jueves 18, abril 2024
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Recordando a Rodrigo Madrigal Montealegre

La serie de libros no estaba completa, hasta que se dio la oportunidad de abordar un tema caro a mis afectos:  los artículos de periódico y los ensayos politicos de Rodrigo Madrigal, auto-nombrado Rodrigo El Bueno para distinguirse jocosamente de su gran amigo y tocayo Rodrigo Madrigal Nieto, Rodrigo El Malo, de grata memoria.  Durante años me deleitó la lectura de esos trabajos del NEGRUS (así le bautizamos hace muchos años, por ser el más moreno de los primos), porque me lo imaginaba riéndose anticipadamente del gusto de compartir sus opiniones y mensajes mediante el recurso a divertidas anécdotas y no infrecuentes puyas contra políticos abusadores, o para darle el clima apropiado al mensaje que nos estaba comunicando.  Cincuenta años han transcurrido desde aquellos primeros artículos llenos de humor y agudeza, aparecidos en la página 15 del Periódico La Nación. Demasiadas cosas han cambiado, como en la canción de Numhauser, “Cambia, todo cambia” cantada por Mercedes Sosa. 

  1.-  Rodrigo Madrigal Montealegre nació en San José de Costa Rica el 12 de agosto de 1934, uno de esos precisos días en que la Gran Huelga Bananera del Atlántico estaba al rojo vivo; a lo que se suma que su primera infancia transcurrió durante los años de la Guerra Civil de España, provocada por el Golpe de Estado que Francisco Franco propinó a la República en 1936; y que su ingreso a Primer Grado en la Escuela Buenaventura Corrales (el célebre Edificio Metálico) tuvo lugar en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial.  En vista de todo lo cual, las brujas se apuraron a hacerle un horóscopo que se parecía a los de Alejandro Magno y Napoleón; y a ello se debió también que, no superada su adolescencia, fuera inscrito y pasara su buena temporada como cadete de la Academia Militar de La Salle, en Long Island, Nueva York. Pero así como, unos años antes, los esfuerzos de los Padres Paulinos del Colegio Seminario habían logrado convertirlo en agnóstico, los rudos oficiales neuyorkinos lo hicieron irrevocablemente pacifista y anti-militarista.

    2.-  La Generación que ve transcurrir su primera infancia en la Década de los Treintas; que suma las estrecheces económicas de la Segunda Guerra a las de los estertores de la Gran Crisis del 29;  que se alfabetiza durante la transición del Liberalismo Olímpico de don Cleto y don Ricardo, hacia las Garantías Laborales cristiano-socialistas de Calderón, Mora y Sanabria y el diseño del Estado Empresario de Figueres, Martén y la flamante Social-Democracia; que asiste a las aulas universitarias durante la ilegalización de Vanguardia Popular, la inicua represión del pensamiento marxista y la persecución implacable de comunistas y sindicalistas de izquierda, en plena Guerra Fría (que todavía no ha cesado); es la misma generación que crece viendo surgir y multiplicarse alrededor de su País dictaduras sangrientas con los nombres de Ubico, Martínez, Carías, Somoza, Batista, Trujillo, Banzer, Gómez, Odría, Stroesner, Rojas Pinilla, Pérez Jiménez, a la sombra complaciente de los Estados Unidos.

    3.-  Rodrigo Madrigal, el Bueno, miembro de aquella generación, se inclinará significativamente por ese ejercicio crítico permanente que requiere el cultivo de las Humanidades y las Ciencias Sociales: primero estudia Economía en la Universidad de Costa Rica y en el Instituto Stevens de Hoboken, New Jersey; pero donde finalmente encuentra su destino es en la Universidad de París, cuando descubre las Ciencias Políticas bajo la égida de Jean Jacques Chevalier, René Dumond, Maurice Duverger, la legendaria Madame Bastide, François Bourricaud; donde tiene oportunidad de escuchar a Josué de Castro, a Raúl Prebisch, a Poulanzas; y allí se entera de que la Política es incomprensible si no se domina la Historia; si no se profundiza en la Filosofía, la Sociología, la Literatura.  Entonces, de la mano de Chevalier, estudia Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Rousseau, Voltaire; lee profusamente a Bertrand Russell, a Sartre, a Raymond Aaron, a Gunnar Myrdal, a Curzio Malaparte; y también a Dostoievski, Nietsche, Faulkner, Asturias, Carpentier; estudia el Marxismo y los procesos sociopolíticos latinoamericanos bajo la guía de Bourricaud; pero se deleita también con  Molière,  Balzac,  Flaubert y sobre todo con Maupassant; frecuenta la Opera y las Salas de Música, el Teatro, los Museos y la famosa Cinemathèque de Paris; y no abandona su guitarra clásica, que cultivó desde joven, por muchísimos años. Todo ello le dejará un hábito indeleble: leer constantemente, estudiar, investigar, reflexionar cada día; así como también le deja un talante específico que lo caracterizará a lo largo de la vida: modestia y rigor con el pensamiento propio, apertura y tolerancia con el pensamiento ajeno, matizados con aquella ironía que ha llegado a ser su segunda naturaleza.  En suma, para hacer honor a sus maestros, no más regresar de Francia, Rodrigo Madrigal, el Bueno, continúa su lectura sempiterna … hasta la fecha.

    4.-  Como ha sido señalado anteriormente, en la vasta temática de la Ciencia Política hay un problema que obsesionará a nuestro homenajeado desde el comienzo de sus estudios; el cual, por lo demás, ha merecido que se derramen torrentes de tinta sobre tablillas, pergaminos, papiros y papeles desde Protágoras hasta Chomsky; y es la cuestión del Poder.   Rodrigo Madrigal inicia una reflexión sobre el poder que discurre por años en sus lecciones universitarias y es un eje transversal en sus escritos:  ¿en qué consiste el poder? ¿todo poder es ‘político’ por su misma esencia? ¿puede concebirse el poder sin un recíproco sometimiento? ¿cómo se relacionan el Poder, el  Derecho y la Economía? ¿corrompe, inexorablemente, el poder? ¿podrá un día ser abolido el poder de las relaciones humanas?  Et cétera.

    Y como consecuencia de la dedicación prodigada al tema, sus variadísimas lecturas (sobre Historia Universal, Economía e Historia Económica y Financiera, sobre Estadística, sobre Historia Política y Militar, sobre Sociología y Psicología Social, etc.) han respaldado por años su reflexión alrededor de la teoría y la historia de los cambios políticos, así como de la biografía de los protagonistas de esos cambios en el Mundo Occidental en general, desde Cayo Julio Cesar hasta Charles de Gaulle, pasando por el Papa Alejandro VI, Robespierre, Lenin, Trotsky, Mussolini, Stalin y una multitud de personajes menores que sazonan sus frecuentes anécdotas; a escala mundial, repito, pero también abundantemente a escala costarricense y latinoamericana.

    5.-  Los cuatro tomos que recogen el pensamiento político de Rodrigo, expuesto  en más de cuatrocientas publicaciones, entre escritos periodísticos y ensayos de mayor envergadura, en un estilo claro con elementos deliberadamente morosos, perifrásicos (aunque a veces polémicamente duro y sarcástico), nos permiten medir y rastrear la amplitud de sus perspectivas y su voluntad constante de compartir, sugerir, estimular y contrastar polémicamente las ideas políticas en nuestro País y en la Región, a lo largo de medio siglo. 

    Querido hermano y mejor-amigo:  ciertamente muchas cosas han cambiado en el País y en el Mundo, pero no nuestros principios ni nuestros afectos.  Como cantaba Mercedes Sosa:

            Cambia, todo cambia …

            pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre,

            ni el recuerdo del dolor de mi pueblo y de mi gente.

    Muchas gracias por tu ejemplo, tu esencial honradez, tu enorme coraje.

(*) Walter Antillon Montealegre es Abogado y Catedrático Emérito de la Universidad de Costa Rica.

(Tomado y adaptado de la obra inédita de Walter Antillon: DE  RATONES  Y  LIBROS  <Of mice and books>. Viajes por mi biblioteca, número 46)

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2 COMENTARIOS

  1. Un recorrido, tan ameno como pormenorizado, acerca de los avatares de la larga y provechosa existencia de un hombre que se asumió como un hijo apasionado de su tiempo, el que como dice su primo Walter Antillón Montealegre también se tornó agnóstico como respuesta al autoritarismo eclesial, al que se enfrentó en una edad muy temprana, al igual que le sucedió con su vivencia militar en una academia militar neoyorkino que lo llevó a asumirse como antimilitarista y pacifista de corazón. El texto también da cuenta de los avatares sociopolíticos e incluso bélicos de las década del treinta y cuarenta del siglo pasado, las obsesiones y persecuciones de siempre contra las valerosas gentes que se atrevieron a pensar al menos en tiempos en que la reforma social y la expansión de la democracia ocuparon un lugar muy importante. Disfruté mucho con esa anécdota de los Rodrigos, el bueno y el malo, así como a lo largo de muchas décadas fui un apasionado lector de sus textos en la página 15 del diario La Nación (esos del NEGRUS). Su larga trayectoria intelectual que lo fue llevando a través de la filosofía y de la historia hacia el corazón de la ciencia política, de cuyos textos de los más diversos autores y sus discusiones más apasionantes se nutrió durante su estadía en Francia, los que supongo que habrán tenido una enorme importancia en la materialización del acto fundacional de la Escuela de Ciencias Políticas de la UCR, cincuenta y dos años, una entidad por la que han pasado numerosas generaciones de participantes en la vida política de este pequeño país centroamericano. Si bien, como dice Walter, es cierto que todo cambia según la letra de esa vieja canción, pienso que Rodrigo Madrigal Montealegre permanecerá en nuestros recuerdos y en nuestras reflexiones sobre una realidad tan amenazante como la que nos presenta en este nuevo siglo, en cuya tercera década nos vamos adentrando alarmados y casi sin darnos cuenta. Mi reconocimiento y gratitud hacia ambos, eso es lo que para mí no cambiará nunca.

  2. EN MEMORIA DE RODRIGO MADRIGAL MONTEALEGRE.
    Por Dr. Gustavo Gutiérrez Espeleta – Rector, Dr. Felipe Alpízar Rodríguez – Secretario Académico de Rectoría
    28 enero, 2022.
    Este martes 25 de enero, la Universidad de Costa Rica perdió una de sus luminarias: el profesor emérito Rodrigo Madrigal Montealegre.
    «El prólogo de las Obras Completas Fumarolas Políticas, publicadas justo antes de la pandemia, resume muy bien su perfil: “fundó una cantera de iconoclastas”. Don Rodrigo, siempre con su agudo sentido del humor, nos mostró las complejidades de la política y los riesgos del autoritarismo. Tuvo el don de la risa, del humor fino y un optimismo a prueba de la historia. Era capaz de denunciar los horrores de la guerra, los excesos de la globalización y el anarcocapitalismo, a la vez que nos recordaba que la política también es “el resultado del compromiso y la cooperación.”

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