viernes 19, abril 2024
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Un monumento para los próceres de la Campaña Nacional

Hace poco más de cuatro meses conmemoramos el bicentenario de la independencia de los países centroamericanos. Como es bien sabido, en contraste con lo acontecido en otros países latinoamericanos, ésta no solo fue incruenta, sino que además endeble, al punto de que dio margen al timorato y hasta burocrático titubeo de si se suscribía o no, de parte de Costa Rica. Sin embargo, algo muy diferente ocurriría 35 años después cuando, al utilizar a Nicaragua como “cabeza de playa” en el territorio ístmico, el filibusterismo esclavista personificado en la figura de William Walker atentó contra la libertad y la soberanía de nuestros cinco países. Fue entonces cuando nuestro pueblo empuñó las armas, conducido de manera visionaria y gallarda por su carismático presidente don Juan Rafael (Juanito) Mora Porras, secundado en forma determinante por los generales José Joaquín Mora y José María Cañas Escamilla, hermano y cuñado suyos, respectivamente.

Esa fue “nuestra verdadera independencia nacional”, como la calificó con acierto en su diario el sacerdote Rafael Brenes, uno de los capellanes de nuestras tropas. Y, por supuesto, tan significativa y singular gesta ameritaba ser inmortalizada mediante la forja en bronce de una imagen elocuente y poderosa, como lo es el hermoso Monumento Nacional, en el cual cinco mujeres —símbolos de cada una de las cinco repúblicas centroamericanas— expulsan al invasor, además de que el pedestal tiene adosadas grandes placas alusivas a escenas clave de la Campaña Nacional de 1856-1857. No obstante, proveniente de la mano del escultor francés Louis Carrier-Belleuse, dicha obra escultórica no fue inaugurada sino en 1895, es decir, 38 años después de que el propio don Juanito había propuesto la erección de un monumento conmemorativo de la mayor epopeya de nuestra historia.

En realidad, tal demora no es de extrañar, pues estas casi infinitas dilaciones parecieran ser típicas de nuestra idiosincrasia como pueblo, como lo ilustran otros casos afines.

Narro uno de ellos en el artículo Una estatua octogenaria (Nuestro País, 27-IV-09), en el que aludo a un hermoso busto en bronce de don Juanito, que esculpiera el gran artista cartaginés Juan Ramón Bonilla Aguilar. Concebido en 1912 con fines solemnes, terminó arrinconado y hasta vilipendiado en una bodega estatal. Por fortuna, hubo manos patrióticas que lo rescataron de manera oportuna, y dos años después, en medio de una gran festividad nacional, lo instalaron sobre un pedestal de mármol en la sobria tumba que desde el 15 de setiembre de 1914 —año del centenario de su nacimiento— alberga los restos del prócer, en el Cementerio General.

Otro caso aparece descrito en el artículo Mora y Cañas en la toponimia y la estatuaria nacionales, de Fernando González Vásquez, gran conocedor de nuestro patrimonio histórico; publicado en 2010, tuve la oportunidad de editar tan valioso texto, como parte del número monográfico Héroes del 56, mártires del 59, de la revista Comunicación, del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Ahí se consigna que, mediante el decreto legislativo No. 30, del 22 de julio de 1929, se ordenó la erección de una estatua ecuestre en bronce para honrar la memoria del general Cañas, la cual ha esperado casi 93 años sin concretarse.

No obstante, había una iniciativa previa, y mucho más ambiciosa, que incluía a este salvadoreño de nacimiento, pero costarricense por convicción y adopción. En efecto, el 17 de julio de 1876 (Gaceta Oficial, No. 30, 22-VII-1876, p. 1), el Congreso había resuelto erigir un mausoleo en el Cementerio General, para reunir en él las cenizas de cuatro auténticos próceres, cuyos restos habían deambulado por incontables rumbos desde el momento en que murieron.

Hasta ese entonces, los restos de don Juanito y Cañas habían sufrido un insólito periplo. Como es sabido, ambos fueron fusilados en Puntarenas, el 30 de setiembre y el 2 de octubre de 1860, respectivamente, y la intención de los emisarios del consejo de guerra nombrado por el gobierno de José María Montealegre era que sus cadáveres fueran lanzados al estero. Ante tan reprochable actitud, el cónsul francés Juan Jacobo Bonnefil los reclamó, los colocó en un bote y, en secreto, los inhumó en un punto de la zona de manglares donde estaba el llamado “panteón del estero”. Después de esperar seis años, el 20 de mayo de 1866 los exhumó ante testigos y los depositó en pequeñas urnas funerarias, que llevó a su casa en Puntarenas, y poco después colocó en una pequeña sala o capilla en su residencia de San José, donde permanecieron por 19 años, según lo afirma la historiadora Clara Luz Grillo de Chavarría en el libro El general José María Cañas (EUNED, 2010).

Dicha autora abunda en detalles al respecto, e indica que, preocupado por su propio estado de salud, una tarde de diciembre de 1884 Bonnefil trasladó las urnas a la capilla de El Sagrario —al lado de la Catedral Metropolitana—, para efectuarles el funeral pendiente. Ahí permanecieron varias semanas, hasta que, debido a un reclamo del jerarca eclesiástico Domingo Rivas Salvatierra, quien alegaba que estorbaban en la sacristía, se decidió enterrarlos pronto en el Cementerio General, la mañana del martes 13 de enero de 1885. Las cenizas de don Juanito se depositaron en una tumba perteneciente a su yerno Eliseo Jiménez Fernández, junto con los de su esposa Inés y otros parientes, en tanto que las de Cañas se colocaron en otra tumba, junto con las de su esposa Lupita y varios familiares. Cabe acotar que —como se indicó al principio—, desde 1914 los restos de don Juanito reposan en un bello y sobrio mausoleo, adornado con su busto.

Actividad conmemorativa ante el mausoleo de don Juanito Mora. Foto: Luko Hilje.

Estudiantes del Liceo de Costa Rica, frente al mausoleo del general Cañas. Foto: Luko Hilje.

En fin, transcurrieron 25 años para que sus familias pudieran enterrar a ambos héroes, aunque de manera discreta y desapercibida, a juzgar por el hecho de que, al revisar los diarios de entonces (La Gaceta y el Diario de Costa Rica), se capta que éstos no informaron nada al respecto.

Con el general José Joaquín Mora, la historia fue distinta. Si bien, tras los sucesos de Puntarenas, se libró del fusilamiento, se le condenó al exilio en El Salvador, donde murió unos tres meses después, el 17 de diciembre de 1860, agobiado por el trágico final de sus entrañables hermano y cuñado; fue enterrado en el cementerio de Santa Tecla. Sin embargo, al ascender al poder el general Tomás Guardia Gutiérrez, combatiente en la Campaña Nacional y enemigo jurado del clan Montealegre, tomó la iniciativa de repatriar sus restos, lo cual ocurrió el 9 de setiembre de 1870, un decenio después de su muerte. Aunque fueron sepultados en el Cementerio General, por alguna razón ignorada fueron exhumados el 12 de setiembre de 1954, junto con los de su esposa y cuatro de sus hijos, y trasladados a una tumba que es propiedad de los descendientes del expresidente Cleto González Víquez, como lo narro en mi artículo Las tumbas de los Mora (Informa-tico, 23-II-2009). En dicho mausoleo no hay siquiera una placa que mencione su nombre.

Ahora bien, cabe acotar que en el decreto de 1876 también se incluía al patricio Braulio Carrillo Colina, quien no tuvo relación alguna con la Campaña Nacional, pues para esa época ya había muerto. Derrocado en abril de 1842 por el general hondureño Francisco Morazán Quesada, soportó el ostracismo en El Salvador. Allá fue asesinado el 15 de mayo de 1845, en el poblado de Sociedad, en San Miguel, por un grupo organizado por el militar Domingo Lagos. Enterrado en el cementerio de San Miguel, sus restos fueron repatriados 127 años después, el 15 de mayo de 1972, y hoy reposan en un monumento erigido en el parque de San Rafael de Oreamuno, en Cartago, su cantón natal.

Nótese entonces que, provenientes de distintos destinos, los cuatro homenajeados por el decreto de 1876 compartían el peregrinar de sus errabundos restos, sujetos a numerosas peripecias.

Preocupado por lo ocurrido con el general Mora, tras la publicación de mi artículo Las tumbas de los Mora, en años recientes nuestro grupo cívico La Tertulia del 56 tomó la iniciativa de explorar la posibilidad de erigir un mausoleo para él y su familia. Se nombró una comisión, hicimos varias reuniones, se contactó a algunos descendientes de don Cleto, y con personeros de la Junta de Protección Social localizamos un amplio y apropiado espacio, muy cercano al mausoleo de don Juanito, para levantar ahí dicha cripta. Sin embargo, el asunto después no prosperó, lamentablemente, por razones ajenas a nuestro grupo.

Tumba donde reposan los restos del general Mora. Nótese al fondo el mausoleo de don Juanito. Foto: Luko Hilje.

Nos reconfortó, eso sí, que poco después, por interés del contertulio Raúl Francisco Arias Sánchez —historiador y el mayor conocedor de la Campaña Nacional—, se logró que, con la colaboración de la Municipalidad de San José, Fundecooperación para el Desarrollo Sostenible y la Compañía Nacional de Fuerza y Luz, se colocara un hermoso hito frente al punto donde nació don Juanito, el cual se inauguró el 30 de setiembre de 2009. Asimismo, tiempo después él promovió un proyecto para levantar un monumento a los Mora y a Cañas, al igual que a todos los héroes de la Campaña Nacional, en el bulevar que conecta el Parque Central con el edificio de Correos y Telégrafos; auspiciado por el Club Unión, el Ministerio de Cultura y Juventud y la UNESCO, el alcalde capitalino Johnny Araya Monge le dio su aval y su apoyo, pero después —por motivos ignorados— lo dejó esfumarse.

No obstante, por fortuna, como fruto de los empeños de la Academia Morista Costarricense, liderada entonces por el connotado intelectual Armando Vargas Araya, y con fundamento en el célebre decreto de 1876, en 2016 se logró que la Asamblea Legislativa aprobara un muy significativo proyecto, afín a las propuestas previas, pero de mayor envergadura.

En efecto, gracias a una propuesta de su presidente Rafael Ortiz Fábrega, el 27 de abril de 2016, el Directorio Legislativo dio el aval para que en el cuadrante que por muchos años albergó al Colegio Nuestra Señora de Sión —hoy propiedad de la Asamblea Legislativa— se construyera la Plaza de los Próceres de la Libertad Don Juan Rafael Mora, al “habilitar como camposanto esta plaza exclusivamente para que en su mausoleo descansen, ante una llama eterna y en sendas urnas funerarias, las cenizas del capitán general Juan Rafael Mora, el general José María Cañas y el general José Joaquín Mora” (Artículo 36, Sesión extraordinaria No. 113-2016).

Todo esto es muy bueno, como una muestra de imperecedera gratitud hacia los principales próceres de la Campaña Nacional, en quienes están encarnados y simbolizados los incontables actos de entrega y heroísmo de los miles de costarricenses y extranjeros que en aquella infausta coyuntura defendieron nuestras libertad y soberanía. Sin embargo, lo que no está bien es lo ocurrido después, y que fue expresado de manera pública el año pasado, a propósito de la conmemoración, el 30 de setiembre, del 161 aniversario del fusilamiento de don Juanito y el general Cañas.

Efectivamente, la prensa recogió la noticia de que, por iniciativa de la Academia Morista y mediante un fideicomiso con el Banco Nacional, en los próximos meses se comenzará una amplia campaña para recaudar donaciones de personas y empresas, con el objetivo de financiar la construcción de un “un imponente monumento de bronce, de tres figuras a caballo. Una será la de Juan Rafael Mora Porras, otra el general José María Cañas y la tercera del hermano de Mora, José Joaquín Mora Porras”, a la cual se sumarían un museo en su honor y un parqueo subterráneo. De nuevo, todo eso es loable, pero nótese que se cambió el sitio, del antiguo Colegio de Sión, al Parque de La Merced, que en realidad se llama Parque Braulio Carrillo, auténtico estadista, calificado por algunos historiadores como el gran arquitecto del Estado costarricense.

La verdad es que en esos días yo estaba atareado en otros asuntos urgentes, alejado de los diarios y de la televisión, y no me percaté de este anuncio. No fue sino cuando el Dr. Freddy Pacheco León, colega biólogo y entrañable amigo desde los días de estudiantes universitarios y después como profesores desde los tiempos fundacionales de la Universidad Nacional, me contactó, para conocer mi opinión al respecto.

Freddy, quien ha sido siempre un ejemplar ciudadano, especialmente como un tenaz y valiente defensor de nuestros recursos naturales, así como un fiero opositor a los malos manejos en la administración pública —lo que lo ha convertido en muy incómodo para algunos e incluso en víctima de amenazas—, antes de consultarme ya había publicado en las redes sociales un vehemente reclamo, intitulado ¡Exigimos debido respeto a don Braulio! En dicho texto, condensa de manera acertada los innumerables aportes de este prócer, a quien desde niños nos enseñaron a respetar. Y, si alguien tuviera dudas sobre la labor de tan visionario y riguroso líder político, puede consultar el libro Carrillo: una época y un hombre (1835-1842), de la recordada historiadora Clotilde Obregón Quesada, así como la exhaustiva trilogía que, con la colaboración de varios colegas, preparó el también historiador José Hilario Villalobos Rodríguez: Braulio Carrillo en sus fuentes documentales, Braulio Carrillo: el estadista, y Braulio Carrillo: episodios de su vida pública y privada.

Coincido plenamente con Freddy en que es inaceptable erigir un monumento a los próceres de la Campaña Nacional a costas del despojo de don Braulio de ese espacio público, en cuyo centro se yergue su estatua; por cierto, es una estatua más bien fea, poco digna del homenajeado. Sin duda, ese espacio pertenece a la memoria de Carrillo desde inicios del siglo XX, cuando mediante el decreto No. 55, del 15 de agosto de 1904, el Congreso aprobó “la adquisición de la manzana llamada de El Mesón y formar en ella una plaza pública nacional, que se llamará Plaza de Carrillo” (Colección de Leyes y Decretos de Costa Rica, 1904, tomo II).

Pero… ¿se puede hacer algo para evitar este dislate histórico? Por supuesto que sí, incluso de carácter legal. No obstante, lo ideal es hallar una solución sensata, racional y conciliatoria, que satisfaga a todas las partes involucradas en esta iniciativa. Y, al respecto, presento aquí dicha opción.

Aunque San José posee pocas áreas verdes y parques —quien lo dude, puede captarlo de manera instantánea en una imagen aérea de la capital, por Google—, en realidad ya se cuenta con un espacio que sería apto para establecer la Plaza de los Próceres de la Libertad Don Juan Rafael Mora que, por el conjunto estatuario que contendría, me parece que más bien debiera llamarse Plaza de los Próceres de la Campaña Nacional. Dicho espacio corresponde al actual Parque General José María Cañas, localizado frente a la estación del Ferrocarril al Pacífico, el cual fue inaugurado el 8 de abril de 1956, en la conmemoración del centenario de la Campaña Nacional. En la actualidad ahí hay un pedestal sobre el cual reposa un busto de Cañas, labrado en piedra por el extinto escultor Juan Rafael Chacón, mientras que una placa dice: Año Centenario 1856-1956 / Parque General José María Cañas / Homenaje de Municipalidad de San José.

Dicho espacio es bastante plano, más o menos de las mismas dimensiones del Parque Braulio Carrillo, con la ventaja de que es rectangular, de modo que el conjunto escultórico de imágenes ecuestres posiblemente adquiriría mayor esplendor y magnificencia. Además, cambiar su nombre sería más sencillo —una vez que lo sugiriera y aprobara el Consejo Municipal, y lo avalara la Comisión Nacional de Nomenclatura—, debido a que su significado histórico es plenamente congruente con el actual.

Vista parcial del Parque General José María Cañas. Foto: Luko Hilje.

Asimismo, no debe olvidarse que aunque Puntarenas, lugar de destino del antiguo tren —que ojalá algún día resurja con todo vigor—, se asocia de manera luctuosa con don Juanito y Cañas, allá se les ha rememorado y homenajeado con el Parque Mora y Cañas, construido en el antiguo predio de Los Jobos, donde fueron fusilados. No obstante, ellos además tuvieron importantes vínculos con dicha localidad. Al respecto, fue en el gobierno de don Juanito cuando dicho punto geográfico dejó de ser una comarca para convertirse en ciudad, mediante un decreto del 17 de setiembre de 1858. Por su parte, entre 1850 y 1855 Cañas fue el gobernador de esa comarca, y desde 1844 había ocupado otros puestos públicos, que lo hicieron granjearse el respeto y el cariño de los lugareños, al punto de que incluso erigieron un obelisco de madera con su apellido, en el actual Parque Victoria.

Un elemento adicional a favor de edificar la Plaza de los Próceres ahí, es que recientemente se construyó la Estación de Bomberos Metropolitana Sur frente a todo el costado norte de ese parque. Ello significa que, de manera directa o indirecta, las estatuas estarán vigiladas durante las 24 horas del día, con lo cual se estaría disuadiendo a quienes suelen vandalizar íconos y otros bienes en la capital.

Aún más, si no bastaran estos argumentos, cabe destacar que el proyecto de construir un parqueo subterráneo debajo de la Plaza de los Próceres —planteado por el alcalde Araya—, podría ser viable, así como una muy buena opción económica, ante la alta demanda de ese servicio, si es que prospera la actual iniciativa gubernamental de establecer un tren eléctrico interurbano en la gran área metropolitana. Además, la consiguiente emisión de grandes volúmenes de polvo, así como de continuos y muy molestos ruidos derivados de las excavaciones inevitablemente asociadas con dicha construcción, no representarían una molestia tan grande, en comparación con la posibilidad de que el parqueo se hiciera en el Parque Braulio Carrillo, dada la presencia del Hospital San Juan de Dios en su costado oeste.

Para concluir, deseo aclarar que, inducida de manera oportuna por el ciudadano Freddy Pacheco, esta propuesta mía es de carácter estrictamente personal y cívico, sin relación con el grupo La Tertulia del 56; la hago pública hoy, 8 de febrero de 2022, día en que se celebra el 208 aniversario del natalicio de don Juanito. A su vez, confío en que los directivos de la Academia Morista Costarricense —en cuyos inicios participé, y en la que conservo muy queridos amigos—, la sabrán valorar, para tomar una decisión justa y acorde con el espíritu de aquel decreto legislativo de 1876, con el que se decidió honrar a don Juanito, el general Cañas y el general Mora, al igual que a ese excepcional patriota y conductor político que fue don Braulio Carrillo.

(*) Luko Hilje Q. (luko@ice.co.cr)

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