jueves 28, marzo 2024
spot_img

¿Revoluciones del futuro?

Cuando los espías y mensajeros avistaban los ejércitos de Atila y la visión se comunicaba a los afligidos pueblos, ello era así por la certidumbre de que el torrente de hunos por llegar impartiría crueldad y desolación.

Ahora, en cambio, no pocos invasores se anuncian y cabalgan hacia nuestras íntimas fortalezas  como si fueran buenos dioses. Con inocencia perfecta, les  abrimos las puertas de nuestros soberanos pórticos a los modernos aqueos y entran, como en Troya, a confiscar nuestras autónomas facultades para decidir ser libres.

La conquista se nos presenta placentera, sutil, acto que causa una voluptuosa sensación con sabor a “poder” que hasta entretiene y divierte. Al final de cada incesante vuelta de carrusel, nos sentimos exitosos cuando somos ocupados y nuestras murallas palidecen caídas. Hemos aprendido a maniobrar el transporte que no conducimos. Llevamos todos un Jericó por dentro.

Se aplaude, por supuesto, la ampliación de la comunicación social y el esfuerzo inventivo por dotarla con novedosas tecnologías; sin embargo, estas no convienen a la libertad ni a la dignidad de cada ser humano cuando manufacturan y achican las habilidades verdaderamente libres, propias de la voluntad. Lo saben los Estados, lo descifran los grandes emporios capitalistas.

Permítaseme  compartir con ustedes la siguiente tesis: el Estado (todos los Estados, sean democráticos o no) ya tejen y seguirán tejiendo la sociedad espía y autoritaria del futuro. Este malévolo celo tiene su fundamento en los asombrosos avances de la presente revolución digital, o, también así llamada, tercera revolución industrial.

Pero si en el siglo XIX la naciente burguesía inglesa era propietaria de la ciencia que permitía  la producción de bienes en cantidades industriales, hoy son las grandes corporaciones financieras y tecnológicas las que, con una nuevo y espectacular “know how”, poseen en sus bolsillos -muy al estilo feudal- la más imponente economía de servicios que registra la historia, y que condiciona el oxígeno que necesita el encadenamiento restante de la producción de bienes y de otros servicios a escala global.

Pero esta vez -parecido a lo que ocurrió en tiempos de Marx- procederá el matrimonio de costumbre entre la innovación  tecnológica (paradigmática) y el gran poder financiero. Y, en el medio, su inseparable gendarme: el Estado. 

Ya nos conquistan y  avasallan a su paso por nuestros hogares.  En una mancomunidad inédita e histórica sin parangón, asistimos a una tormenta perfecta donde la tecnología digital, el poder político y los señoríos financieros y  hegemónicos del orbe, se juntan para adiestrar al consumidor en novedosos hábitos mentales, políticos y mercantiles.

Somos los contemporáneos siervos de la gleba con un obrerismo como pesado fardo: extrañados de nuestro trabajo y alienados de nuestro propio ser. Sea este destino así, que es sembrar y recoger con extremo cansancio, en agonía, como perdidos entre lo que hacemos, entre los dolores que puede producir y con la merma paulatina del sentido vital de existencia. Peor es esta situación  que mucho aflige en los estratos más esclavizados y pobres del planeta que se cuentan por billones.

De pasada solo mencionaré (ahora no viene al caso su análisis) las películas Metrópolis y Tiempos Nuevos, dirigidas respectivamente por Fritz Lang y Charlie Chaplin, que son contenidos que me han permitido una intensa reflexión sobre las revoluciones del futuro, esfuerzo que ha contribuido a que pueda compartirles estas líneas porque, ciertamente, en estas obras los temas de la explotación del trabajo y el de la alienación subjetiva siguen vigentes. El extraordinario trabajo de Lang cierra la película con un argumento muy ingenuo de reconciliación entre el propietario burgués y el líder obrero, tesis de poco sustento a través de la realidad histórica.

Sea esta la ocasión para destacar un elemento temático que une las obras de Lang y Chaplin: la figura del Gran Hermano. Personifica este semblante la represión institucionalizada, el poder en vigilia que todo lo sabe y todo lo ve. ¿Acaso, solo imaginen, existiría una buena razón para que fuera diferente en estos tiempos signados por una formidable revolución digital?

Viene al caso la mención de la novela 1984 de George Orwell, narrativa distópica que expone las consecuencias del poder omnipresente, o, el Frankenstein de Mary Shelley, novela inglesa publicada en 1818, que se planteaba las disyuntivas éticas del conocimiento científico que no sirve al bien común y que se presta a su egoísta y despótico uso. 

Lo planteado hasta aquí me lleva a reiterar la denuncia que antes dije, y se dirigió contra una triada que, mal combinada y perversa en su instrumentalización, se convierte en letal y en enemiga de la libertad. Son estas: la tecnología digital, el Estado y los emporios corporativos globales. Con estas menciones he descrito el esqueleto del capitalismo contemporáneo y que explican las temeridades de las metrópolis imperiales cuando deciden crear guerras, participar de estas, como en Libia, Siria e Irak. ¿Quiénes con pruebas denuncian estas locuras? En la hoguera ya hay decididos disidentes, símbolos de nueva resistencia.

Si hoy la humanidad tiene una víctima de tan odiosos poderes, tal ser humano se llama Julian Assange, héroe universal y mártir de la libertad.  La lógica dictatorial que imponen Washington y Londres con tal de esconder sus insalubres secretos, no rara vez genocidas, los ha llevado a descargar una descarada tortura  física y mental en la humanidad del señor del informante de WikiLeaks. Desafiar las “razones de Estado” se castiga con saña y rencor, y eso no debe ser. No se crea, tampoco, que lo descrito es un asunto único de Occidente. ¡Miren a China y a cualquier otro Estado del tamaño que sea!

Vivimos un periodo de transición universal que se dirige hacia un mundo de Estados y corporaciones  autoritarias, bautizadas en las aguas paradigmáticas de un nuevo signo, de una verdadera revolución científica y tecnológica, que ya marca nuestro destino para bien o para mal y del que no podemos escapar. No será mi generación la testigo del álgido punto que semejante aberración alcanzará, pues casi todo en la historia lleva su buen tiempo, entre vericuetos sin fin. No practico la adivinanza como para saber las formas que tomará la lucha por la libertad, la justicia, la paz, y la exigencia por un pleno derecho al ocio y la cultura.

Pienso, eso sí, que la revolución social del futuro habrá de ser profundamente libertaria, ya no en la clásica versión de los siglos XIX y XX, donde el antagonismo fundamental fue descrito por Marx y otros teóricos importantes como el existente entre obreros y burgueses, sino en otra, en un relato afortunadamente universal,  que envuelve la novedosa contradicción entre la ciudadanía y los grandes poderes fácticos a los que he aludido,  sin que un estamento necesariamente específico dentro del común  espectro social, sea la vanguardia o la llave de la revolución social y libertaria. 

 

La revolución social del futuro, una que desde ahora se gesta, aparecerá -eso pienso- como una insurrección de la conciencia universal, como un grito de sobrevivencia de lo humano en este planeta. Los siniestros adversarios actuales de la libertad son 2 viejos conocidos: el capital monopólico, cada vez más concentrado y global, y el Estado, ese gendarme del estatus quo y proveedor de guerras imperiales.  El talón de Aquiles del actual  esquema opresivo es que abrió su propia caja de Pandora, es decir, hizo de la información un servicio de general difusión.  Con tanta indagación y conocimiento circulando, los pueblos del mundo tendrán su propia Bastilla. Será la lucha del ciudadano común contra el ahogamiento de su libertad y bienestar. ¿Serán estas cuestiones los retos de una nueva izquierda capaz de darle continuidad al legado científico de Marx bajo la impronta de otras realidades?

(*) Allen Pérez es Abogado

Noticias de Interés

2 COMENTARIOS

  1. En efecto Allen, esa o esas revoluciones del futuro tendrán que ser eminentemente libertarias, en el buen sentido del término. Las del siglo pasado se las tragó el uso abusivo de la tecnología y hasta el trabajo forzado, como en el Gulag estalinista equivalente de los stalag del nazifascismo: entonces se le rindió culto a la máquina en detrimento del ser humano, tal y como bien puede apreciarse en esos TIEMPOS MODERNOS de Charles Chaplin, esa película que junto con otras grandes producciones suyas, a finales de los treinta y comienzos de los cuarenta, terminó haciéndolo víctima del maccartismo, esa locura que se apoderó de los EEUU durante los 1950, la que como bien destacó Arthur Miller representó una vuelta al oscurantismo más atroz en nombre del progreso y su libertad. Convengo con vos en que esa revoluciones tendrán que ser ciudadanas, aunque no en el sentido que le dio la burguesía decimonónica al término. o ¿dejaremos que la robótica y la loca codicia del capital financiero acaben con lo poco que nos va quedando de nuestra humanidad?

  2. Todo esto, haciendo la salvedad de la inmensa amenaza que representa la destrucción acelerada del planeta. Esta pandemia es parte de la involución que hemos venido experimentando. Habrá tiempo todavía para detener la catástrofe?

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Últimas Noticias