jueves 25, abril 2024
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La UNA avanza en su compromiso social

La UNA nace con una visión distinta a la de otras universidades. Frente al elitismo que a veces se le critica a la institucionalidad universitaria en todo el mundo, la UNA tiene su origen en una visión de accesibilidad, de oportunidad, y de compromiso social, tanto en la admisión de estudiantes en condiciones desaventajadas en sus procesos formativos, como en su proyección social a través de la investigación, la extensión, la producción y la incidencia en políticas públicas.

En este sentido, el pasado 10 de junio, el Consejo Universitario de la UNA tomó la decisión de aprobar su propia Política de Niñez y Adolescencia (Monturiol, 2021), que constituye un hito en su historia, porque es una estrategia que viene a contribuir en la integración y profundización de sus acciones de compromiso social universitario y que, además, plantea una visión en la que un sector social específico, expuesto a mayores vulnerabilidades por sus condiciones de desarrollo, pueda visibilizarse a través de toda la acción sustantiva universitaria.

La población de niñas, niños y adolescentes siempre ha estado presente en el quehacer y la razón de ser de la UNA desde su fundación en 1973, pues es heredera de la Escuela Normal, dedicada a la formación del cuerpo docente costarricense, de manera que la atención de las personas menores de edad, en este caso en el sistema educativo, es parte de sus raíces institucionales.

Dicho lo anterior, si bien la educación es central en el quehacer y fines de la UNA, no es la única área disciplinaria en su trabajo, pues cuenta con diferentes campos de las humanidades, las ciencias, las artes, ya que es una universidad abarcadora. En este sentido, la Política de Niñez y Adolescencia aprobada constituye un factor de integración de diversas disciplinas y áreas del saber, así como de las distintas formas de acción universitaria sustantiva. Con esta nueva estrategia, la UNA podrá dar pasos hacia la integración de su accionar, que van desde el aparentemente simple hecho de que las y los académicos y funcionarios con proyectos que trabajan con personas menores de edad se puedan conocer y vincular entre sí, hasta el que la institución como un todo pueda tomar mayor consciencia del sentido de sus esfuerzos y potenciales impactos en un sector que configura la base de la sociedad.

Esta política podrá ayudar a dar una respuesta diferenciada y más apropiada a las personas menores de edad, además de articular el valioso aporte de diversas áreas de conocimiento que, en ese encuentro, podrían conseguir mejores respuestas a las necesidades y derechos de esta población.

Es muy importante considerar la evidencia reciente sobre el desarrollo humano, impulsada grandemente por las nuevas tecnologías de escaneo cerebral, así como por modelos experimentales de investigación que han venido señalando de forma confluyente que lo que ocurre en los primeros años de vida es altamente delicado y predictivo de lo que puede pasar a largo plazo en la vida de las personas. Hoy sabemos, por ejemplo, con una mayor base de evidencia científica de alta calidad, que las bases de la personalidad, la autorregulación y el comportamiento de las personas encuentran una poderosa influencia en lo que ocurre en la infancia, donde el desarrollo muestra los mayores grados de plasticidad y por tanto es más influenciable por la experiencia y el entorno físico y social.

Contrario al pasado de confrontación entre ciencias sociales y naturales disputando sobre la preeminencia de la crianza o la genética, los avances en epigenética vienen mostrando no solamente que las personas somos el producto de la interacción de ambas dimensiones, sino que están empezando a explicar la forma en que esto ocurre, rompiendo tanto con una visión que veía a los genes como un programa rígido e inmodificable, como con el otro extremo de la tabla rasa, donde se concebía a las personas como una especie de pizarrón en blanco determinadas por el influjo único de su ambiente social. El avance en esta prometedora área de vinculación solo podrá lograrse si conseguimos que la cooperación interdisciplinaria entre ciencias sociales y ciencias naturales ocurra de una manera más fluida e integradora, en el marco de la rigurosidad y la fundamentación en evidencia de la mayor calidad posible.

Entre más temprano intervengamos positivamente en la vida de las personas, mayor es el potencial de impacto de largo plazo. Las niñas y niños que nacen en entornos donde no se les quiere, donde hay violencia, pobreza y servicios deficientes de salud, educación y protección social, tienen menores probabilidades de conseguir resultados favorables en sus vidas y mayores de tener un desarrollo débil de sus capacidades. En muchas ocasiones, las personas que terminan cometiendo crímenes, haciéndose adictas a las drogas, viviendo en indigencia y asumiendo comportamientos problemáticos para sí mismas y para sus comunidades, encuentran las raíces de tales resultados en su experiencia de infancia y adolescencia, pues cuando una persona ha recibido insumos fundamentalmente negativos, especialmente en sus primeros años, tiene mayores posibilidades de generar también resultados negativos cuando adulta.

Cuando la atención no llega tempranamente y se deja pasar el tiempo, las problemáticas se vuelven cada vez más difíciles de modificar. Muchos de nuestros graves problemas de desempleo y criminalidad tienen que ver con la experiencia infantil de las personas y con procesos de socialización que, lejos de nutrir el desarrollo de competencias cognitivas, emocionales, intelectuales y morales positivas, más bien contribuyeron a inhibirlas.

Pese a estos conocimientos, Costa Rica no ha logrado universalizar la vital educación preescolar de calidad ni la atención primaria de carácter familiar, perdiendo así la enorme oportunidad de sentar bases mucho más sólidas en el desarrollo de su población durante su infancia.

La pandemia llega así a una población en condiciones muy diferenciadas para enfrentarla (Chaverri, 2021), donde a septiembre de 2020, se estima que un 37% de niños entre el nacimiento y los 12 años, se encuentra en condición de pobreza; es decir, más de uno de cada tres.

El potencial de desempeño de las personas debería entenderse de manera escalonada, donde se reconozca que, si los primeros peldaños no son sólidos, entonces los siguientes no se sostendrán, lo que hará mucho más difícil que las personas puedan enfrentar los retos de la vida de manera exitosa. Que más de un tercio de la población infantil viva en pobreza no es solo una tragedia en la vida de cada uno de esos niños y niñas, sino también una tragedia social que implica un gigantesco desaprovechamiento de potencial humano que, dadas sus malas condiciones de vida, no podrá alcanzar su mejor desempeño posible.

Tanto las competencias llamadas duras como las blandas son cruciales en la conducción de la vida de cada persona, pero esto se funda en los primeros años de vida y mientras no se comprenda así, se estará perdiendo una enorme oportunidad de cambio humano y social.

Es crucial que las universidades, en tanto generadoras de conocimiento, entiendan la trascendencia y potencial de su compromiso con la creación de una genuina transformación social que, o inicia en los primeros años de vida, o se quedará corta.

Con la aprobación de su propia Política de Niñez y Adolescencia, la UNA no solo muestra que comprende este gran reto, sino que está dispuesta a asumirlo.

Referencias

Monturiol, S. (2021). UNA aprueba política para promover bienestar de niñez y adolescencia. UNA Comunica. Recuperado de https://www.unacomunica.una.ac.cr/index.php/agosto-2021/3608-una-aprueba-politica-para-promover-bienestar-de-ninez-y-adolescencia

Chaverri Chaves, P. (2021). La educación en la pandemia: Ampliando las brechas preexistentes. Revista Actualidades Investigativas en Educación, 21(3), 1-22.  Doi.10.15517/aie.v21i3.46725

(*) Pablo Chaverri, académico INEINA-CIDE

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