viernes 19, abril 2024
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La guerra, un fratricidio que no debemos consentir

En tiempos de paz, los romanos de la época imperial cerraban las puertas del templo de Jano. En la guerra, las abrían para liberar los poderes de la divinidad que daban un valor sobrenatural a los guerreros. Si esta tradición se hubiera perpetuado, las puertas de Jano estarían entreabiertas. Hoy, incluso, en tiempos de paz, la guerra nos acecha. Lejanas o próximas, frías o calientes, civiles o contra el terrorismo, contra las drogas y los virus, contra el cambio climático y los ciberataques… La guerra se ha vuelto nuestro horizonte insuperable. La paz es solo una pausa, una tregua. Es una situación miserable que no deberíamos aceptar.

En muchas mitologías el fratricidio es un acto que legitima la guerra posterior. Cain y Abel en la tradición hebrea. Osiris y Seth en la mitología egipcia. En las leyendas de la India, Indra y Vitra. En Roma, Rómulo mata a Remo….  El problema es que las mitologías que conocemos son relatos relativamente recientes. No cubren más allá de 10 000 años, mientras que la aventura del Homo sapiens ocupa por lo menos 200 000 años. Pero, no en todas las mitologías se consume el fratricidio. El mito K’iche del Popol Vuh propone otro modelo, los gemelos Junajpu y Xb’alanke transmutan la violencia original al bajar al inframundo, rompen los patrones impuestos por las generaciones pasadas y vuelven a caminar juntos en el cielo. El fratricidio no es entonces una fatalidad.

Un cuento chino.

Un relato atribuido a Tchouang-Tseu, que data de hace 2500 años, cuenta las entrevistas que Ying, monarca del reino de Wei, mantiene tratando de encontrar la mejor respuesta ante la agresión que acaba de sufrir por parte del vecino reino de Ts’i. El monarca Ying reúne a sus consejeros y les informa que ante la flagrante violación de los tratados de paz no ve otra solución a la de enviar un matón para que castigue al atrevido reyezuelo del reino violador. Primero el general Kong-souen interviene. Dice que está de acuerdo en que hay que darle su merecido al temerario monarca, pero no mediante un sicario, lo cual es vil e indigno para el reino de Wei. Acto seguido, le pide al rey Ying 200 000 hombres para comandar una expedición especial. -Semejante tropa destruirá las carreteras, los puentes, los canales, las murallas que hemos construido en dos décadas de paz, dice el Alto Consejero Ki-tseu, además los campesinos y obreros que participaron en las obras se rebelarían contra su majestad, y ni qué decir de los damnificados. Un tercer consejero irrumpe burlándose de las propuestas que acaba de escuchar. -Su majestad, dice Houa-tseu, no conviene escuchar ni al General que es un perturbador belicista, ni al consejero Ki-tseu, que es un saboteador pacifista, pero tampoco hay que escuchar a aquel que denigra a los dos Altos Consejeros, pues ése también es otro saboteador. Ante tal desconcierto, el monarca manda entrar al mendigo que espera frente al palacio y que tiene la reputación de ser un santo. Para el zarrapastroso la única alternativa es obedecer las leyes del Tao y trata de explicarlo. Hay que observar un caracol. Este animal lento y paciente tiene dos cuernos que son rápidos e impacientes. En el cuerno derecho hay un reino llamado Barbarie. En el derecho hay otro llamado Agresión. Los dos reinos pasan la vida en ciclos de paz y de guerra. Los cuernos ignoran que forman parte de un mismo cuerpo. Ocupados, no escuchan la respiración ni el corazón del caracol. En la tierra hay muchos reinos, en uno de ellos hay un palacio, en el palacio está el trono de su majestad, el rey de Wei cuyo reino fue atacado por el reino de T’si que es Agresión. Antes de salir del salón real, el mendigo miró al rey Ying y le dijo: -y usted es el monarca del reino de Barbarie.

La guerra es siempre un fratricidio.

Lo que se destaca en el relato de Tchouang-Tseu es que la aparición repentina de la guerra se puede achacar a una especie de mimetismo que conduce a los líderes a repetir recetas que siempre desembocan en la confrontación bélica. Por otro lado, el relato recalca que la ignorancia de nuestra condición, del hecho de que somos parte de un todo, nos precipita a optar por la violencia. Tchouang-Tseu nos dice que la guerra siempre es un fratricidio. Los dos reinos pertenecen al mismo caracol y no lo saben. El caracol podría ser una metáfora de nuestra Pachamama, nuestra Tierra madre. Para los griegos, la tierra, Gaya o Gaia era el más grande de todos los organismos vivos que podían imaginar. En el relato precedente, actuar siguiendo el Tao sería tomar consciencia que todos los reinos son interdependientes (el animal, el vegetal, el mineral, el humano). Ignorar que somos parte de un todo, olvidar que todos compartimos una común (y mísera) condición humana es una de las lecciones de la Ilíada, la epopeya fundacional del Occidente.

La violencia de la fuerza desvela la fraternidad entre troyanos y griegos

El verdadero protagonista de la Ilíada es la fuerza, escribe la filósofa Simone Weil. La fuerza cuya violencia convierte todo lo que toca en cadáver trata a todos los hombres por igual. Ningún hombre, por muy noble o héroe que sea, logra escapar a su impacto. Todos se rinden ante la fuerza cuya violencia desaloja el alma del cuerpo, volviéndolo un cadáver, convirtiéndolo en una cosa inanimada. La epopeya griega es una gran advertencia sobre nuestra miserable condición humana. Todos los héroes caen por exceso de orgullo y odio, por haber humillado a sus víctimas, por haber menospreciado al vencido, por haber olvidado la violencia cometida, por olvidar lo efímera que es la victoria. En la Ilíada se repite sin cesar el eco de un adagio que aparece también en la Biblia: “el que a hierro mata a hierro muere”.  La humanidad ha olvidado la gran lección de la Ilíada. El occidente medieval cantó la miseria humana en los dramas de amor, pero en los de la guerra se inspiró de Roma. Los romanos despreciaban a los extranjeros, humillaban a los enemigos vencidos, los convertían en sus esclavos. Los romanos no tuvieron epopeyas como la Ilíada, las remplazaron por los combates de gladiadores en el circo. La Eneida, que es una imitación de La Ilíada, no alcanza el valor universal debido a su patriotismo de campanario. Tanto la conquista de América como la subsiguiente occidentalización de una gran parte del mundo se hicieron con el genio “empresarial” de Roma. Los colonizadores europeos no tuvieron ni respeto, ni piedad por los nativos vencidos.  

Construir un pacifismo de resistencia

Un antiquísimo cuento tibetano relata la conversación entre un abuelo y su nieto quinceañero, al cual su padre conmina a seguir la tradición familiar del trabajo agrícola. El viejo se esmera en convencer al joven de la importancia de aprender a desobedecer aquellas ordenes que niegan la esencia de nuestra alma, le insiste en lo imprescindible que es dejar por un tiempo su aldea para evitar heredar las enemistades de sus padres, los prejuicios de sus amigos, y para que, en la lejanía, el joven experimente lo que se siente ser un forastero.

Hoy más que nunca se necesita una ciudadanía que aprenda a respetar los equilibrios naturales y a desobedecer las conminaciones de los dictadores y de la publicidad consumista. Ante lo absurdo del mundo, oponer entonces la “desobediencia civil o cívica”, que los alemanes designan por el vocablo “Zivilcourage” o “coraje cívico”. No podemos seguir aplicando las tradiciones recetas de las que se burlaba Gandhi (“ojo por ojo y todo el mundo terminará ciego”).

El pacifismo no es la inacción. Es necesario actuar e imaginar una nueva organización internacional bajo la égida de una ciudadanía crítica y empoderada. Gracias a Internet, por la primera vez en la historia de la humanidad se podría realizar este sueño. Solo una ciudadanía mundial capaz de garantizar la defensa de todas las formas de vida (animal, vegetal y humana), daría hoy una esperanza y mostrarían el camino. Es insensato seguir dejando el destino del planeta en las manos de nuestra ONU, que es una institución anacrónica y dominada por países y grupos económicos que se lucran con los negocios más contaminantes y mortíferos, como la venta de armas, la petroquímica y los pesticidas. Aprovechemos la experiencia histórica y tecnocrática de las instituciones internacionales actuales, pero inyectémosle una buena dosis de utopía, para que el fratricidio deje de ser nuestro destino.

Foto: Monumento en la Plaza de la Republica de Estrasburgo. Para honrar a las víctimas de la primera y segunda guerra mundial, se ha erigido una Pietà  laica que representa a una madre  que sostiene en su regazo a sus dos hijos moribundos. Uno es alemán y el otro francés, están casi desnudos, ya no llevan uniforme para distinguirlos. Han luchado el uno contra el otro y ante la muerte finalmente se unen, se dan la mano.

 

(*) Enrique Uribe- Carreño es Carreño es profesor en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Estrasburgo, Francia.

 

 

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