sábado 20, abril 2024
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Olmecas y Pueblos Amazónicos en París

Afortunados aquellos cuyos pasos se han encaminado este verano por las calles parisinas que conducen al Museo Du Quai Branly, en donde los esperaba una extraordinaria muestra de esculturas Olmecas, igualmente suertudos los que han visitado el Museo de la Filarmónica de París en donde se instaló Amazonia, una exposición con 400 fotografías del brasileño Sebastián Salgado.

Estas dos muestras artísticas, provenientes de México y Brasil, ofrecen al visitante una experiencia estética de tal intensidad y belleza que cada obra contrasta con la fealdad del mundo de cemento en el que vive la mayoría de la gente. El silencio que se desprende de las esculturas olmecas, la belleza vegetal y humana captada por el lente de Salgado, los arreglos musicales y los cantos de los pueblos amazónicos que acompañan al visitante por el recorrido, son un suave pero intenso eco de mundos desaparecidos o a punto de desaparecer.

La aparición de la civilización olmeca se remonta a 1500 a.C y su desaparición al inicio de la era cristiana. Sin embargo, dado su riqueza cultural y el embudo que constituye el Golfo de México este lugar ha sido un sitio de intercambio y mestizaje en donde la influencia olmeca pervive alrededor de tres milenios. Las fotos de Amazonia traen la voz de diez de los 188 grupos amazónicos (Marubo, Yanomami, Yawanawa, Kuikuro, Kamayura, Ashaninka, Xingu, Suruwaha, Zo’é, Awa-guaja) que existen actualmente y que hablan 150 lenguas diferentes. La amazonia brasileña cuenta hoy con 370.000 habitantes indígenas. Hay que recordar que estos pueblos son asediados y amenazados permanentemente por agricultores, mineros y otros buscadores de oro.

Familia Yawanawa.

La memoria de la humanidad

Entrar en contacto con los Olmecas y los pueblos amazónicos, así sea por medio de su música y leyendas, de fotos y esculturas, es sin duda una gran suerte para nosotros. Estas civilizaciones son la memoria viva de la humanidad. Máxime, en la coyuntura actual de desórdenes climáticos, incendios forestales, tsunamis, inundaciones y negras perspectivas, sus hallazgos, que les han permitido sobrevivir durante milenios y capear múltiples crisis, nos obligan a ser humildes e interrogarnos sobre nuestra predadora y vulnerable modernidad; además esta memoria viva nos abre el camino de la imaginación y la innovación tan necesarias si queremos evitar nuestra extinción como especie. La imaginación es hija de la memoria, sin memoria caminamos a tumbos por un despeñadero.

No es fortuito que la exposición fotográfica Amazonia se presente simultáneamente en cinco capitales (París, Londres, Roma, Sao Paulo, Rio de Janeiro). Es un clamor de alarma. Es urgente cambiar de rumbo, concientizar a la ciudadanía para ponerle freno a la codicia de los agroindustriales, de los ganaderos de la crianza intensiva, de los empresarios madereros, y demás buscadores de oro. Si el ritmo actual de la tala de árboles se mantiene, en algunas décadas el bosque primario desaparecerá. Así ocurrió en India, Estados Unidos y Australia.

La muestra fotográfica Amazonia, por medio de videos, da voz a los indígenas que cuentan su actualidad y que alertan sobre la transformación amenazante de su entorno, sobre todo tras la llegada de Bolsonaro a la presidencia de Brasil. Durante mi visita por la exposición Los Olmecas, pude presenciar una performance en la que dos jóvenes mexicanas llamaban la atención del público sobre la ausencia de respuesta por parte de las autoridades consulares francesas a una solicitud de visados presentada por una delegación de ciento sesenta nacionales de México, principalmente de comunidades de pueblos indígenas autóctonos zapatistas de Chiapas. “Lamentablemente sigue siendo más fácil desplazar desde México 25 toneladas de piedra para una exposición que permitir el encuentro entre los pueblos” se quejaba una de las jóvenes, quien fue expulsada por el servicio de seguridad del museo. “Vengo todos los días aquí, me dijo sonriente, después de todo, los olmecas son mis hermanos en el otro mundo y los indígenas de Chiapas mis cuates en este, cada uno tiene que hacer su parte”. El indio siempre es admirado cuando está momificado en un museo, triste que sea despreciado cuando es nuestro contemporáneo.

Tristes Trópicos (de cemento)

En 1955, al ver la destrucción de los bosques y las rápidas metamorfosis urbanas en América latina, el antropólogo francés Claude Levi-Strauss observa que el continente se transforma sin desarrollarse y que las ciudades latinoamericanas pasan de la infancia a la vejez sin haber pasado por la madurez. Es así que, desde su comienzo, las repúblicas independientes copiaron modelos foráneos de desarrollo y el desprecio de las culturas autóctonas se convirtió en elemento constitutivo de la identidad. Este proceso pervive, la idea errónea que lo anima es que el progreso se mide en toneladas de cemento, toneladas de cereales y minerales exportados, en kilómetros de carretera asfaltada. Con 2 millones de kilómetros de carreteras asfaltadas, Brasil ocupa el cuarto lugar en el mundo.

“El pensamiento salvaje”

La vida de los bosques y la de los indígenas están estrechamente vinculadas. Los indígenas son los guardianes de la selva, su desaparición o asimilación a la cultura urbana acarrearía la desaparición del bosque, el cual sería convertido en haciendas y barriadas miserables. Con los indígenas desaparecería también lo que Levi-Strauss llama “el pensamiento salvaje”, aquel cuya lógica no está supeditada a un imperativo de rentabilidad. Es la lógica de la rentabilidad a ultranza que destruye el planeta, advertía el Club de Roma en 1972, al alertar sobre los límites del crecimiento y el certero colapso si no se cambiaba el rumbo. Hoy estamos viviendo la prospectiva anunciada en 1972.

La contemplación de las esculturas olmecas y de las fotos de Sebastián Salgado en una coyuntura de pandemia y mientras las llamas arrasan kilómetros de bosques (la Nasa contabilizó 180 000 incendios en el corriente del mes de agosto) nos lleva a preguntarnos una vez más por qué no somos capaces de sacar las lecciones del pasado y de aprender de los pueblos que han logrado sobrevivir sin dañar la naturaleza. Hoy nuestra casa está en llamas y seguimos dormidos camino al patíbulo.  Es urgente liberarnos de “la jaula de acero”, de la que hablaba el sociólogo Max Weber, y que nos impone la vida como negocio; necesitamos también aprender del “pensamiento salvaje”.

(*) Enrique Uribe Carreño es profesor en la Universidad de Estrasburgo

 

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1 COMENTARIO

  1. SUPER votre article Enrique, cela donne envie de voir toutes ces belles choses.
    Je suis loin, au Portugal, et je vous envois mes meilleus souvenirs.

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