar la voz contra la homogeneización ideológica de un Estado sin pesos ni contrapesos; y, finalmente, la modificación de las leyes o de la constitución, para que el “hombre fuerte” pueda perpetuar su régimen.

Lo más grave es que, en su mayoría, todas estas acciones se realizan con el aval de las urnas, ya que la ciudadanía, reducida a comparsa del caudillo, prefiere que la administren con mano dura, como si de infantes se tratase, antes de asumir la responsabilidad individual y colectiva de involucrarse en corregir los problemas que afectan a las sociedades.

De este modo, los defensores del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, subrayan que sus decisiones han sido democráticas y legales, porque los demás poderes del Estado estaban “corruptos”, olvidando aquella máxima de que el poder corrompe; pero, que el poder absoluto, corrompe absolutamente.  Además, omiten la parte en la cual el mandatario salvadoreño hizo interpretaciones muy adecuadas a sus intereses de la Constitución y de las leyes y que, por ende, ya esa nación centroamericana no tiene mecanismos para evitar los abusos de autoridad, por parte de un Poder Ejecutivo que controla el Legislativo y, ahora también, el Judicial.

Algo similar sucede con la aplastante victoria en las urnas, el pasado 4 de mayo, de la derecha y de la ultra derecha en la Comunidad Autónoma de Madrid, España.  El hecho de que un gobierno tenga el aval de las urnas, merced a mercadear habilidosamente una falsa dicotomía entre socialismo y libertad, prostituyendo el concepto de la segunda para que signifique, exclusivamente, el derecho de saltarse las normas de confinamiento por el COVID-19, para tomarse unas cervezas con los amigos o para ir a una corrida de toros, implica que los mecanismos más perversos de manipulación le han funcionado a un Partido Popular que, ahora, queda a merced de la necesidad del apoyo parlamentario de los fascistas de Vox, para poder gobernar.  De todos modos, en el mundo entero, las distancias entre el centro derecha y la derecha extrema se acortan día con día y, con la notoria excepción de Alemania (donde el recuerdo del nazismo aún resulta muy pesado), los otrora demócrata cristianos, social cristianos y liberales están en la mejor disposición de entregarse a la extrema derecha, a cambio de sostener el modelo neoliberal en el ámbito económico.

La responsabilidad de este auge del post fascismo, no sólo hay que buscarlo en el discurso único que imperó desde la caída del socialismo marxista en Europa del este y que proclamó “el fin de la historia” y el triunfo definitivo del capitalismo.  Precisamente, para combatir al extremismo reaccionario, es momento de la auto crítica en la izquierda, que se refugió, por demasiados años, en los claustros universitarios, en los institutos de investigación social y en los debates teóricos, lo que implicó ceder su espacio, entre las clases más golpeadas por el neoliberalismo, — sobre todo en zonas urbano marginales, rurales y costeras —, a entidades que, como las iglesias fundamentalistas, hipnotizaron a la gente con interpretaciones dogmáticas de los preceptos bíblicos, mientras se convertían en sustituto del Estado, en franca retirada por causa de las medidas de ajuste estructural, en los ámbitos de la asistencia social,, la socialización y la educación.

Las clases explotadas sin consciencia de clase, son tierra fértil para los discursos fáciles del odio, del patriotismo, de la seguridad y el orden, del rescate de los “valores morales”, de la idealización del pasado y del caudillismo mesiánico.  Estos sectores sociales, por mucho tiempo, quedaron a su propia suerte, debido a ese trauma existencial que sufrió la izquierda, cuando falsos conceptos como la dictadura del proletariado, la economía planificada, la propiedad estatal de los medios de producción o el igualitarismo demostraron ser un desastre y una distopía autoritaria.

Ahora bien, el post fascismo mundial sufrió una grave derrota en los Estados Unidos de América, con la victoria del actual presidente Joe Biden.  ¿Tendrá este hecho repercusión global o será un paréntesis en el auge extremista del post fascismo?  Espero que, sinceramente, sea el cambio que necesita el péndulo de la historia, para que después de haberse escorado demasiado hacia la derecha, ahora regrese a la moderación, al centro y, eventualmente, a la izquierda humanista, democrática y libertaria, que es la única corriente ideológica capaz de promover la transición desde el agotado régimen liberal burgués y representativo, hacia una democracia social, más deliberativa, participativa, transparente y directa.  Pero, para que esto sea viable, los grupos políticos progresistas, humanistas, feministas y ecologistas deben volver a conectar con la calle, con la gente de los barrios humildes, y retomar ese rol de promotores de espacios de encuentro donde las personas puedan adquirir una visión crítica de la realidad, amparada en el desarrollo de la ciencia, la lógica y la razón.

(*) Manuel D. Arias Monge es Comunicador Social

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2 COMENTARIOS

  1. Le faltó mencionar el enorme papel q juega, en este peligroso auge, el gran manipulador d opiniones d nuestros tiempos: la desinformación personalizada q nos regalan las redes sociales a cambio d enriquecerse con nuestros «datos».
    En mi opinión la actual pandemia ha demostrado q, en general, la inmensa mayoria de los Medios de Comunicación de siempre ( TV, prensa, etc.. ) han repetido hasta la estupidificación global los mantras q Googlelandia, y demás dueños de la (des)información global online, han dictado.
    Sinceramente, ó despertamos y levantamos la voz contra esta censura global a la inteligencia, ó pronto habrá Trumps, Bolsonaros, Johnsons y Mussolinis por doquier..

  2. Cierto, la desconexion con los sectores populares ha pasado la factura. Un espacio copado por el neofundamentslismo evangélico, aliado estratégico de la derecha neoliberal, de norte (Trump) a sur (Bolsonaro). No hay que olvidar que el voto evangélico contribuyo con el triunfo de Hitler en Alemania. Solo una minoria ptofetica, la Iglesia Confesante donde milito el destacado martir del antifascismo, Dietrich Bonhoeffer, lo adverso.

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