jueves 28, marzo 2024
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Educación (ausencia de) y violencia

Existe una indiscutible relación entre el debilitamiento y banalización de la educación con la violencia, que es una muestra de la descomposición social que nos aqueja. Violencia que nos golpea diariamente desde los medios de comunicación. En las calles, en las carreteras, dentro de nuestras comunidades, con su secuela de muertes, heridos, y el temor de las mayorías que ya no se atreven a circular libremente, como antes, por nuestras ciudades.

La violencia no es innata, es adquirida. Así como podemos sembrar odio, podemos sembrar amor, parafraseando a esa luminaria del liderazgo que fue Nelson Mandela. Hemos aprendido como sociedad la cultura de la violencia, esa que vemos diariamente en los medios de comunicación, impulsada por múltiples elementos mediáticos y culturales.

De lo que se trata hoy, para superar la violencia que nos acosa, con muy poco éxito, es de articular y desarrollar la cultura de todo un pueblo con características como diversidad, como tolerancia y eje firme y transversal de ver la cultura como espacio de cohesión social. Se trata de impulsar una cultura dialógica que exprese y permee una nueva forma de integración social, donde educación y socialización no sean la mera yuxtaposición entre la ideología y el discurso.

Al mismo tiempo, como señala el periodista Dominicano Cándido Mercedes,  tenemos que visualizar el rol de los medios de comunicación, en tanto expresión de cultura de masas, como ingrediente nodal de la cultura del espectáculo en la dimensión de la violencia y descomposición social. No se trata de construir el argumento de que los medios solo reflejan la realidad, los hechos y que ellos esbozan como noticias. Más allá de ahí, hay que trascender lo que se dice y cómo se dice y la manera como manipular, desinformar y ocultar “personajes y hechos”, que hacen que en una gran parte de la población, en su imaginario, se recreen como efecto demostración. “La imagen del éxito” en una sociedad enferma se convierte en el baluarte de la procesión que hay que “realizar”.

Es una violencia social la que estamos padeciendo que encuentra sus ecos en: la pobreza, la desigualdad social, la marginalidad, la exclusión, la corrupción, la impunidad, la inmunidad, la ausencia del cumplimiento de las leyes, de las normas, de las reglas, del clientelismo; y lo que es más dañino, la “conversión” permanente de la mentira como verdad de la elite política y la ausencia del control social informal como mecanismo de sanción moral.

Hace algún tiempo escribí que esto permite que ya no nos asombremos porque se dio tal o cual delito, y que no nos asombramos si solo fue uno,  sino tampoco cuando son varios asesinatos, robos y asaltos en un día, es decir, ya lo vemos hasta normal que ocurra esa gran cantidad.

Es por ello que este punto de análisis resulta de suma importancia no solo para una mejor calidad de vida sino para la sociedad en general, puesto que es necesario un cambio de conciencia en las personas, ya que estamos degradándonos poco a poco de manera progresiva, siendo esto una gran amenaza para extinción de una convivencia civilizada.

Se dice en algunos medios de información que los problemas sociales que aquejan a la sociedad costarricense se deben a la desintegración familiar y a la falta de educación; sin embargo, al deslindar responsabilidades tomando sólo en cuenta el factor familiar y educativo, se dejan de analizar factores importantes como lo es la influencia de los medios de comunicación (que  nos inundan con sus porquerías), y las redes sociales en donde todo cabe, en las conductas del ser humano.

La descomposición social que estamos viviendo en la actualidad, en todos los órdenes, crece, se multiplica y llega a todos los estratos de la sociedad. Robos de identidad, asaltos a comercios y a personas, homicidios horrendos, violencia doméstica que acaba con las familias; atropellos, intolerancia, desconocimiento de las normas elementales de la convivencia y la armonía, están convirtiendo en un serio peligro cada minuto de nuestras vidas. Pero hay otra que no la consideramos como descomposición, y que lo es ciertamente, cual es el fundamentalismo político y económico, o el religioso, que tantísimo daño hacen.

Es una suerte escapar a algún acto delincuencial, a un asalto callejero, un conductor iracundo, una bala perdida en medio de los constantes tiroteos, un desadaptado social, un joven descarriado, un delincuente profesional o un desesperado sujeto drogado o descarriado que desprecia el valor de la existencia. Sin embargo, no es tan fácil escapar a la nefasta influencia de los políticos neoliberales, por ejemplo, o a la no tan infrecuente influencia de los obispos católicos o los pastores cristianos.

A principios de este siglo escribía Ángel Ruiz lo siguiente: Costa Rica ha sido una nación con características muchas veces excepcionales que le han generado prestigio en la comunidad internacional: los indicadore4s de desarrollo humano, el lugar de la educación, la ausencia de ejército, la persistencia y solidez de su democracia. Si bien estos elementos revelan una sociedad con un gran potencial nacional, el país sigue siendo periférico y subdesarrollado, y, a pesar de las promesas y visiones de políticos que vaticinan el desarrollo, nada hay seguro en el horizonte. Más bien, hay mucho de incertidumbre y, también, de desencanto.

Todo ello se perdió en el sucio camino que marcó el neoliberalismo, que adoptaron los partidos políticos tradicionales que gobernaron antes, y que tiene como objetivo el crear masas ignorantes fáciles de manipular a través de la demagogia, debilitando la educación que imparte el Estado a través de escuelas, colegios y universidades públicas. Efectivamente, la educación en nuestro país se debilitó hasta extremos inconcebibles, y la ignorancia de la gran mayoría, en términos relativos, asombra a quienes conocimos lo que era este país hace escasamente cuarenta años.

Y si la ignorancia genera violencia, de todo tipo, no tardó nuestra sociedad en ir adquiriendo esas características violentas que desgraciadamente existe en otros países. Y como los medios masivos de comunicación no cooperan en nada para contrarrestar esta situación, sino que muy por el contrario se hacen eco de una cultura de la violencia, que es lo que permea casi todo lo que nos ofrecen.

En consecuencia, la violencia se combate con educación, no con ejércitos o policías, medidas represivas, armas y amenazas… la historia lo ha demostrado sobradamente.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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