sábado 14, diciembre 2024
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Francia, un 14 de julio con sabor a resaca

En París, cada 14 de julio, la Avenida de los Campos Elíseos se convierte en una gigantesca escena en donde se le rinde homenaje a las personas que se sacrifican por la comunidad. Así, es frecuente ver desfilar las fuerzas armadas, los veteranos de guerras pasadas, los legionarios de guerras lejanas, los bomberos y, en general, se invita a colectivos que se han destacado de manera excepcional. Fue el caso en 2020 del desfile de las enfermeras durante la pandemia del virus Corona. Este año, la India será el invitado de honor y estará representada por su primer ministro, Narendra Modi. Tradicionalmente el 14 de julio hay bailes por doquier y la víspera fuegos artificiales.

Este 14 de julio no será como los otros. Por la sequía, el riesgo de incendios y la tensión social, habrá menos bailes y fuegos artificiales. Los franceses pensarán un poco menos en los revolucionarios de 1789, y más bien tendrán la mente ocupada en el inquietante presente, cuya punta del iceberg es la incontrolable violencia, desencadenada el 27 de junio pasado, tras la muerte del joven Nahel a manos de la policía gala.

Desfile 14 de julio en París, Francia.

¿Qué revolución festejar hoy?

En Francia la palabra revolución es un concepto que contiene una cosa y su contrario. Desde las instituciones la revolución se asocia a la estabilidad y a la Republica. Desde la sociedad, la revolución se vincula con la justicia social y a las actuales y futuras conquistas sociales. El inmovilismo de las instituciones convive con la tradición del cambio fomentada por los movimientos sociales. En 2016, el libro programa del candidato Enmanuel Macron se titulaba “Revolución, es nuestro combate por Francia”. Tras un año de mandato, estallaron los motines de los chalecos amarillos. “Solo faltó un Robespierre para que se cayera la quinta República” escribió un historiador en las páginas del periódico Le Monde.

El progreso social ¿mito o realidad?

Es quizás por el alto grado de elasticidad que alcanzan algunos vocablos, al lograr reunir una gran cantidad de personas provenientes de sectores muy diversos de la sociedad, que aparecen los mitos. La revolución es un acontecimiento histórico que se ha vuelto un mito. Cada francés, independientemente de sus orígenes regionales o sociales, se identifica de alguna manera con esta gesta. Es a partir de los mitos que los nacionalistas crean las naciones. Los mitos inyectan fuerza a los jóvenes para enrolarse en los ejércitos. Los mitos fabrican héroes y vuelven llevadero el dolor del martirio de los que caen. Los mitos se adaptan a las diferentes coyunturas y sobreviven a los cambios de régimen. En Francia, tras la revolución de 1789, llegó la Primera República, luego vino el Imperio, enseguida la Monarquía, la Segunda República, … finalmente, ya van cinco. Sin embargo, la Revolución sigue funcionando como mito fundador de la modernidad gala y el 14 de julio la nación se reúne en torno a su presidente y sus fuerzas armadas para recordar que antes de la Revolución había las tinieblas, tras la revolución se encendieron las Luces. Por supuesto, hoy Francia vive entre luces y sombras.

Tanto la conmemoración de la toma de la Bastilla cada 14 de julio, como La Marsellesa tienen mucho de apología de la violencia. Apología performativa. Es decir que el discurso tiende a encarnarse en acción. Basta con ver las manifestaciones callejeras en Francia. Por ejemplo, en los últimos años, tanto los chalecos amarillos, que aparecieron en el otoño de 2018, poniendo en jaque al gobierno de Macron durante año y medio, como las ultimas 15 manifestaciones contra la reforma pensional, de los últimos ocho meses, presentan una escenografía que hace pensar a 1789. En cada manifestación hay una dimensión festiva, una intención política y una sensación de inminente aparición de la violencia. Cada manifestación se vive como un ritual revolucionario en el que al final surgen saqueos, incendios, tiros perdidos. El filósofo René Girard acuñó el concepto de “deseo mimético” para describir aquel deseo que imita otro deseo. Don Quijote, lector de aventuras del medioevo, sale al campo a encarnar aquella figura del caballero andante de los libros que lee. Madame Bovary desea vivir en carne propia las experiencias que viven las heroínas de las novelas que lee. No son pocos los que en las manifestaciones sueñan con emular a Danton, Robespierre o el Che.

El sueño francés

En su historia, Francia ha acogido a muchos exiliados, los cuales han contribuido al esplendor del país. La última gran ola de emigración ha venido de los países del Magreb, en particular de Argelia y Marruecos. Y aunque los vínculos entre las dos orillas del Mediterráneo sean milenarios y hayan tenido momentos de harmoniosa convivencia, hoy se vive un momento de irritación mutua. Una gran parte de la población de origen magrebí se encuentra en medio de los conflictos inherentes a la globalización, debatiéndose entre la tradición y la modernidad, inmersa en un contexto social precario. Los jóvenes magrebíes son el blanco de ofensas cada vez más agresivas provenientes de los partidos neofascistas y, son también el blanco del proselitismo de los religiosos musulmanes. Basta con una chispa para que se encienda la pradera.  

Los barrios periféricos o el “tercer estado”

Los disturbios que comenzaron el 28 de junio son la rabia de los que comparten con la víctima un mismo perfil sociológico, un mismo destino. Son los hijos de emigrantes provenientes de las ex colonias francesas. Son jóvenes que se saben franceses pero que no se sienten reconocidos como tal.

En Francia, bajo el Antiguo régimen, la organización social estaba basada en tres estamentos o estados: la nobleza, el clero y, el tercer estado, es decir el pueblo llano. En el siglo XXI, Francia es un país que ofrece uno de los más altos estándares sociales, y sin embargo existe una parte de la población que se concibe como ciudadanos de segunda clase. Numerosos estudios muestran los aspectos objetivos y subjetivos de esta situación. Es un hecho que los jóvenes de los suburbios tienen bajos resultados escolares y por lo tanto padecen de una discriminación en el terreno laboral, sufren una exclusión en la representación política y una humillación permanente, acentuada por el discurso racista de los neofascistas que le están apostando a la guerra civil. Desafortunadamente la rabia no se convierte ni en movimiento social, ni político. La rabia es aprovechada por los grupos religiosos musulmanes, por los políticos ultras, tanto de derecha como de izquierda y por las bandas criminales. En muchos casos, la rabia se queda atrapada en lo que Marx llamaba la cultura del lupemproletariado.

¿Qué hacer?

La respuesta racional es profundizar la democracia. Y más concretamente, en un régimen republicano la solución es la realización efectiva de la promesa y de los ideales de la revolución francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. El estado tiene la obligación de garantizar la libertad (con el estado de derecho) y aspirar permanentemente a la igualdad (por medio del acceso universal a los servicios públicos), y todos los ciudadanos tienen que dar testimonio de fraternidad. La fraternidad no se puede decretar. Al separar a los ciudadanos en dos categorías, creando un chivo expiatorio (los musulmanes) y recalentando ideologías rancias con olor a cruzadas de fin del mundo, es precisamente la fraternidad que los discursos de los ultras están menoscabando.

Francia es un país con una vieja y rica historia. Con manchas visibles y también con grandes y atractivos aciertos. Las imágenes de disturbios de las semanas pasadas son el síntoma de una triste realidad. Pero este país tiene enormes fortalezas. Una de ellas es precisamente esa juventud que la extrema derecha presenta como un lastre por racismo y cálculos electorales. Y no hablo solo de las glorias del deporte o el arte. Pienso en la población de origen extranjero que hace silenciosamente su trabajo y contribuye al dinamismo francés. También es necesario destacar la existencia de una ciudadanía solidaria que ha sido educada en la aspiración a la justicia.

De manera que, contrariamente a lo que predican las aprendices de Casandra, el peligro no viene de la minoría que protagonizan los disturbios, que por cierto son cada vez más violentos, el peligro viene sobretodo del sueño de la razón, como diría Goya, del olvido de Las Luces, de los que se duermen escuchando el canto de sirenas del cortoplacismo electoral neofascista e incluso neoestaliniano. No se puede seguir ofreciéndoles a los jóvenes de las barriadas la guillotina del desprecio y la humillación. Con ese camino, los festejos del 14 de julio no reunirán a la nación, más bien pronto tendrán el aspecto de la farsa. Todos los niños del reino señalarán que el rey está desnudo.

(*) Enrique Uribe Carreño, Profesor en la Universidad de Estrasburgo, Francia.

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