miércoles 17, abril 2024
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Declinación del imperio y persistencia de lo cultural

La vida de los imperios, por más extensos y poderosos que hayan sido, cumple un ciclo de nacimiento, desarrollo y crecimiento, y de lenta pero inexorable extinción.  Ello puede durar decenios o siglos, pero es una especie de ley inexorable que se ha venido cumpliendo en nuestro planeta, al menos durante lo que conocemos como historia de la humanidad.  Y una de las características propias de la declinación es, precisamente, una mezcla de soberbia que se expresa en la creencia de que es excepcional y superior a todo lo que le rodea, y la violencia de quien se sabe debilitado y busca imponerse por la fuerza a todos los que, gratuitamente, considera sus enemigos.  Todo ello, claro está, conforme a las circunstancias históricas en que sucede la declinación y la conversión en una más de las naciones, lo cual puede tomar hasta un siglo de tiempo.

Ello sucedió al imperio romano, al imperio español, al imperio inglés, y muchos otros más de los que conocemos su evolución. Todos y cada uno , es necesario reconocerlo, aportó algo al desarrollo de la humanidad, de la misma forma que cometió atrocidades de diversa naturaleza durante su hegemonía.

A los que hemos vivido los últimos años del Siglo XX y los primeros del XXI, nos ha sido patente la declinación del imperio norteamericano, su soberbia inconmensurable (el destino manifiesto), y la belicosidad enfermiza con que promueve, realiza o alimenta la violencia hacia otras naciones. Y uno se pregunta: ¿A qué se debe ello? ¿Cuáles son los factores que promueven la decadencia?

En el caso que nos ocupa en la actualidad existen diversas fuerzas motoras que empujan hacia la declinación: la desaparición de una ideología motora de las acciones de sus gobernantes, y la sustitución por simples intereses, egoístas generalmente, que utilizan la fuerza para explotar los recursos de otras naciones en beneficio propio; la existencia en nuestro caso de especiales sectores de la actividad económica que sobreponen sus intereses por encima del de la propia nación y los de las demás; la declinación de las cualidades intelectuales de los gobernantes de turno; y la existencia de lo que ciertos autores denominan el poder oculto, poder que maneja incluso lo que se considera el  otorgado por el pueblo a los gobernantes.

Entre las fuerzas económicas que se mencionan se encuentran, especialmente, la industria armamentista, que necesita promover guerras en otras latitudes para sostener su comercio, claro ejemplo actualmente, y la migración de las empresas industriales hacia territorios que ofrezcan ventajas competitivas superiores. Así como también la preeminencia de la financiarización por encima de la producción.

A ello habría que agregar el debilitamiento educativo de las poblaciones que componen el territorio imperial, mediante la manipulación de la educación pública y la generación malévola de enormes masas ignorantes, fáciles de convencer a través de los medios de comunicación, y de intoxicarse con el más aberrante consumismo.

Pero lo más triste de todo ello es que, algunas naciones menos poderosas, se pliegan ante el imperialismo cultural que imponen desde el centro generador de una pseudocultura imperial, y por debilidad se alinean con los dictámenes de dicho centro, perdiendo la naturaleza propia en aras de las imposiciones imperiales.

Se llama imperialismo cultural a toda forma de imposición ideológica desarrollada a través de los medios de comunicación y otras formas de producción cultural a fin de establecer los valores de una sociedad dominante en una determinada sociedad periférica o dependiente, en otras palabras es la práctica de la promoción y la imposición de una cultura, por lo general de sociedades políticamente poderosas.

Defendida por autores como Armand Mattelart o Ariel Dorfman, trataba de establecer una relación entre los esquemas de dominación económica globales, con el consumo de bienes culturales (principalmente productos de comunicación como programas de televisión, películas, obras literarias, etc. producidas en los países dominantes).

En 1972 estos dos autores publicaron Para leer al pato Donald mediante el cual examinan la literatura de masas publicada por Walt Disney en Latinoamérica. Mediante el análisis de las historietas protagonizadas por las figuras del pato Donald, sus sobrinos y su Tío, demuestran que Disney difunde el estilo de vida estadounidense (american way of life).

En términos estrictos del Imperialismo Cultural, lo preocupante es que no solo hacen propaganda del estilo de vida estadounidense, sino que instauran el sueño americano (american dream of life). De este modo, los EE.UU, como clase dominante que posee los medios de producción y distribución, inculcan una ideología sobre qué valores deben poseer los países dependientes (periféricos) y cómo representar su propia realidad.

Siguiendo el ejemplo de antes, esta corriente sostenía que los países ricos o altamente industrializados, no solo ejercían sus posiciones hegemónicas hacia las naciones en desarrollo en el plano económico, sino también en el cultural. El ejercicio de estas posiciones favorecía el consumo de productos culturales producidos en los países desarrollados, en los países en desarrollo, incluso por encima de las producciones locales. Los ideólogos de esta postura sostienen que a través del consumo de estos productos se ejercen acciones de franco imperialismo cultural, en las que se trataba de exportar e imponer los valores y cultura de los países desarrollados, hacia los países receptores.

Críticos de esta corriente señalan que se asume un papel de las audiencias demasiado pasivo y que en realidad, éstas tienen un poder mucho mayor en el proceso de recepción de estos productos culturales.

Lo interesante de todo ello es que aunque el imperio decline su influencia en determinados campos, la influencia cultural persiste aun después de desaparecido, incluso, el mismo imperio. Prueba de ello se encuentra en nuestra cultura occidental. Las influencias de los imperios Griego, Romano, Español, Ingles, son patentes en ella.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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2 COMENTARIOS

  1. Creo que tu comentario es muy sesgado a la izquierda porque a pesar de que compartimos tu punto de vista te faltó ampliar las miras hacia Rusia, China Y, por qué no Corea del Norte. Y algún tornillo por ahí tratando de soguzgar su pueblo tenuendo su miniimperio particular (Cuba y Venezuela pir ejemplo)

  2. desde luego que los simplones de tiquicia (comenzando desde el presidente) creen que todo es blanco o negro, que los liberales y la OTAN son los buenos, esto a pesar de que les pusieron la bota en los cachetes con una pandemia por cuatro agnos…por eso es que Fidel Castro les llamo a los ticos «sardinas», porque eso son y eso es lo que siempre seran, un estado satelite de gringolandia donde cualquier manifestacion de independencia nunca sera vista normal. Que pena que para estos simplones nunca llegue a ser posible entender las complejidades de la epoca actual y no puedan evitar caer un un maniqueismo ignorante, como bien sucede en esa taifa desde siempre….para ellos tio sam siempre sera el cool, el bueno, porque eso es lo que han sido codificados a creer con las estupidas peliculas del capitan America. Que pequegno es el mundo para la ostra que vive confinada en su concha!!!

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