jueves 25, abril 2024
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Los deberes morales de una potencia derrotada

I. Deberes morales

Los Estados Unidos no debe abandonar a los afganos que le sirvieron durante 20 años de ocupación; tampoco debe ignorar a los miles de ciudadanos, sobre todo a las mujeres, que le han pedido refugio porque temen por sus vidas o por sus libertades. La superpotencia americana tiene el deber moral de acogerlos en su territorio, de otorgarles asilo, y de guiarlos para que sean personas prósperas y de bien en esta geografía americana. Abandonarlos ahora sería un crimen moral que no se podría olvidar o perdonar. Pero eso no es todo. El gobierno estadounidense debe abrir todos los canales diplomáticos con los talibanes para influir en favor de los derechos humanos de quienes tengan que quedarse en este montañoso país de 38 millones de habitantes y de 652.000 kilómetros cuadrados. El imperio debe tomarles la palabra en cuanto que habrá una amnistía general y nueva política sin venganzas ni esclavitud que afecte a las mujeres. De ahí que urja una activa diplomacia de la superpotencia en favor de los derechos humanos frente a unos talibanes que quizá no sean los mismos de ayer. Lo  dicho es el primer deber moral  de los Estados Unidos con Afganistán. 

El otro gran deber moral es el doméstico. El Pentágono y la clase política en Washington le deben al pueblo explicaciones y la obligación de sentar responsabilidades frente a este desastre político y militar del que todavía desconocemos sus intimidades. Esta guerra de 2 décadas costó por lo menos 2.6 trillones de dólares, o sea, $300 millones cada día durante 20 años, y se llevó la vida de 2,448 soldados estadounidenses; 3,846 contratistas estadounidenses; 66,000 militares y policías afganos; 1,144 militares de la OTAN; 47, 245 civiles afganos y la de 51.000 talibanes. Todos los datos son del Pentágono. ¿Quién responde, entonces, a todo esto? ¿Quién en Washington? Mientras quienes vivimos en los Estados Unidos raspamos la olla para poder luchar contra la pobreza, contra la mala infraestructura, contra el racismo, la falta de cobertura médica universal, el deterioro del ambiente y una creciente inflación, la verdad de lo ocurrido y sus pormenores tardará en salir a luz. 

Existe en los Estados Unidos una mancuerna inmoral y asesina que es la connivencia entre los políticos y el complejo militar industrial. ¿Acaso de verdad, en lo profundo, la invasión de Afganistán e Irak, y las potentes campañas militares en Libia y Siria, ejecutadas por el imperio y sus subordinados de la OTAN, fueron pura filantropía por la libertad y la democracia? El lector avezado sabe que el tango no es así, entiende que este baile tiene relación con la hegemonía geopolítica que disputan las potencias y la apropiación de recursos naturales fundamentales para el comercio global. Sin embargo, hay algo mucho peor: la guerra es un lucrativo negocio que influyó en la ocupación aliada de Afganistán,  un objeto de “libre” mercado, que se hace en los bancos, en las sedes de gobierno y que también, cuando lo requiere, recurre al secretismo y a la clandestinidad como lo hacen los capos del narcotráfico. Esta desgracia tiene nombre y apellidos: Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon and General Dynamics. Sus ventas sumaron 248 billones de dólares en el 2018.  Hay un régimen que también disfruta de estas ventas, no pocas veces con el beneplácito de la gran oligarquía global y sus democracias, un reino que es irresponsable con los derechos humanos y que degrada a las mujeres: se llama Arabia Saudita y el mundo no chilla. ¿Hipocresía a granel? Salta a la vista. Estas guerras no son nuestras.

  1. Epílogo 

La democracia es una buena idea, excelente en el papel, pero no todos los pueblos del mundo están maduros para ella, ni la necesitan, ni debe imponerse. Queda claro ahora que el Occidente cristiano -con sus ideales socialistas y liberales- no es una herencia universal o de todos los pueblos.  

Uno se alarma al notar la victoria militar de las fuerzas del Talibán por su pésimo prontuario en derechos humanos pero, por otra parte, un océano de familias estadounidenses celebra que sus hijos e hijas hayan salido de la “caldera del diablo”. En gran medida eso es así porque Estados Unidos invadió el país equivocado y, por otra parte, porque el Pentágono sucumbió a la incapacidad, la mentira y a la propia corrupción del régimen títere, como lo han señalado documentos filtrados a prestigiosos medios de prensa estadounidenses. 

El destino de Afganistán lo definirán los propios afganos, desde dentro, sin intervención extranjera.  Trump y Biden lo pensaron bien porque todo el Pentágono se los advirtió tarde: la guerra era imposible de ganar. Lo que sorprendió a Biden fue la velocidad del colapso en Kabul, inconveniencia que lo deja severamente mal parado, porque los imperios deben retirarse del campo de batalla con honor y no a empujones. Igual la decisión de Biden merece ser apoyada. En un pueblo tan “ganador” como el estadounidense la caótica retirada sabe amarga, es humillante, pero, en otro sentido, dejar la guerra atrás termina con un mortal sin sentido.

En medio de tanto drama inútil, no se quiso admitir que las tropas afganas fueran incapaces de sentir la ocupación extranjera como propia, con un intrínseco valor patriótico y de identidad; fueron soldados contratados por un sueldo, entrenamiento, y nada más. Sus 300,000 efectivos armados no sintieron ningún deber de lealtad con los estadounidenses y los europeos, ni se dolieron por la caída de un gobierno débil que se desplomó como un castillo de naipes al besarse con el primer aire suave. 

Creo que el planeta necesita de una tregua, de una larga pausa.  Convendrá mejor a las personas del mundo y, en particular, a los ciudadanos estadounidenses, que el imperio  ponga fin a su aventurismo militar  y se dedicara exclusivamente a la solución pacífica y diplomática de los conflictos, así como a la cooperación humanitaria. Habría que aceptar que cada país solucione sus propios problemas políticos. Al final, sí, es triste reconocer que es borrosa la humanidad de lo humano, que no somos una gran familia global, y que los grandes ideales de fraternidad no son una bendición genética.

(*) Allen Pérez es Abogado

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4 COMENTARIOS

  1. No se han cumplido 7 meses de la llegada de Biden y los miembros radicales del partido democrata al poder logrando : Perder Afganistan,cancelar el oleoducto Keystone y elevar el precio del petroleo,crear inflacion con la emision de dinero,crimen en en la mayores ciudades dirigidas por democratas,desempleo,rechazo a la vacunacion,continuacion de la epidemia,autorizacion para el gasoducto de Rusia a Alemania,la caida de Cuomo,y pronto la del gobernador californiano,pretendiendo pasar nuevas prerogativas para inundar el pais con mas de 3.5 trillones para elevar tasas de interes ,inflacion y perdida del valor de la moneda.Locuritas de Nancy y Schumer.
    La paliza que van a dar los republicanos en las proximas elecciones sera epica.
    Y eso que no comentamos de Kamala y el desastre en la frontera sur y el problema migratorio.No falta quien pida la llegada de cientos de miles de afganos musulmanes. Ojala te los envien a Boston.
    Ya el pueblo pide el regreso de Trump !

  2. No creo que DT, vaya a solucionar nada, es un sistema en decadencia, un imperio basado en la cultura del consumo y el consumo de la droga. Las guerras ideológicas como la de Vietnam y la religiosa como la de Afghanistan son imposibles de ganar, porque no se ha inventado la bala que pueda matar un ideal. Los generales del pentágono tienen que volver a leer el libro El Arte de la Guerra, de Sun Zu.

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