martes 16, abril 2024
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La resistible ascensión de la ultra derecha francesa

Desde hace cuarenta años el nacionalismo, cuyo carburante principal es el odio racial que empujó a Europa a dos guerras mundiales, no cesa de ocupar espacios políticos. La empresa electoral de la familia Le Pen ha disputado dos veces la segunda vuelta en las presidenciales. Son efectivamente dos fracasos en las urnas, pero no en la difusión de las ideas nacionalistas, las cuales han progresado y permeado el lenguaje, imponiendo sus temas en la agenda política. Para las elecciones del 2022, el abanico se abrirá todavía más hacia la ultra derecha. Marine Le Pen no será la única candidata xenófoba y tendrá que compartir sus odios con un nuevo candidato que desembarca de un plató de televisión.

El pasado 3 de diciembre Eric Zemmour, un escritor y comentarista político de 63 años, que se hizo famoso a punta de dardos xenófobos, lanzó su candidatura. La escenografía de dicho anuncio fue una réplica del famoso discurso de Charles De Gaulle al pueblo francés en 1940, en el cual hacia un llamado a redoblar la resistencia contra el ocupante nazi. Para Zemmour, el ocupante de hoy es el musulmán, el medio para ganar la batalla es Reconquista, su partido recién fundado. Su manifiesto se inspira en la rancia y nauseabunda ideología del enemigo interior. En el reparto, él sería el nuevo caudillo, un Cid implacable, un héroe comparable a Hércules que promete hacer el trabajo que ningún presidente francés ha hecho. En primer lugar, se trata de salvar a Francia de la decadencia e impedir que su población siga siendo sustituida por una población extranjera. Por lo tanto, urge atajar la inmigración norteafricana que socava la esencia de la nación. Según el cruzado Zemmour, se necesitaría convertir a los ciudadanos musulmanes a la religión francesa, expulsar a los recalcitrantes y hacerse respetar de los alemanes, que impusieron su moneda, hoy disfrazada de euro. Independizarse del yugo de la Unión Europea. Recuperar el papel imperial de Francia, y otras muchas fantasías.

Este escenario ya lo habíamos visto. En el siglo XV, en la Monarquía católica de Felipe II, cuando se implantó un estatuto de pureza de sangre que permitió expulsar a la población de origen árabe y judío. En Europa, debería bastar con el recuerdo de los millones de víctimas de las dos guerras mundiales provocadas por las pasiones racistas para que se prohibiera la propaganda nacionalista. El nacionalismo es la guerra, había dicho con razón François Mitterrand.

Un apetito extraordinario y mucho resentimiento.

Eric Zemmour estudió en el Instituto de Ciencias Políticos de París, una universidad que es el vivero de los pretendientes a ingresar en la ENA, la Escuela de la Alta Administración. De la ENA han salido 4 presidentes (Giscard, Chirac, Hollande y Macron), 9 primer ministros y 89 ministros. Eric Zemmour nunca logró pasar la oposición. Varios observadores atentos de su recorrido, atribuyen parte de su resentimiento a este fracaso.

Al cerrársele el acceso a la ENA, Zemmour se dedica al periodismo, a la literatura y a escribir panfletos dignos de un cruzado. Todos sus libros giran en torno a la decadencia de su país, que él achaca a una supuesta islamización de Francia. En total, Eric Zemmour ha escrito 16 ensayos que le sirven hoy de base ideológica a su partido. No deja de sorprender que, en el país de Descartes, el delirio como programa político tenga tanto éxito.

Política en los tiempos de la sociedad de espectáculo.

Si el presentador de televisión Trump no se hubiera hecho con la presidencia de los EEUU en 2016, la candidatura del bombero pirómano Zemmour sería para risas. En 2015 muchos reímos de la pretensión del multimillonario, luego la risa se convirtió en un grito planetario a la manera de Edvard Munch.

Eric Zemmour ha trabajado en la radio (RTL) y la prensa escrita (el Quotidien de París, el Figaro), pero es sobre todo gracias a la televisión que se vuelve famoso. Desde allí impone poco a poco su lenguaje desinhibido y sin tabúes. Y a pesar de haber sido condenado dos veces por la justicia francesa por discriminación e incitación al odio racista, sus escandalosos apuntes siguieron siendo minuciosamente comentados por sus colegas como si fueran los oráculos de la pitonisa. En la sociedad de espectáculo, el escandalo vende. El contenido no importa. Lo que cuenta es el negocio. Los canales de televisión lo invitan, lo entrevistan, le ofrecen animar programas y finalmente lo coronan rey del espectáculo. Francia cae en una suerte de Zemmour-mania. Todos los medios le ofrecen sus platós y altoparlantes.

En los últimos años muchos presentadores de televisión y humoristas se han hecho elegir. En los EEUU Trump, en Italia Beppe Grillo, en Ucrania Vladimir Zelensky, en Guatemala Jimmy Morales. Todos productos de la sociedad de espectáculo, diagnosticada por el filósofo Guy Debord en 1967. Desgraciadamente, la perspectiva de la llegada al Eliseo de Eric Zemmour, otro artefacto mediático, está dejando de ser una remota hipótesis.

La tentación del fango

Mucho se ha dicho de las causas de la llegada al poder de los nazis en 1933. Sin embargo, cabe aquí recordar a Bertolt Brecht, quien nos dejó una lección en  La resistible ascensión de Arturo Ui, una obra en donde nos recuerda que siempre podemos resistir a la ascensión del mal. El dramaturgo alemán recuerda igualmente el peso político que tuvo en los años treinta del siglo XX la proliferación de una suerte de resentimiento, que él denomina la tentación del fango. La idea es que existirían coyunturas en las que los pueblos se sienten atraídos por el autoritarismo y estiércol de la violencia, el placer del insulto al extranjero y de la burla del débil, la normalización del vocabulario hiriente y del gesto soez. Mientras un tal resentimiento aparezca en casos aislados estamos ante pacientes que interesan a la psiquiatría. El problema es cuando una tal amargura se vuelve colectiva, y que líderes oportunistas exacerban el miedo y el resentimiento, dándose en la tarea de reagrupar a las ovejas perdidas que están en busca del pastor protector que las lleve en rebaño cantando al matadero. Durante décadas, tanto Marine Le Pen como Eric Zemmour se han dedicado a estigmatizar a los inmigrantes. El resultado es que la lengua del fascismo reina hoy en Francia impunemente en los medios de comunicación. 

La pobreza menoscaba la democracia

El reto hoy no solo es combatir a políticos sin escrúpulos y totalmente desprovistos de empatía como Zemmour y Le Pen, sino de mirar de frente las causas de su exitosa recepción. ¿Cómo entender que un discurso que cuestiona todos los progresos de la pacífica convivencia entre ciudadanos triunfe?

En cuarenta años de neoliberalismo, la pobreza en Francia se ha agravado. En 2019, 14% de la población francesa vivía bajo el umbral de pobreza. “Ser pobre significa estar excluido de lo que se considera una vida normal, es no estar a la altura de los demás. Lo que genera vergüenza, culpa, baja autoestima, resentimiento y malestar. La consecuencia es que estos sentimientos al desbordarse se manifiestan en forma de actos agresivos o autodestructivos, nos explica el sociólogo Zygmunt Bauman.

Este malestar individual, que se vuelve colectivo, es la savia que hace crecer el árbol de la irritación y el hartazgo general, el cual encuentra en el proyecto nacionalista, de una sociedad tribal compuesta de hermanos y primos consanguíneos, el bosque prometido.

El resentimiento aumenta con la amenaza de la pobreza, con la degradación de los servicios públicos y la sensación de que existen ciudadanos de primera clase, que gozan de privilegios y de la impunidad cuando cometen delitos como la evasión fiscal. Las multitudinarias protestas de los chalecos amarillos en 2018 y 2019 fue un síntoma visible de este malestar.

Para completar, llegó la pandemia, la cual reveló sin filtros el resultado de 30 años de neoliberalismo: la falta de camas y del material idóneo en los hospitales, las precarias condiciones laborales del personal sanitario, el cual fue aplaudido todas las noches cinco minutos durante el confinamiento, luego sus reiteradas reivindicaciones olvidadas.

Caminando al borde del precipicio

Tenemos que salir del resentimiento, nos dice la filósofa Cynthia Fleury y nos advierte que en cualquier momento se cae en la irritación “sobre todo, cuando no podemos nutrirnos de la belleza del mundo, ni de la riqueza del encuentro con los otros, y no podemos construir nuestro bienestar si no es denigrando a los demás. Entre más el resentimiento se profundiza, más nos consideramos víctima de una injusticia”.

La democracia francesa camina dormida por el borde del precipicio. Si no hay un despertar ciudadano que pare la ascensión de la derecha xenófoba, la resaca de las elecciones del próximo año podría convertirse en una triste pesadilla. Es de esperar que la ciudadanía logre reaccionar a tiempo y no se caiga en el error de entregarles el poder a los sepultureros de la democracia. “Allá donde crece el peligro, crece lo que salva”, escribe Hölderlin. Ojalá el poeta tenga razón esta vez.

(*) Enrique Uribe-Carreño es profesor en la Universidad de Estrasburgo, Francia.

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2 COMENTARIOS

  1. No quede muy contento en mis ultimos viajes, especialmente a Paris.Ya no es la Francia de otrora,parece mas bien una capital musulmana. Para tener un sabor mas frances hay que viajar al sur, a Bordeaux.
    Pero bueno todas las capitales europeas han recibido gran migracion musulmana. Tremendo problema,con el tienen que convivir. Comprendo perfectamente los sentimientos de Le Pen.

  2. Sr Dreyfus, exactamente lo que usted dice es lo que escribía un tal Hitler en los años 1930, Germania ya no es Germania, la tierra de los teutones, la Alemania de los arios se ha contaminado con la ocupación de los judíos… No le recuerdo lo que sigue, pues usted lo debe conocer, … fueron cuantos millones de muertos???

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