Panamá, 29 ago (Prensa Latina) Entre estrechas calles, rodeadas o salpicadas por el agua y la brisa del océano Pacífico, irrumpe San Felipe, el segundo centro urbano más antiguo de Panamá.
Vetustas iglesias, plazas, pequeñas tiendas de artesanías y souvenirs, inmuebles gubernamentales, restaurantes, bares y cafés integran el entorno de esta barriada, donde el visitante encuentra emblemáticos espacios como la Plaza de los Próceres o la sede del Congreso Anfictiónico, convocado en 1826 por El Libertador, Simón Bolívar.
Fundado el 21 de enero de 1673, dos años después del saqueo del asentamiento original de Panamá Viejo por el pirata inglés Henry Morgan, el Casco Antiguo no solo ofrece los aires coloniales de la urbe capitalina, sino que resulta un testigo fiel de tradición, historia y leyendas.
Resguarda al Palacio Municipal, donde se proclamó la independencia de Panamá de la colonia española (1821) y la separación de la gran Colombia (1903), entre otros inmuebles legendarios como la Catedral Basílica Santa María la Antigua, sede episcopal de la arquidiócesis de la metrópoli, la cual fue consagrada en 1796, aunque los trabajos de construcción iniciaron en 1688.
Casa de la patrona de Panamá, el imponente templo muestra su belleza. Un hito de trascendencia es el hecho de que el altar fue bendecido en enero de 2019 por el papa Francisco durante su primera visita al país centroamericano, a raíz de la XXXIV edición de la Jornada Mundial de la Juventud de la Iglesia católica.
Entre los atractivos del Casco Antiguo destacan, además, el Museo del Canal de Panamá, ubicado en el primer edificio administrativo de la vía acuática; las ruinas de arcaicas edificaciones devoradas por los incendios de 1737, 1756 y 1781, y la Plaza Catedral, punto de encuentro de turistas, jubilados, artistas y vendedores.
Justo antes de ascender a las posiciones artilleras que defendieron a la ciudad, se encuentra el conjunto de monumentos dedicados a la etapa francesa del Canal, un homenaje a los hombres que iniciaron esta centenaria obra. En un obelisco que reúne varios bustos y tarjas, destaca entre ellas las del doctor cubano Carlos J. Finlay.
El ambiente bohemio que rodea al sitio, que durante casi 300 años fue el centro social citadino, se aprecia en los bares y restaurantes situados en los alrededores del parque, los cuales conservan sus paredes y fachadas intactas; y si bien antaño fue el punto de encuentro de los tertuliantes locales, hoy es casi exclusivo para turistas extranjeros.
Según datos históricos, el también conocido como Casco Viejo no siempre tuvo su fisonomía actual, pues durante el siglo XVIII fue víctima de tres grandes incendios que lo destruyeron parcialmente y modificaron su estructura inicial, a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX.
Esta reestructuración permitió insertar dentro de las ruinas y edificios coloniales otras construcciones neoclásicas, afroantillanas y pequeñas muestras de art decó, mezcla que a juicio de algunos visitantes foráneos minimiza el encanto de lo añejo.