viernes 19, abril 2024
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La pérdida de la privacidad

La pérdida de privacidad en nuestros tiempos, es algo frecuente. Hemos inundado el ciberespacio con toda la información que vamos almacenando consciente o inconscientemente. El espionaje ya no necesita de personas, el celular sabe todo de ti, y próximamente muchos dispositivos también lo harán. Esto no es un futuro lejano, ya está pasando, y se requerirán cada vez más expertos en tecnología que hagan frente a esta situación con desarrollos seguros y programas que no afecten a terceros.

Las compañías que gastan grandes cantidades de dinero para proteger la información de sus clientes (números de cuenta bancaria, tarjetas de crédito, etc.), ahora no solo tendrán que preocuparse de las computadoras o dispositivos móviles que ocupan los atacantes para obtener acceso a los servidores de la compañía, sino que deberán considerar que millones de electrodomésticos podrán ser empleados como herramienta de agresión. El Internet de las cosas (IoT – Internet of Things) propicia esto con la interconexión digital de objetos cotidianos.

En las últimas dos décadas se nos ha olvidado el valor de la privacidad. La economía de datos ha querido convencernos, y durante un tiempo lo logró, nos convenció de que la privacidad era cosa del pasado. La privacidad nunca ha sido ni será cosa del pasado, porque siempre habrá gente que quiera usar información sobre nosotros para su propio beneficio y en contra del nuestro. Mientras la sociedad sea sociedad y los seres humanos sean humanos, siempre necesitaremos de la protección de la privacidad, sin importar si nos movemos en un contexto digital o analógico. A la gente común y corriente nos costó tiempo y experiencia darnos cuenta de que el contexto online no es menos peligroso. Las tecnológicas jugaron con la ventaja de la invisibilidad. Lo virtual no huele, no sabe a nada, no pesa. No vemos ni sentimos la mirada de todos aquellos que nos siguen los pasos. Que te roben los datos no duele hasta mucho después, cuando ya es demasiado tarde.

Nuestro deber cívico es salvaguardar nuestra privacidad y la de aquellos que nos rodean. La privacidad no solo es importante para protegernos como individuos; es vital para las democracias liberales. Para protestar anónimamente, para votar en secreto, para que los periodistas puedan proteger a sus fuentes, los abogados a sus clientes, y los médicos a sus pacientes. La privacidad es necesaria para pensar por nosotros mismos, para que nadie manipule nuestras percepciones y deseos. Y la privacidad es fundamental para la igualdad. La privacidad es la tela con la que vendamos los ojos de la justicia y del sistema para que se nos trate con imparcialidad. En esta década, el desafío será librarnos de las garras de la recolección de datos por imposición.

Por lo general, el término Internet de las Cosas se refiere a escenarios en los que la conectividad de red y la capacidad de cómputo se extienden a objetos, sensores y artículos de uso diario que habitualmente no se consideran computadoras, permitiendo que estos dispositivos generen, intercambien y consuman datos con una mínima intervención humana. Sin embargo, no existe ninguna definición única y universal.

La Internet de las cosas es un tema emergente de importancia técnica, social y económica. En este momento se están combinando productos de consumo, bienes duraderos, automóviles y camiones, componentes industriales y de servicios públicos, sensores y otros objetos de uso cotidiano con conectividad a Internet y potentes capacidades de análisis de datos que prometen transformar el modo en que trabajamos, vivimos y jugamos. Las proyecciones del impacto de la IoT sobre Internet y la economía son impresionantes: hay quienes anticipan que en el año 2025 habrá hasta cien mil millones de dispositivos conectados a la IoT y que su impacto será de US$ 11.000.000.000.000. Sin embargo, la Internet de las Cosas también plantea importantes desafíos que podrían dificultar la realización de sus potenciales beneficios. Noticias sobre ataques a dispositivos conectados a Internet, el temor a la vigilancia y las preocupaciones relacionadas con la privacidad ya han captado la atención del público. Los desafíos técnicos siguen allí, pero además están surgiendo nuevos desafíos de políticas, jurídicos y de desarrollo.

Estas tecnologías han dado lugar a una nueva concepción del proceso de la información que abre otras opciones para la comunicación interpersonal. Los medios de comunicación y la creciente conectividad entre personas de diferentes culturas están produciendo una revolución en la comunicación social. Así, la sociedad actual está caracterizada por contar con una forma específica de organización social en la que las nuevas tecnologías se vuelven fuentes fundamentales de productividad e interacción social; para muchos, éstas son uno de los desarrollos más creativos que ha tenido el mundo para facilitar la integración entre personas.

 

Estas tecnologías han abierto al usuario común la posibilidad de convertirse en creadores y generadores, desde su propia casa y a través de su computadora personal, en áreas que antes estaban limitadas a técnicos y especialistas. Es decir, que ciertas herramientas cuyo acceso era restringido ahora son accesibles para todos. Desde que se extendió el uso del correo electrónico y la red global mundial se sucedieron los éxitos de dispositivos tecnológicos innovadores en las formas de comunicar e informarse. La telefonía, internet —y en ella, redes sociales, encabezadas por los blogs y las comunidades sociales virtuales participativas— están modificando la comunicación de masas tradicional.

En nuestro país se ha legislado con cierto nivel de oportunidad sobre este tema, sin embargo el avance de la tecnología tiene una velocidad superior al de la formulación de políticas públicas.  Y ello nos lleva de inmediato a preguntarnos si los actuales partidos políticos se han preocupado un poco en avanzar hacia el conocimiento de las preferencias de la población, utilizando la enorme cantidad de información que se encuentra en internet, y que a un especialista en informática le sería relativamente fácil obtener y clasificar de acuerdo con los intereses con que se realice la investigación.

Quizá para las próximas elecciones del mes de Febrero sea un poco tarde para aventurarse en un trabajo como éste, si es que no lo han hecho ya algunos partidos políticos. Pero por la idiosincrasia propia de las figuras que conforman la cúpulas de estas agrupaciones, es posible que hasta ahora no hayan tomado en cuenta la enorme importancia del manejo de información, su procesamiento de acuerdo con intereses específicos, y la forma en que ello puede dar una tónica específica a las campañas proselitistas.

Menos aún puede esperarse que los ciudadanos, en general, se preocupen por el cuidado de su privacidad, dado el nivel de ignorancia sobre el tema.

Queda, entonces, planteada la pregunta acerca de cómo y en qué medida la legislación protege nuestra privacidad en temas tan importantes como la elección de gobernantes y legisladores.  Porque la idoneidad de quienes se postulan para cargos con estas responsabilidades, hasta ahora, por las experiencias que hemos tenido que padecer, está en tela de juicio. 

 
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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