miércoles 24, abril 2024
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Seis poetas le cantan a don Juanito Mora

Hace 12 años, a raíz de la conmemoración del sesquicentenario del fusilamiento de nuestros próceres Juan Rafael Mora Porras y José María Cañas Escamilla, le propuse a Teresita Zamora Picado y Ronald Solano Jiménez, directores de la revista Comunicación, del Instituto Tecnológico de Costa Rica, que elaboráramos un número monográfico dedicado a nuestros principales líderes de la Campaña Nacional contra el ejército filibustero esclavista liderado por William Walker. Por tanto, también incluimos al general José Joaquín Mora Porras. Me comprometí a coordinarlo, para prepararlo con el apoyo de varios compañeros de nuestro grupo cívico La Tertulia del 56 y otros compatriotas.

Tras un intenso esfuerzo de varios meses, en 127 páginas fructificó ese anhelo, en una hermosa edición especial de la revista, que intitulamos Héroes del 56, mártires del 60: los hermanos Mora y el general Cañas. Hoy está disponible en el portal de dicha revista, en el siguiente enlace: https://revistas.tec.ac.cr/index.php/comunicacion/issue/view/141

Amante de la literatura, como he sido siempre, pensé que la poesía no podía ni debía estar ausente en tan significativo homenaje. Fue por ello que visualicé esa como una excelente oportunidad para divulgar ese poema tan espléndido como desconocido para la mayoría de la gente, denominado Juan Rafael Mora: el héroe y su pueblo, que escribiera su bisnieto Arturo Echeverría Loría, gran intelectual y poeta. Tenía conmigo una copia de la versión publicada por la Editorial L’Atelier en 1964, gracias a mi amiga Annabelle Echeverría Cruz, quien me obsequió un ejemplar. Conocía este poema gracias al escritor Antidio Cabal González —autor del conmovedor poema Abril de Juanito Mora—, tan morista como su hijo Dionisio Cabal Antillón, ambos inmensos seres humanos, tan necesarios y ausentemente dolientes hoy; en realidad, imprescindibles, en la connotación de Bertold Brecht.

En efecto, pude incluir el muy extenso poema de Echeverría como un artículo completo en la edición conmemorativa de la revista Comunicación, con algunas notas aclaratorias, y con el título Un poema para don Juanito Mora, héroe y bisabuelo. No obstante, mientras trabajaba en su edición, pensé que también sería pertinente recopilar y publicar poemas de otros autores, algunos de los cuales yo había ido acopiando poco a poco, como los de Graciliano Chaverri, Román Mayorga Rivas, Jenaro Cardona, Carlos Gagini, Carlomagno Araya, Jorge Debravo y Alfonso Chase.

Aún más, ya que Debravo y Chase lo habían hecho, poco después se me ocurrió que sería bonito contar con un poema de cada uno de los principales miembros del icónico Círculo de Poetas Costarricenses —fundado en 1960—, que dejara una impronta tan indeleble en la literatura nacional. Busqué en los poemarios de ellos, pues tengo casi todos y los conservo como un tesoro viviente, del que siempre brotan cosas nuevas en cada relectura, pero no hallé ninguno.

No me frustré pues, por fortuna, todo se me facilitaba, por mi relación con ellos. A Alfonso lo traté desde que éramos profesores, en aquellos hermosos e irrepetibles tiempos fundacionales de la Universidad Nacional (UNA). En el caso de Marco Aguilar, es un amigo entrañable, desde que residí en Turrialba, y gracias a él fue que conocí y traté a Laureano Albán en un par de visitas a ese su terruño, y también me acerqué a la familia de Debravo. En cuanto a Julieta Dobles y Arabella Salaverry, amables, humildes y comunicativas, el destino me había dado la oportunidad de tratarlas en otras circunstancias.

Fue por ello que contacté a cada uno de ellos, les conté de mi proyecto y les pregunté si tenían algún poema inédito sobre nuestro prócer. Aunque en realidad ninguno lo había hecho hasta entonces, como les gustó esa iniciativa mía, con gran calidez y gentileza accedieron a escribir su respectivo poema. Les di el tiempo que requirieran para que la inspiración cuajara en el papel y, al final, pude recoger la anhelada vendimia estética y patriótica. Y fue así como, semanas después, pude darle forma al artículo intitulado Un manojo de poemas para los tres próceres, en el que sus voces se suman a las de los poetas previamente citados, que los antecedieran en el tiempo.

Comparto esos poemas por esta vía hoy 30 de setiembre de 2022, al cumplirse 162 años del vil fusilamiento de ese auténtico Padre de la Patria que fue don Juanito Mora. Lo pude haber hecho hace varios años, pero no se me había ocurrido sino hasta ahora, y coincide con un momento o coyuntura de sentimientos encontrados: el dolor por la ausencia de Laureano, fallecido el pasado 5 de junio, y el júbilo por la obtención del muy merecido Premio Nacional de Cultura Magón 2021 de parte de Arabella, recibido en abril pasado.

He aquí sus palabras que, más que elegíacas, representan una especie de convocatoria o llamado a estar siempre vigilantes y alertas, porque la lucha que en 1856 y 1857 fue refrendada con la generosa sangre de tantos compatriotas aún no ha terminado.

Invocación a Juanito Mora

Jorge Debravo

Aquí, Juanito, aquí, en esta piedra

hunde tu hueso, en estas casas

clava tu hueso, el hueso tuyo,

terriblemente libre desde el alma,

tu patriótico hueso, tu agudísima

y profunda manera de comprender la patria.

Aquí, Juanito, aquí hunde tu hueso,

ahora que los odios amortajan,

con su baba humillante, el dulce suelo

que tú abonaste con tu costilla blanca.

Dame tu hueso, tu buen hueso, tu

hueso mártir, blanquísimo y honrado.

Tu hueso mártir para abrir mentiras,

tu blanco hueso para arar el campo,

tu honrado hueso para abrir canteras

en la roca del dólar, tu buen hueso

para echar a cantar los campanarios.

Don Juan Rafael Mora

Alfonso Chase

Cada vez que mi mano se alza

para saludar a la bandera

o tirar una piedra

o para amar a un cuerpo,

don Juan Rafael está en mi sangre.

Junto a las ciudades polvorientas

y cerca del árbol

y en el agua

insiste tu memoria en extenderse sobre el pueblo

y allí circula tu palabra:

un fuego

quieto y terrible entre la vida

fértil.

Tus enemigos viven todavía,

y se esconden entre los relojes

y las letras

y te vuelven a asesinar

mientras tu pueblo conversa

con el sol.

Una mano que escribe,

o que trabaja,

y otra que áspera inscribe tu nombre en las paredes,

señala la procreación hermosa de los cuerpos

en el recuerdo valiente y claro

de tu ejemplo.

Invocación a don Juanito

Julieta Dobles

Más de centuria y media que dijiste

no al invasor, no al esclavista.

Y de muchas maneras encontraste

el amor de este pueblo,

como una bandera desgarrada

por la guerra y la peste,

pero firme ante el reto

de confirmar la Patria.

Hoy te necesitamos,

urgente, urgente, urgente,

don Juanito.

Necesitamos tu voz y tu esperanza,

tu amor inconmovible

de roca en la tormenta.

Muchos han malherido

de la Patria el futuro,

venden el patrimonio de todos,

hipotecan la playa, el mar,

el suelo generoso.

El último ha raído la fe del pueblo,

ha corrompido la esperanza,

y se pasea orondo,

pavo soberbio y torpe,

por las sendas del mundo,

mintiendo y escondiendo

sus timos verdaderos.

Por eso, don Juanito,

te invocamos, urgente.

Danos ira y valor

para expulsar por siempre

tanto filibustero.

La traición de unos pocos ha vendido

lo que con tanto celo y dolor

tú y los tuyos guardaron.

La Patria zaherida

reclama tu presencia,

héroe de la alborada.

Juanito Mora esperanza

Arabella Salaverry

Hoy

cuando a la Patria

esta niña sencilla

se la vende en burdel con luces de colores

cuando se la entrega a cambio de cuentas de cristales

y el porvenir se lee en idioma extranjero

hoy

cuando la Patria

esta niña húmeda

se sienta en el umbral del desconsuelo

para llorar su desamparo

hoy

cuando la Patria

niña matutina

es mordida con dentellada sucia

por caínes

Hoy

hoy como nunca Juanito

escucho a esa Patria núbil

que te llama

y pide tu voz de libertad

Hoy

desde la alta Talamanca

hasta el San Juan

esta Patria tuya

nuestra Patria

espera

que se replique tu voz

en el pecho del honesto

Hoy

que se replique tu voz

y lleve una vez más

coraje y dignidad

para vestir de nuevo

a esta Patria niña

de esperanza

 

Hamacas y cañones

Marco Aguilar

Solo los de la casa podían decirle Juan,

quiero decir sus padres y unos pocos parientes.

Nosotros no pudimos, sencillamente

porque no nos salía. Viéndolo por la calle, viéndolo

detrás de un mostrador o inclusive detrás

del escritorio de la Presidencia, para nosotros

era siempre Juanito, no tanto por su mínimo tamaño

sino por el cariño que todos le teníamos. Le tenemos.

No podemos negar que era bajito,

tal vez de la estatura de Bolívar.

Todos supimos siempre de sus cosas,

su ser ligeramente deshonesto en cosas de negocios,

esa mala costumbre de

favorecer en algo a sus parientes

como era lo habitual en esos tiempos.

Pero pasó algo extraño con Juanito:

que comenzó a crecer siendo ya adulto.

¡Qué curioso!

Todos nos sorprendimos al mirarlo

unos cuantos centímetros más alto

el formidable día de la Proclama,

y se mantuvo así hasta la hora

en que echó a caminar con sus soldados

en el seco verano de ese año,

ese viaje impensable para otros. De inmediato

vimos que había crecido nuevamente y estuvimos hablando del asunto.

Pero hubo muchos que se quedaron cómodos

sorteando en sus hamacas los calores

y soñando en la muerte de Juanito.

Siempre han estado allí, siempre a la sombra

pero de vez en cuando se levantan

de sus sueños malditos viendo cómo lo ensucian, ellos,

los que nunca supieron defender con un rifle

las fronteras amadas que cuidan de sus hijos, haciendas y mujeres.

Los que no merecían ni merecen tener hijos, esposas,

mucho menos

que los sepulten en esta misma tierra.

Y todavía

se levantan de nuevo después de tantos años los mismos descastados,

los mentirosos llenos de lagañas, los que nunca pudieron

ni pueden

ni podrán

reducir un milímetro la altura de Juanito ni borrarle ese brillo de los ojos.

Porque nadie, nadie puede negar que fue valiente.

¡Ah, cómo soñaría William Walker acertarle

aunque fuera un balazo, un único balazo, un solitario

balazo en la cabeza y observar su cerebro destrozado,

su sangre irreprochable en media calle!

Pero ese

no era el destino de Juanito y por cada balazo que lo erraba

crecía por lo menos dos milímetros.

Parecía indestructible: no se ahogaba,

no caía del caballo ni lo mataba el cólera. ¡Era enorme!

Pero él y sus soldados derrotaron

a un enemigo sólido, tangible, y más tarde perdieron la batalla

frente a alguien tan pequeño que no pudieron ver jamás

pero que los mataba: una bacteria. Y sin saberlo,

le traían la peste a sus familias como un regalo trágico del viaje.

Nunca hubo en la historia de los pueblos desfile victorioso

más lleno de tristeza, con las carretas llenas de cadáveres,

patrióticos cadáveres que nunca más levantarían un rifle,

sostendrían un arado, cosecharían los frutos de la tierra.

Con todos ellos se devolvió Juanito y por todos lloraba.

Al poco tiempo tuvo que exiliarse, cuando sus enemigos se fortalecieron;

pero no soportaba vivir lejos y pronto regresó, creyéndoles

a los traidores, a los mentirosos. Muy tarde comprendió lo que pasaba

y entonces fue más alto que ninguno:

no suplicó, no se puso a temblar cuando escribió las cartas, no maldijo.

Lo fusilaron y él aceptó su muerte como aceptó su vida:

de pie frente a las balas.

Por desgracia esas balas sí acertaron. Todas, todas. Ni una sola falló.

Pero como eran nuestras, las recibió con gusto.

Juanito desconocido

Laureano Albán

Juanito Mora

tuvo que ser sueño

porque era destino.

Pasa la página del ayer,

pasa el silencio del ayer,

pasa la rosa

sangrienta todavía del ayer.

Y Juanito persiste,

ya no como una historia,

sino como una

dirección de profecías,

como un aullido

que a veces le incomoda

al abandono urdido del amor,

como un cetro

que se volvió mortal,

para nunca morir.

Ah, patria,

la pequeña con creces,

la que ya no es bandera

porque sólo jirones

necesita el olvido.

Ah, patria, patria, patria,

transfigurada al fin

como todos los sueños:

hoy Juanito te tiene

más miedo que a la guerra…

Porque antes era simple

morir sin pronunciarlo,

pero hoy hasta la niebla

tiene traje de fiesta,

para que baile en todas las calles

la patria arrodillada,

por un dólar de más,

por un dólar de menos.

Y Juanito,

que tuvo que morir,

para volverse brisa,

se detiene a llorar

un minuto imposible,

en este poema roto

que la patria de ahora

no entenderá jamás.

(*) Luko Hilje Quirós (luko@ice.co.cr)

 

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2 COMENTARIOS

  1. Los más grandes poetas de uana genreración del centenario posterior a tu vil y cobarde asesinato, allá en Los Jobos del Puerto de Puntarenas, según me contaba mi abuela porteña, te cantan. Esos bardos inspirados, hacen vibrar sus liras y te recuerdan, de manera entrañable, al sentir tu ausencia, elevándose hacia alturas líricas insospechadas e insondables. Fuiste y seguirás siendo el más ilustre de los costarricenses, el fundador de una patria que a muchos de entonces y de ahora muy poco les importa, más allá del mero entertainment de los desfiles y tambores, en un mundo donde la superficialidad, la mediocridad y la ciega codicia imperan. Todo esto, mientras en nosotros suscita y hace aflorar nuestros profundos sentimientos de un amor hacia una patria siempre en construcción, una donde la esperanza y la dignidad tengan lugar. Gracias Alfonso, Jorge, Marco, Julieta, Arabella y Laureano por esas palabras de tanto aliento poético hacia el fundador de la nacionalidad costarricense.

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