miércoles 24, abril 2024
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Poemas y musas

La poesía o el canto de los dioses, es una actitud del alma: no se improvisa, salta sencillamente y nos posee como un espíritu que entra en la sangre y sale a través de la punta de la pluma. Haber caído embriagado ante la intensa pasión de la poesía fue, realmente una bendición para exorcizar fantasmas a lo largo de mi vida, con las breves pausas de la prosa que logra enervar aún más mis sentimientos, regresa la poesía cada vez que aparece la musa, si, esa musa que domina totalmente mi alma y me obliga a escribir poemas y poemas.

¿De dónde vienen las musas? Esa pregunta en vano me la he hecho una y mil veces, puede ser aquella colegiala que me hizo soñar hace tantos años, o la campesina con una belleza inocente que me cautivó con la penetrante mirada de un instante, la profesora que entre frase y frase, con ojos soñadores me llevó a soñar, la mujer que parada en una esquina me miró desconcertada y yo la miré embelesado, la que vi en el avión, no supe su nombre ni su destino pero la llevé mucho tiempo en mi mente, aquella que en una librería me miró y la miré y supe que buscaba lo mismo que yo: más que un libro un poema irredento y soberbio, un momento de amor. Nunca entendí de dónde venían las musas y su función en la existencia, aunque sin ellas no consigo escribir apenas un haiku, con sus banalidades, aciertos y desaciertos. Si se muy bien cuando no hay una musa: mi tintero se seca y la monotonía me induce a escribir acaso un artículo o un cuento que narre realidades y ficciones, pero no logra un verso.

Llegaste tarde a mi vida, lo sé, te introdujiste por la ventana de la banalidad, de las conversaciones baladíes, de un intercambio de palabras entre tuyas y mías, pero esa mirada profunda a través de tus pupilas, me hizo viajar en un camino sin tiempo espacio ni lugar. Viajar entre tus ojos es renacer cual ave fénix, es abrir el tintero y delinear lentamente tu rostro y tu sonrisa, tu cabellera de blanco plata transfigurada en ingravidez, alejada de tus ayeres y los míos, del mundo que estorba el paraíso del amor y volar, si volar muy lejos contemplando tu rostro sonreír porque sabes que aquel poema es para ti, eres la dueña de ese rayo que ilumina mi vida y hace que el sentido sin sentido renazca, que la tinta fluya en riadas hacia el papel que luego, en un furioso arrebato de desdén, tiraré en cualquier lado deshecho en pedazos y tu serás la sobra y yo seré la noche. Musa, si supieras que sin saber, todo te estás perdiendo, que fuimos luz y sombra, placer y dolor, esperanza y duda, risa y llanto, noche y día.

Fuiste musa sin saberlo siquiera aunque yo te lo advertí. Gracias por esos minutos de esperanza y esa eternidad de inspiración.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es médico.

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