viernes 19, abril 2024
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Abolición, paz y nobeles

El pasado 27 de diciembre, el periodista Gerardo Bolaños publicó en la sección Foro del diario La Nación un enjundioso artículo en que repasó el origen y trayectoria del Premio Nobel de la Paz, con dos propósitos explícitos: lamentar que no se le haya otorgado a José Figueres (1906-1990) ese galardón por haber abolido el ejército costarricense y asegurar que el otorgamiento del premio a Óscar Arias en 1987 se debió a que, desde 1983, Costa Rica era candidata, en la figura de su presidente, para el Nobel de la Paz.

En este artículo voy a proponer una interpretación diferente a la de Bolaños, al sostener que la abolición del ejército no se puede adjudicar a una sola persona, sino a la cultura costarricense, y que el galardón a Arias, aunque se aprovechó de la nominación histórica del país, se razonó no como un premio a Costa Rica sino a su papel internacional en la búsqueda de una salida pacífica al conflicto centroamericano.

Ejército y paz. El nombre de Costa Rica está vinculado con la paz; ciertamente, con ese argumento la mayoría de veces se oculta una historia muy compleja, que olvida los varios golpes de Estado, dictaduras, levantamientos sociales y movimientos de protesta que no coinciden con el mito del país de paz.

De hecho, entre 1838 y 1882 el ejército fue una de las instituciones más robustas del poder estatal, de forma que durante los gobiernos de Tomás Guardia (1870-1882), un núcleo básico de 500 hombres fue entrenado especialmente para funcionar como sostén del gobierno y la milicia se elevó en su número hasta 20000 miembros, con una reserva de 10000 personas.

El gasto público en la cartera militar creció, representando un 36% de las finanzas públicas en 1879.

No obstante, desde 1822 se aseguraba cada vez más que este territorio estaba integrado por personas propensas al trabajo, al progreso y a la paz.

Esa imagen permitió una temprana apuesta por formas de convivencia que sustituyeran la necesidad imperiosa de fuerzas armadas.

Así, especialmente después de 1882, con la fortificación de la institucionalidad estatal, el descenso del peligro de invasiones extranjeras al país, la consolidación de un grupo de políticos profesionales y, particularmente, con la reforma educativa y electoral y la concreción de la identidad nacional costarricense, se logró ir desechando al ejército.

La reforma educativa y la reforma electoral, como ha probado Iván Molina, sentaron las bases para que ese país diferente se consolidara. Si en 1864 el alfabetismo era de 38.4% en las áreas urbanas y 10.5% en las rurales, ya en 1927 el alfabetismo era de 85.7% en niños mayores de 9 años en zonas urbanas y de 66.8% en villas y 56.4% en el campo.

De hecho, en 1907 apareció una novedosa imagen: la de llamar “ejército costarricense” a los niños, niñas y maestros de escuela.

La inclusión electoral se volvió también más fuerte durante la década de 1880, permitiendo a casi la totalidad de hombres adultos votar, y en las primeras décadas del siglo XX se aprobaron el voto secreto y el voto directo y se implementó un juego electoral partidista.

Abolición. Como lo mostró Mercedes Muñoz, el presupuesto para la Secretaría de Guerra y Marina comenzó a descender de forma sostenida (exceptuando el periodo 1917-1919), hasta que en 1922 fue menor que el dedicado a la cartera de Instrucción Pública.

El número de oficiales disminuyó: de cinco mil soldados en 1918 se pasó a 500 en 1922 y en 1948 había apenas 300 militares.

Ya en 1890 el Partido Independiente Demócrata propuso abolir el ejército durante los periodos de paz, una idea que se recuperó múltiples veces a inicios del siglo XX para limitar el poder militar, desprestigiar sus rangos y evitar su intervención en procesos electorales.

Fue por eso que, durante la Guerra Civil de 1948, los “ejércitos” que se enfrentaron fueron, por un lado, la Legión del Caribe integrada a las filas del Ejército de Liberación Nacional de Figueres y, por otro, las legiones improvisadas de soldados obreros lideradas por el Partido Vanguardia Popular.

Por eso, el ejército que se abolió en 1948 era una institución venida a menos, sin prestigio real, sin funciones importantes y sin la fuerza necesaria como para oponerse a que se le eliminase de tajo. Eso ocurrió gracias al tipo de sociedad y formas de convivencia que se habían desarrollado en el país.

Por su trascendencia, la decisión de abolir el ejército se la adjudicaron varios hombres además de Figueres.

Edgar Cardona, ministro de Seguridad de la Junta Fundadora de la Segunda República, siempre citaba el Acta No. 54 de la sesión de la Junta celebrada el 25 de noviembre de 1948 en cuyo artículo 14 se lee:

“Se autoriza y acuerda aceptar el plan de supresión del Ejército presentado por el ministro de Seguridad Teniente Coronel Edgar Cardona Quirós”.

El 4 de diciembre de ese año, el periódico El Social Demócrata, dirigido por Eugenio Rodríguez Vega, resaltó la figura de Cardona y lo felicitó como un “pundoronoso militar y ciudadano de altos quilates” y subrayó: “Descúbranse los costarricenses ante Edgar Cardona, Jefe de Ejército costarricense y feliciten en él a todos los buenos militares de la Segunda República que se han revelado como los más civiles de los costarricenses […] Honor a Cardona y a sus militares. La historia dirá lo que su gesto significa”.

Cardona se convirtió en un traidor unos meses después, cuando intentó darle un golpe de Estado y su imagen pública cayó en desgracia. Eso facilitó el ascenso de Figueres como el productor ideológico y la persona que concretó la abolición del ejército.  

Nobel. La historia tras bambalinas del Premio Nobel otorgado a Óscar Arias la produjo desde 1988 el historiador Irwin Abrams (1914-2000), uno de los pioneros en los estudios sobre la paz, en un artículo que publicó en The Antioch Review (vol. 46, no. 3).

Abrams señaló que en el otoño de 1986 se dieron alrededor de cinco mil anuncios por parte del Comité Noruego del Premio Nobel de la Paz para que se postularan candidaturas y que el 1 de febrero de 1987 se habían presentado 93 candidatos: 61 individuos y 32 instituciones.

Entre los candidatos estaban la presidenta de Filipinas Corazón Aquino, el humanista anglicano Terry Waite, el director de los esfuerzos por la paz de la ONU Brian Urquhart, el cantante Bob Geldof, el Dalai Lama, Nelson y Winnie Mandela y la OMS.

La nominación de Arias la hizo Björn Molin, un parlamentario sueco que había nominado desde varios años atrás al presidente de Costa Rica, quien quiera que fuera, para reconocer la tradición pacifista del país. Como bien lo indicó Bolaños, el nombre de Arias apareció en esa lista gracias a los esfuerzos por premiar al país.

No obstante, cuando el comité se reunió después del verano de 1987 para discutir a los nominados, el nombre de Arias era conocido a nivel planetario debido a su papel central en la lucha contra los intentos de Ronald Reagan por intensificar la guerra contra los sandinistas en Nicaragua y su constante denuncia internacional de que la paz era el único camino para resolver los conflictos armados en Centroamérica.

Abrams subrayó que para el Comité no era nada sencillo ni aconsejable premiar a un jefe de Estado, pues muchos de los galardonados en el pasado con esa condición habían sido muy controversiales. La historia les decía que era mejor, y menos arriesgado, premiar a personas con una larga vida dedicada a los esfuerzos por la paz y tenían muchos candidatos con ese perfil.

Ese fue el momento en que el Comité, según hipotetizó Abrams, revisó en profundidad la trayectoria de Arias y sus esfuerzos por la paz desde mayo de 1986. En ese examen se encontraron con múltiples pruebas de la sinceridad de su plan de paz y sopesaron su esfuerzo de enfrentar a Reagan múltiples veces.

El Comité podía galardonar a Arias para apoyar, aunque eso superaba los propósitos originales del premio, su plan de paz en Centroamérica. Con eso, sentenció Abrams, se premiaba a “un soñador” y se impulsaba un necesario proyecto en curso.

Esa visión, además, la entendieron los intelectuales costarricenses, líderes políticos de izquierda y otros que se enfrentaban a la amenaza constante de parte de Reagan de arreciar en la guerra contra los sandinistas.

Manuel Formoso lo resumió bien en un artículo que publicó en el Semanario Universidad el 16 de octubre de 1987, al escribir:

“Al concedérsele el premio Nobel de la Paz a un hombre que se ha empeñado en sustituir la guerra por el diálogo… la causa humanista y de la razón se ve fortalecida y pierden terreno los necios guerreristas que todo lo quieren resolver a tiros”.

El 8 de octubre de 1987, Arias llegó a la Universidad de Costa Rica. El pretil estaba abarrotado de gente. Arias se sentó en una mesa preparada para el debate, en medio de la Vicerrectora de Docencia y el director del Semanario Universidad.

Esta reunión sirvió para sellar la estrecha relación entre Arias y los universitarios. El Canal 15 de la UCR realizó un “filme especial” al que tituló “Óscar Arias y los jóvenes” y transmitió una de aquellas noches.

Eran otros tiempos.

(*) David Díaz Arias, Catedrático, Historiador, UCR

 

 

 

      

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1 COMENTARIO

  1. Soy de Panamá, me parece merecido el premio nobel a don Óscar Arias, fue una tarea titánica la realizada por el galardonado.

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