Columna LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (35).
Tercera época.
En el ejercicio del poder político, tanto como en otras actividades incluso lúdicas, quehaceres y perspectivas que conforman el universo de la vida social de los seres humanos, los asuntos de la forma y el fondo que adoptan en el transcurso del tiempo resultan ser de una crucial importancia: la política en general, considerada en su especificidad y sin obviar su naturaleza abstracta y cambiante, nos ofrece valiosas e insospechadas posibilidades para la reflexión y el posicionamiento que podamos adoptar frente a su inevitable presencia, evitando caer en la trampa de los escenarios ficticios y en las de la pérdida del valor semántico de muchos de los términos o vocablos que empleamos para calificar los hechos políticos más visibles en nuestra cotidianidad. De ahí las hondas resonancias que produjo el reciente artículo del escritor y periodista Carlos Morales Castro, bajo el título SOBRE R. CHAVES Y LAS FORMAS EN LA POLÍTICA, un sugestivo título y un texto que puso a desvariar a muchos, hablando de lo humano y de lo divino, pero sin distinguir en el hecho esencial del fenómeno político del poder: ¿quién? o ¿Quiénes son los que mandan? ¿Cuáles son orientaciones, su línea política?, otra muy diferente sus estilos, en un medio donde al personaje, allí mencionado: “…se le critica duro porque es duro. Pero eso es porque nos habíamos acostumbrado a los suaves, ya la gente no quería más guante de seda con tanto pillaje entronizado…el estilo chocón puede conducir al desbarranque, si el jerarca no aprende a negociar…(Morales op. Cit).
La acelerada decadencia del hecho político en sí mismo y de los individuos o actores que lo materializan, nos ha llevado hasta ignorar (en el peor sentido del término) lo esencial e incluso elemental de la cultura de lo político, como algo que resulta ser demasiado notorio excepto para nuestra mediocre casta de políticos y sus incondicionales seguidores en este cambio de siglo, como un hecho social que coincide con la desvalorización hasta del lenguaje que empleamos para referirnos a “la política” y a los entretelones de “lo político”, en el tanto en que son expresiones concretas del naufragio cultural en que nos encontramos, al que hacíamos referencia hace unos días, a propósito del otorgamiento del llamado benemeritazgo de las “Artes Patrias” (seguimos sin saber cuáles son esas artes patrias), a Chavela Vargas (1919-2012) una figura cultural y artística que trasciende las fronteras nacionales, asumiendo dimensiones planetarias, en un vivo contraste con nuestro frustrado localismo, retroceso e ignorancia supina que nos privan hasta de la elemental racionalidad.
La obra interpretativa del sentir más hondo de la música popular en tierras mexicanas de esta mujer tan poco común, nacida en San Joaquín de Flores, en Costa Rica, se desplegó dentro de un cierto contrapunto entre lo mexicano, o dentro de una cierta mexicanidad, que emergió más del México profundo, enraizado en lo más antiguo de su historia milenaria: ese del bajío guanajuatense con la nota melancólica de la canción ranchera de José Alfredo Jiménez(1926-1973), colindante con el blues (Carlos Monsiváis) y con ciertas reminiscencias prehispánicas de un mundo todavía encantado (grítenme piedras del campo), en mayor medida que la proveniente de los altos de Jalisco con su alegre música charra, de raíces más bien mestizas…de esa negra que la quiero ver aquí,,,.y bajo la luna cantar en Chapala…ese cielito lindo que alegra los corazones… Fue desde ahí, proyectándose hacia lo continental y universal donde Chavela Vargas y José Alfredo Jiménez dieron lugar a esa síntesis extraordinaria que tanto nos conmueve(paloma negra, un mundo raro, no volveré e incluso Camino de Guanajuato, que pasas por tanto pueblo), como nos sucede también con los blues o los negro spirituals del sur estadounidense, o las lejanas resonancias de la ópera Porgy and Bess del maestro George Gerswin.
En la cultura, tanto como en la política, cuestiones de estilo unas veces, y de profundidad en otras, gravitan en nuestros sentimientos y racionalizaciones. Mientras unos se conmueven o se agitan con la gestualidad y el estilo de R. Chaves, como lo llama Carlos Morales Castro, otros lo denuestan llamándolo autoritario olvidando que el autoritarismo neoliberal, y las conductas agresivas que le abren paso al neofascismo erosionando nuestra democracia, se encuentran entre nosotros hace ya mucho rato. Es ahí donde cierta izquierda blandengue cree haber descubierto la temperatura de ebullición del agua, olvidando su actitud complaciente hacia quienes nos enrumbaron en esa dirección durante los ocho años transcurridos, a partir de 2014, porque con matices de estilo para gobernar el rumbo de las élites, en lo esencial no ha cambiado.
(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.
En lo esencial el nuevo «gobernante» se decantó por lo mismo que los que le antecedieron: siguiendo al autoritario de Alvarado, al cínico de Solís y a la firme y honesta (nunca supimos frente a quién o quiénes) no se comerá la bronca con los grandes evasores y elusores fiscales, la especulación con los títulos valores de la deuda interna, el saqueo de la Caja Costarricense de Seguro Social y de todos los fondos de pensiones. Jugará a los eurobonos y a vender lo poco que queda de la institucionalidad costarricense forjada durante la Segunda República, incluido el Banco de Costa Rica a precio de remate para sus amigos. Los que le rinden culto al nuevo mesías todavía no se percatan de que la jugada sigue siendo la misma: bronca con las mayorías populares y complacencia con los más poderosos, dicho de otra manera con los poderes fácticos.