jueves 28, marzo 2024
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La palabra: globalismo y cultura en Costa Rica

Afirmo que la actual dictadura humana que es global, ejercida por los oligarcas  del planeta contra las masas de toda nación (junto a sus ejércitos, legisladores, jueces, y otras criaturas miméticas), constituye un deshumanizado despropósito porque nos roba vida, fechoría que deja en  abyecta miseria lo sublime y a la belleza en paños menores.

Pocos, quizás, se hayan preguntado por la relación de “la palabra” con la justicia social y la equidad, o, sobre los vínculos que puedan existir entre estética, libertad y comunidad. En este texto, he circunscrito con ligereza los términos “palabra”, “cultura” “estética “y “literatura” como los relacionados a la creación narrativa ficcional y a la lírica, ambos casos referidos a sus formas escritas y orales.   Esta consideración es arbitraria, porque es en lo que estoy pensando y lo que me impulsa a escribir este artículo. Lo cierto es que la palabra también acoge otras expresiones del alma.  Creo que mi subjetividad queda perdonada si de antemano se justifica a beneficio de la propia lectura y del lector.

Mi tesis es que el neoliberalismo impuesto a los países subalternos -Costa Rica es un caso- multiplica malos resultados en términos de educación y cultura, deficiencia que se traduce en pobreza espiritual. Entre los grandes sacrificados de esta desidia están la escritura y la comprensión de lectura, es decir, la PALABRA, por lo que vale preguntarse sobre sus posibilidades de cultivo y germinación en las costumbres colectivas. Se afirma con razón que es en el intercambio cotidiano de la palabra -en su frescor silvestre y espontáneo- donde anida la promesa de su mejor perfil. Tal hermoso y vital suelo, exuberante en minerales y orgánicos secretos, parece haber desaparecido del habla costarricense.

En las redes sociales se nota un paladar por el insulto y una afición por el pensamiento muerto. La palabra -en su decoro creativo- como en otras anchas avenidas del arte y de la expresión cotidiana, son gemas que debieran distribuirse  en el collar común que nos identifica, virtudes a llevar a flor de labios. Hay que lucirlas y cuidarlas; se preservan, multiplican y heredan. Tal debe ser el destino del Verbo, tal es el material con el que se construye el ventajoso horizonte de una nación. Drástico es el ligamen entre la palabra y la democracia. Sin la primera, siendo el primer bien colectivo de una nación, la democracia deviene en famélica. De ímpetu y corpulencia debe revestirse el hábito comunicacional. Estas bondades se aprenden, se practican y se heredan a perpetuidad. La democracia en su plenitud no puede ser ella si exhibe tendencias en las palabras, los discursos y la imaginación. ¿Cómo, entonces, podríamos ser bellos?

El neoliberalismo desafía el flujo liberador de la palabra, no prohibiendo esta o aquella, porque en esto las democracias son comedidas o abiertas, sino influyendo negativamente en el potencial subjetivo del ciudadano común, aquejado en su libertad por una pléyade de trabas y angustias materiales. Entre estas cito: la escasez de dinero y el desperdicio del tiempo útil, tristezas alimentadas por el hiper cansancio físico y el desenfoque existencial.

¿Pero no acaso el globalismo ha abierto en grande las ventanas de la ilustración y del lenguaje decoroso? Sí y no. Nunca como ahora se ha publicado tanto libro que en la era digital se cuenta al alcance de las masas potencialmente lectoras. Autores de todo tipo se multiplican, los temas se ensanchan y no alcanzarán muchas vidas para leerse lo selecto de un tema o de un detalle. Parecido sucede en el universo audiovisual.  Pero tanto océano abierto no se refleja en la calidad de nuestro vocabulario, ni en la expresión oral y escrita, ni en las virtudes que ofrece la sindéresis, ni en la fuerza argumentativa del pensamiento lógico, ni en la libertad que significa el disfrute generalizado del texto ficcional y del lírico. La imaginación creativa está contra la pared porque es de pocos. En sí mismo esto es  antidemocrático, una negación de la cultura, porque las delicias del saber se disfrutan, principalmente, con la sacralización de un tiempo dedicado a este confort, asunto que no se favorece entre pueblos afligidos por  demandas de su precaria sobrevivencia y existencial extravío.

El acceso real (cuando las condiciones de subjetividad social son óptimas) a lo excelso de la obra humana, es negado primero a los pueblos no blancos como el nuestro. También puede ser esquiva para una gran cantidad de siervos que pueblan las tribus blancas del llamado mundo desarrollado.  En cualquier caso, todos los mundos participan de este embrollo. ¿Exagero?  Creo que no. El examen forense a sus víctimas yace a la vista: una pauperización de las habilidades comunicacionales tanto formales como estéticas.  El silencio se nos impone por falta de políticas públicas en un área que el Fondo Monetario Internacional no considera elemental. Se nos acalla. Un pueblo se esclaviza cuando ya no enhebra el flexible hilo de su lenguaje para decir hasta lo más sencillo. Más que palabras, el lenguaje refleja el espíritu de una nación. El lenguaje es madre y padre, es el porvenir. El despojo de nuestras habilidades comunicacionales es una agresión, una declaración de guerra, contra las fibras de lo que somos y aspiramos ser. Porque, ¿cuál pueblo no aspira a ser culto? Sin embargo, para el neoliberalismo esto es una veleidad, un antojo solo para ser consumido en la penumbra individual. Lo dice a gritos en su mutis.

En medio de la abundancia que existe en los países ricos, aún ahí los nuevos paradigmas digitales se subutilizan. Se exceden, claro, cuando se relacionan con el consumo y el vano entretenimiento.  La oferta no es poca en platillos alienantes. El teléfono celular es de hecho un espejo de nuestra propia sombra. Se entiende que el humano cargado por la angustia y hasta por el tedio cotidiano que agota, prefiera el acercamiento liviano que ofrecen las redes sociales y los enlatados noticieros. Pero de ello hay que sospechar cuando se hace un hábito inducido. Esto, por supuesto, es deplorable, porque tal disposición no nace desde la libertad o desde un entorno que fomente la autonomía. Nuestra libertad es relativa y no somos tan libres como lo suponemos o como lo pregonan los seguidores de un cierto platonismo iluso que tanto daño hace.

Todavía sigue siendo asunto de no muchos -globalmente hablando-  el disfrute pleno de las promesas del conocimiento y del arte. Este hecho solo refleja el apartheid educativo y cultural existente; es un espejo de la hambruna que a la palabra afecta. No abrigo, ni por asomo, algún reclamo hacia las almas privilegiadas que como ángeles caídos encarnan los oficios de Afrodita y Atenea; es todo lo contrario, pues alborozado saludo cada hálito de pasión creadora. Lo que señalo es mi lamento de que tanto disfrute no se haya universalizado pudiendo ello ser el caso y que el globalismo no lo cuente entre sus primeras responsabilidades.

El globalismo neoliberal es como Satán: llena su boca con ambigüedades, ironías y paradojas, como con ilimitadas incongruencias que brillan y lucen tentadoras, mientras que por otro lado, en los hechos, la pira se enardece con sus incontables sacrificios humanos que en este relato hace referencia al genocidio del espíritu. La historia de la tentación de Cristo me sigue impactando. Fueron 40 días de ayuno en el desierto bajo insoportables temperaturas y la hábil estratagema de su interrogador. Tentado fue el Maestro por las veleidades del oro falso y la farisea gloria.  De esta narración infiero una cierta actualización que cabe en nuestros tiempos. Puntea hacia un supuesto esplendor cultural que el globalismo ofrece a cambio de su propia y relativa infrautilización. Y esta falencia que parece libre de toda responsabilidad es, en el fondo, una negación concebida en “libertad”, en la pureza del mercado; pero se disimula el hecho de que proviene de poderes fácticos que ensamblan el globalismo neoliberal que hoy nos aflige.

Pero no todo es insensibilidad oficial. Por ejemplo, el Estado español aumentó en casi un 40% el presupuesto actual para Cultura, significando la mayor inversión desde que en 2009 el gobierno de Zapatero le inyectara recursos. ¡Ese socialismo sí me gusta y no en su versión OTAN! De ahí que el constante fortalecimiento de bibliotecas y museos sea un mandato para todo buen gobierno, sobre todo, si con ello se honran  promesas en favor de la cultura como compromiso democrático. Pero, claro, la cultura es una actividad que no solamente significa bibliotecas y museos. Ella también extiende sus brazos cuando invita al pueblo a ensayarse con el arte, a descubrirlo y a disfrutarlo en su propio hacer. La cultura es ante todo una experiencia.  En Costa Rica toca, por lo pronto, triplicar el presupuesto del Ministerio de Cultura.  Y en educación se impone la mayor de las prioridades: la derrota del analfabetismo funcional que tanto daño causa al país. La palabra, los dones comunicacionales, solo así podrán ser rescatados de su agonía. Y para que ello ocurra, se empezará desobedeciendo lo prescrito en las recetas del globalismo neoliberal.

(*) Allen Pérez es Abogado

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