jueves 25, abril 2024
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Riesgos para una tambaleante democracia

De cal y de arena

El futuro de Costa Rica tendrá un dramático desafío en el próximo cuatrienio, quizás como nunca antes en tiempos de normal juego democrático. En las manos del próximo Presidente de la República y de los 57 diputados va a estar el  reto de sanear las finanzas públicas y reactivar la economía, indispensable acometida para restablecer los equilibrios sociales, gravemente afectados por lo que se hizo y se dejó de hacer.

El presidente Alvarado Quesada no quiso admitir que el país está a punto de desbarrancarse. Pero los hechos hablan por sí solos y dejan a las claras que el país está al borde del barranco. Lo expresa el grave deterioro de los indicadores económicos y sociales: el déficit fiscal, la explosiva expansión de la deuda pública (que va a comprometer su atención en los cuatro años del próximo gobierno en US$16.000 millones, ¿de dónde se tomarán?), el endeble crecimiento de la economía, el desempleo y el subempleo, la  agobiante carga tributaria, la ineficiencia del Estado y sus servicios, que a gritos piden una profunda cirugía estructural, la reparación urgente del “apagón educativo”… Es mucho el lastre acumulado por la inercia en la gestión política y por el negligente abordaje de los grandes problemas, huella de lo que hicieron y lo que dejaron de hacer Alvarado y unos cuantos predecesores suyos.

Como si “la Magdalena estuviese para tafetanes”, explota una amplia gama de partidos políticos, de candidatos presidenciales y de aspirantes a una curul parlamentaria. No toda esa oferta está capacitada, desde luego, ni cuenta con los conglomerados técnica y académicamente aptos para evidenciar que se toman en serio los retos y que se tiene consciencia de la gravedad de las circunstancias.

Hay candidaturas que demuestran entender las dimensiones del desafío que tiene el país, que se han esmerado en elaborar una plataforma de gestión de gobierno, que se han ocupado de armar un tinglado idóneo para que se les provea de aquellos conocimientos   necesarios para una buena gobernanza. En algunos casos se evidencia riesgosa compañía en la papeleta por el limitado aporte que esa candidatura aneja pueda darle en punto a un mayor apoyo popular (nacional o territorial) o a enriquecer la plataforma de gobierno. Otras candidaturas (peor aún) ni siquiera sufren rubor por la temeridad de su pretensión: carecen de todo, hasta de prudencia a la hora de dimensionar el significado de lo que es la jefatura del Estado y lo que entraña encabezar un gobierno.

Sucede igual temeridad en numerosas (quizás la mayoría) de las postulaciones para una diputación. Si algo se pone en evidencia en la generalidad de las candidaturas a diputado es que los partidos políticos han marginado toda valoración de lo que es la proyección política de quien nominan como candidato; es preocupante la posesión ganada por el  peligroso -por dañino- criterio que prioriza el sentido de las “cuotas de poder” para decidir en manos de quien queda la candidatura.

¿Cuántos partidos políticos inscritos, cuántas candidaturas registradas, cuánto significa la presencia con alcances prioritarios de los “cacicazgos” en la conformación de las papeletas?.  Si pretendemos una democracia “de calidad” (no por selectiva en su integración sino por la pertinencia de sus resultados) ¿cuánto se arriesga con la atomización de partidos políticos y de qué manera ello sea la puerta de entrada a una atomización de la representación política en el Parlamento?. Un escenario así pone de relieve la importancia de un Presidente de la República de probada capacidad para orientar, para dialogar, para hacer política en el mejor sentido del concepto como corresponde cuando se tiene liderazgo, y de unos cuantos diputados con iguales virtudes y ganada respetabilidad ante sus congéneres parlamentarios (que podrían resultar de colorida multiplicidad).

Estamos ante esas posibilidades que evidencian la presencia de un dificultoso cuatrienio.

(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista

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