jueves 28, marzo 2024
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Libertad para Julian Assange

Los estados y los gobiernos tienen secretos. Siempre ha sido así.  Dicha información se considera propiedad del gobierno, como lo es mi pasaporte estadounidense.  Es algo que no me gusta, que juzgo con muchas reservas, aunque sea una atribución  legal y una práctica universal entre todos los estados y que los gobiernos guardan con celo.  Este comportamiento -en unos casos más y en otros menos- sucede sin distinciones ideológicas.

Sin embargo, ¿deben estas franquicias contener límites?  Pienso que sí.   Las autoridades públicas, así como los funcionarios de inteligencia como los militares, no deberían usar este furtivo sigilo para encubrir actos indebidos, sus propios crímenes o el  de sus aliados.  Pero lo hacen, cubiertos por los múltiples velos de ilegalidad y hasta de legalidad. Perturba este hecho al  espíritu democrático que debe brillar en cada ciudadano.  Ser omiso al respecto significa contribuir en la proporción que sea a dar vía a la maldad sin rostro. Un secretismo ilimitado estimula la tiranía y burla el ojo moral de la opinión pública tanto como el escrutinio del juez imparcial. ¿Qué debe hacerse cuando un gobierno delinque o viola los derechos humanos y tales actos se ocultan adrede?  Un ser humano digno debe procurar hacerlas públicas. Y en esto consiste la vendetta de Washington contra el ciudadano australiano Julian Assange, fundador de WikiLeaks, que será extraditado a los Estados Unidos desde una cárcel londinense de máxima seguridad. Diré unas cuantas cosas al respecto que espero puedan captar curiosidad y  suspicacia respecto al “affaire Assange”.

¿Cuál es el destino del periodismo investigativo?; ¿qué se hace con las fuentes que revelan secretos oficiales?; ¿de cuáles libertades gozan los medios de información que publican información vedada al público?; ¿son necesarias para el bien ciudadano la existencia de plataformas cibernéticas que expongan información clasificada como lo hace WikiLeaks? Las preguntas son muy relevantes si uno se percata que hoy las grandes luchas por el poder  tienen lugar en el espacio cibernético. Asistimos a una realidad donde el poder oficial busca encubrir sus maldades e ineficiencias ante el temor de ser descubiertas. Por otra parte, tan masiva y sofisticada tecnología le ha servido a gobiernos y corporaciones capitalistas el poder invadir el espacio privado de los ciudadanos. Esto en sí mismo es una amenaza a  las libertades íntimas y colectivas que el ciudadano aprecia.

Vivimos vigilados, aparentemente sin mayores consecuencias, pero lo estamos. Los poderes formales y también los fácticos nos miden en todo  y estamos  al alcance  de estos, sea de día, sea de noche. Ni muertos dejamos de existir.  Esto es lo que nos propone el proyecto orwelliano del siglo XXI.  Su cuestionamiento es la necesaria respuesta de los espíritus libres. Constituye el nuevo gran reto de la democracia aun en sociedades democráticas que ceden ante las insolencias autoritarias.  Preocupa, también, el brazo largo de los fiscales estadounidenses, que llega donde sea y contra quien sea, estableciendo de facto una jurisdicción territorial y universal a través del abuso de los convenios de extradición como en el caso de Assange.

Si no fuera por Assange, Manning, Snowden, Ellsberg, entre otros, no sabríamos de las atrocidades cometidas por el gobierno estadounidense en Irak, Siria, Cuba (Guantánamo), Afganistán y en otros lugares.  En lo que expongo no soy neutral. Mis lealtades son las siguientes: la justicia, la paz, la transparencia, la libertad y la compasión.  Se trata de deberes morales que debieran siempre ocupar la cima en el escalafón de cualquier intervención cívica.  Expresan principios superiores que no deben ser ajenos a ninguna democracia. Invocan valores naturales que son superiores a la ley injusta, al juez injusto y al veredicto injusto.

¿Por qué menciono a los regímenes democráticos?  Porque con mucha frecuencia las democracias no están a la altura de sus  propias promesas, es decir, porque han devenido en inconsecuentes. El termómetro de la democracia hay que medirlo a cada instante y para eso existe el ciudadano que debe denunciar los abusos y atropellos del poder, cualquier poder.  Hace poco tiempo un grupo de ciudadanos nos hicimos presentes ante el consulado británico en Cambridge, inmerso en la flamante vecindad del Instituto Tecnológico de Massachusetts.  Protestamos la decisión inglesa contra Assange porque creemos en la transparencia a la que están obligados los gobiernos, porque saludamos las libertades del periodismo, porque demandamos que el público tenga acceso a hechos y verdades.

En esta empresa no estamos solos. Assange es un prisionero político. Así lo reconocen Human Rights Watch, Amnistía Internacional, Periodistas sin Fronteras, el Sindicato Nacional de Periodistas del Reino Unido, Pen International, etcétera, etcétera. Como Costa Rica al parecer es un país que se preocupa por la libertad y los derechos humanos, caería bien que el Colegio de Periodistas, la Asamblea Legislativa y los expresidentes de la República se pronunciaran en favor del derecho fundamental de la libertad de prensa y en defensa de Assange.

Debo a Octavio Paz mis convicciones libertarias que en este espacio les he compartido. Dice la célebre alma mexicana: “La libertad no es ni una filosofía ni una teoría del mundo; la libertad es una posibilidad que se actualiza cada vez que un hombre dice No al poder, cada vez que unos obreros se declaran en huelga, cada vez que un hombre denuncia una injusticia. Pero la libertad no se define: se ejerce. De ahí que sea siempre momentánea y parcial, movimiento frente, contra o hacia esto o aquello. La libertad no es la justicia ni la fraternidad sino la posibilidad de realizarlas, aquí y ahora. No es una idea sino un acto. La libertad se despliega en todas las sociedades y situaciones pero su elemento natural es la democracia. A su vez, la democracia necesita de la libertad para no degenerar en demagogia”.

 

¡Libertad para Julian Assange!

(*) Allen Pérez es Abogado

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2 COMENTARIOS

  1. En este mundo de los contrasentidos se emerge y agiganta la figura del australiano Julian Assange, el cual desgraciadamente las pregonadas democracias y los cientos de prédicas a los derechos humanos y libertades de expresión se derrumban, al permitir con nuestro silencio mundial “legalizar”, juzgar a un valiente y atrevido que no tuvo el empacho de cantar cuatro (millos) verdades. Se sabe y debemos tener claro lo buscado con tal metódica persecución al instaurar un vil, funesto precedente y advertencia a toda la comunidad mundial periodística que les pasaría si tuviesen otros, el sacar o ventilar más trapos sucios. Las supuestas comunidades progres, cultas y de avanzada nos están demostrando, además, de su impotencia ante la seguridad cibernética -que de seguro veremos en la guerra por venir- su rastrera inmoralidad con su doble discurso cuando a diario predican. Con todo ello, la balanza ante los enemigos del frente se desequilibra y ya va siendo hora que Costa Rica se pronuncie al respecto, por cuanto el corrupto poder político y principalmente en las dos últimas administraciones diría, muy cómodas con seguir tapando este monumental pastel australiano, ya que tenemos también muchos, bastantes chuicas sucios en nuestro país; no fue casualidad ahora, los tales ciber-ataques, días antes de R. Chaves R. Aunado a ello, veamos el total y absoluto mutismo, donde hasta briosos periodistas, por evitar la purga por desempleo se ven refugiados como conejos en sus madrigueras. EEUU corre hoy un grave riesgo, como sería aplicar de nuevo la guadaña, como sería eliminar a J. Assange. Ya veremos si la Haya, sigue en órbita.

  2. Assange se metió en problemas con Ecuador cuando defendió la lucha de autodeterminación del pueblo catalán. Se le dijo que «nada de política», cuando el desafío era dar voz a un contra-poder ciudadano frente a un Estado. Eso es lo que temen: empoderar a la sociedad. Cayó Catalunya y cayó Assange.

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