El Párkinson es la enfermedad neurológica que crece más rápidamente a nivel mundial. Dr. Bastiaan R. Bloem
Tú (quizás) también tendrás Párkinson. Existen evidencias de que esta enfermedad está relacionada con el uso de los pesticidas para la agricultura, que el ser humano utiliza de un modo irresponsable. El canal de noticias alemán Deutsche Welle (DW) presenta, en 2021, una investigación realizada sobre el avance de la enfermedad de Párkinson en Alemania, y pone en valor la lucha de sus afectados para que se reconozca su relación con los pesticidas. También entrevista al Dr. Bas Bloem, neurólogo de la Universidad de Radboud, en los Países Bajos, quien afirma que, técnicamente, esta enfermedad está adquiriendo la forma de una pandemia y la causa apunta al ambiente; así como a la epidemióloga Beate Ritz de la Universidad de California, en Los Ángeles, que, junto a otros investigadores, ha demostrado la relación entre esta enfermedad y el uso intensivo de pesticidas en el Valle Central de California, la zona de mayor producción de hortalizas de los EUA. DW titula este trabajo ¿Veneno en la tierra? Entre sus hallazgos, destaca la dificultad de reconocer esta enfermedad por parte de quienes se benefician del uso de los pesticidas, a los ojos, incluso, de los propios agricultores.
En esta línea, se encuentra el trabajo «Variantes genéticas del transportador de dopamina y pesticidas en la enfermedad de Parkinson«, que Ritz trabaja junto a Angelika D. Manthripragada, Sadie Costello, Sarah J. Lincoln, Matthew J. Farrer, Myles Cockburn y Jeff Bronstein, que concluye que la variabilidad genética del transportador de dopamina y la exposición a pesticidas interactúan para aumentar el riesgo de contraer el Párkinson. La dopamina es una hormona neurotransmisora del sistema nervioso central, y cuando las neuronas dopaminérgicas que la producen degeneran, por la razón que sea, se desarrolla el Párkinson, perdiendo el control de los movimientos voluntarios. Una relación puede ser debida a la exposición a pesticidas.
Pero el alcance del problema es mucho mayor, no se trata solamente del Párkinson. Apunta al mal uso de la tecnología cuando ésta sobreestima las consecuencias del impacto que genera en la vida, de todo el planeta, para obtener beneficios. Y lo que es peor, precisamente por este motivo no se realiza un seguimiento adecuado. De hecho, se ignora.
La tecnología es buena y mala. Buena cuando mejora las cosas, mala cuando las deteriora. Y, por lo general, lo hace para beneficio socioeconómico, que la política pública (y la empresarial) legitima. Pero de eso no se habla. La discusión no es si es buena o mala. La tecnología es objeto de fetiche, como lo es el beneficio económico y material que seduce al ser humano.
Cuando el ser humano invierte en tecnología no lo hace, necesariamente, pensando en el bien común universal. Lo hace para dar forma a proyectos que se acepten, y sean viables, a los ojos del capital empresarial (que tutela la economía política).
Veamos ejemplos simples, y evidentes:
La tecnología es buena si facilita, por ejemplo, crear fuerza para las máquinas. El combustible fósil es el capital y la tecnología lo convierte en valor. Son, además un motor económico. Pero es mala cuando parece que rellena el aire de dióxido de carbono y llena de plásticos la tierra y el agua, hasta el punto de crear un desastre climático y ambiental sin marcha atrás.
La tecnología es buena si facilita, por ejemplo, extraer materiales que permiten desarrollar la industria. Las minas son el capital y la tecnología lo convierte en valor. Son, además, un motor económico. Pero es mala cuando en este proceso se extraen materiales tóxicos que se filtran en la tierra, mar y aire, hasta el punto de crear una intoxicación a gran escala con efectos adversos para el medio ambiente y la salud biológica.
La tecnología es buena si facilita, por ejemplo, la alimentación del ser humano (y de la industria ganadera). Los fertilizantes son el capital y la tecnología lo convierte en valor. Son, además, un motor económico. Pero es mala si crea plantaciones que implican destruir bosques y sistemas biológicos y aplica formas de estrés agresivas sobre los animales y las plantas que serán comidos por el ser humano, mientras contamina la tierra, el agua y el aire. Pero se acepta porque es capaz de matar los insectos y los hongos que amenazan a las plantaciones. Luego, se considera un mal menor la evidencia de que intoxica al ser humano y ataca al sistema nervioso. Los efectos son devastadores, y uno de ellos apunta al Párkinson.
En los tres casos simples descritos la tecnología es buena y es un desastre ecológico, también para el ser humano. Destruye la vida. Si seguimos así, tendremos un mundo moribundo con todos los sistemas biológicos contaminados. De hecho, este proceso ya ha empezado. Con mayor o menor intensidad, quemaremos todo el combustible y el cambio climático será implacable, implantaremos una agricultura intensiva que solo reconocerá los vegetales y los animales necesarios para el ser humano, y esparciremos todos los materiales tóxicos por todas partes mientras luchamos para sobrevivir, idealizando la tecnología. Quizás sobreviviremos, pero no habrá una vida sana. El Párkinson continuará siendo una enfermedad al alza y, claro, un problema más. Pero no el principal. Cuando ya no quede vida sana la lucha será más violenta, y cruel, de lo que ya es ahora. La tecnología, en este caso la biológica y militar, hará estragos.
Tú (quizás) también tendrás Párkinson, y (seguramente) vivirás otras desgracias debidas a las posibilidades que nos brinda la tecnología empleada (de un modo irresponsable) para el desarrollo de capital económico, en nombre del bienestar, y contra él.
(*) Andreu Marfull Pujadas, Profesor en Planificación y Geografía Urbana a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México.
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