sábado 14, diciembre 2024
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Francia. La Quinta República se agota. Macron sale a flote.

Los grandes pensadores de la política se podrían dividir entre dramáticos y trágicos. Ante la crueldad de la historia, los primeros piensan que al final habrá una redención (Rousseau, Marx) y se inclinan por soluciones radicales. Los segundos consideran que nunca habrá paz total (Tocqueville, Locke, Montesquieu) y buscan recetas para conllevar y apaciguar las contradicciones. Ante la abigarrada composición del Parlamento, un sector de la izquierda francesa sigue leyendo la coyuntura con lentes dramáticos y lleva al impasse la formación de gobierno. En otras latitudes (Alemania, Bélgica, España, Chile), la colcha de retazos no plantea problema alguno. El ideal de Montesquieu es la organización de la libertad, es decir un gobierno moderado. Su receta, la separación de poderes, la cual no crea el paraíso, pero contiene y apacigua el poder, ese “monstruo irremplazable”. Francia se encuentra en este mes de julio en un impasse institucional, y, aunque en su segundo mandato, Emmanuel Macron no haya ganado ni una elección (legislativas de 2022, europeas de junio 2024, legislativas anticipadas de julio 2024) por ahora sigue saliendo a flote.

¿Cómo se ha llegado al actual impasse institucional?

Tras el pésimo resultado obtenido por el oficialismo en las elecciones europeas del 9 de junio (14,6%), Emmanuel Macron optó por la disolución del Parlamento y convocó elecciones legislativas. En la primera vuelta, los electores dieron una victoria relativa a la ultra derecha (32%). En la segunda vuelta, la izquierda del NFP –Nuevo Frente Popular-, sacó el mayor número de escaños. La victoria del NFP es relativa y frágil, dado su composición variopinta (Francia Insumisa, Partido Socialista, Verdes, Comunistas, Diferentes izquierdas), la ausencia de un líder y las matemáticas (la mayoría se obtiene con 289 escaños, el NFP obtuvo 194). A pesar de que el grueso del electorado ha abandonado a Macron y de que la decisión de disolver el Parlamento terminó por descalificarlo, no existe una oposición compacta. Por ello, hoy es muy difícil de hacer un pronóstico sobre el futuro gobierno francés, máxime cuando el que mueve una parte de las fichas del tablero de ajedrez es un jugador de póker.

Una disolución que no resuelve nada

El recurso a la disolución de la Asamblea data de la Revolución francesa. Al discutir la cuestión de la independencia de los dos poderes (el Ejecutivo –el rey y sus ministros- y el Legislativo –la Asamblea Nacional), la Asamblea atribuye al rey un derecho de veto suspensivo. Los monarquistas pedían un derecho de veto absoluto, el cual podía bloquear por completo el funcionamiento de la Asamblea. Para los casos de desacuerdo total entre el rey y la Asamblea, se considera la creación de un dispositivo de consulta popular (todavía no se habla de referendo) y de otorgar al rey la posibilidad de disolver la Asamblea Nacional.

Tras la tentativa de huida del rey en 1791, y su subsiguiente arresto en Varennes, el rey pierde el derecho de disolución. De entrada, el dispositivo de disolución se concibe como un “golpe de fuerza”, un poder extraordinario otorgado al Ejecutivo. En teoría la disolución permite al Ejecutivo de cortar por lo sano el nudo gordiano en caso de atasco legislativo y configurar un nuevo cuerpo electoral. En la historia de Francia hubo disoluciones que fortalecieron el partido en el poder (De Gaulle en 1962 y 1968); otra, la de 1997, se terminó en cohabitación. Tras la disolución, Jacques Chirac perdió las elecciones y tuvo que nombrar al socialista Leonel Jospin. Esta cohabitación duró 5 años. Se habla de cohabitación cuando el poder ejecutivo, que es bicéfalo (ejercido por el presidente y el primer ministro), es ocupado por dos adversarios políticos. Es decir que la mayoría presidencial no corresponde con la mayoría parlamentaria.

Durante 27 años la disolución desaparece del horizonte político francés. La perspectiva de una disolución reaparece como ficción televisiva entre 2016 y 2020, en la serie Baron Noir, la cual se convirtió en uno de los culebrones políticos más exitosos de los últimos tiempos. No quiero decir que la ficción haya inspirado a la realidad. Sin embargo, hay que anotar que, ante el asombro general, sin obligación alguna, el 9 de junio pasado, Emmanuel Macron recurrió al artículo 12 de la Constitución que le otorga el derecho de disolver la Asamblea Nacional y convocó legislativas.

Los resultados de las elecciones (30 de junio y 7 de julio) le han sido adversos y no han dejado satisfecho a nadie. En el discurso de 4 minutos en el que anuncia la disolución de la Asamblea, el presidente concluye diciendo que “frente al avance de la ultraderecha se agrega el desorden y la fiebre del debate público y parlamentario”. “La Fiebre” es el nombre del nuevo culebrón televisivo que narra la vida política francesa, la cual se encontraría al borde de la guerra civil.

Tres bloques en el Parlamento ¿la cuadratura del círculo?

La primera vuelta de las legislativas anticipadas tuvo lugar el 30 de junio. Fue una muy buena operación para la ultraderecha (32%). Frente a la inminente llegada al poder del RN de Le Pen (Rassemblement National en francés), la izquierda conformó una unión coyuntural (el Nuevo Frente Popular) para la segunda vuelta del 7 de julio. Esta estrategia surtió parcialmente efecto, la izquierda salió fortalecida, pasó de 133 a 194 escaños. El RN, no consiguió la esperada mayoría absoluta (289 escaños), pero siguió su vertiginosa progresión, pasando de 89 a 126 escaños, constituyéndose como la principal fuerza parlamentaria. La cifra de la ultra derecha sube a 143 al adicionar los 17 tránsfugas del grupo que se desprendió de Los Republicanos, los cuales solo obtuvieron 65 diputados. Para Marine Le Pen, el 7 de julio el RN tuvo una victoria diferida. En 2027, ya no hay vuelta de hoja, dijo al comentar los resultados.

El gran perdedor fue la alianza presidencial (Renaissance, Horizon, Modem), la cual pasó de 245 a 166 escaños. Aunque, dado el desgaste del gobierno, la alianza presidencial se posesionó sorpresivamente en segundo lugar. A simple vista, hay tres bloques, tres minorías irreconciliables en la tradición de la Quinta República. No hay consenso sobre el vencedor, ya que nadie obtuvo la mayoría. La izquierda, que sacó el mayor número de escaños, reivindica la victoria y espera que uno de sus líderes sea llamado a la cabeza del gobierno. Por ausencia de consenso interno, ya han sido descartadas varias personas. Este disenso juega a favor del campo presidencial.

El ultra derechista RN, que llega en tercer lugar en número de escaños, fue sin embargo el partido más votado (10 millones de votos). El RN acusa al campo presidencial de haberse amangualado con la izquierda en la segunda vuelta para “eliminar el partido del pueblo”. Desde el año 2002, cuando Jean Marie le Pen se clasificó para la segunda vuelta de las presidenciales, los partidos que consideran, con razón, que las ideas de Le Pen menoscaban la Republica han constituido una “barrera de contención”, un arco republicano contra el lepenismo. Esta vez, el dique funcionó, el centro derecha de Macron y la izquierda se coordinaron para retirar candidatos en las triangulares de la segunda vuelta y así impedir la elección de candidatos de la Agrupación Nacional. En las legislativas, para mantenerse en la segunda vuelta un(a) candidato(a) debe haber obtenido en la primera vuelta al menos 12,5 % de los electores inscritos en la circunscripción. Las 577 circunscripciones en Francia son divisiones territoriales utilizadas para organizar las elecciones parlamentarias.

“La tercera vuelta de las elecciones”

Cada uno de los tres bloques reivindica su legitimidad para formar gobierno. Los gaullistas (Los Republicanos), de Laurent Wauquiez, señalan que “Francia dio claramente un giro a la derecha y que Emmanuel Macron debería escoger un primer ministro entre Los Republicanos”. Edourd Philippe, ex primer ministro de Macron, líder de Horizon, dice que habría que hacer un acuerdo técnico entre centristas y la derecha de Los Republicanos. El centrista François Bayrou, presidente del Modem, preconiza una alianza de la derecha, el centro y la social democracia socialista.

El centrista Gerard Larcher, presidente del senado, acusa a Macron de haber jugado con el país, ya que la disolución es un gran desperdicio que ha desembocado en tres minorías que no son viables. Considera que lo que queda por hacer es un “cabotaje legislativo”, buscar consensos, texto por texto y advierte que si el presidente nombra un primer ministro del NFP sería “un golpe de fuerza democrático”, él llamaría inmediatamente a censurar un tal gobierno.

El Nuevo Frente Popular, con el mayor número de escaños, no duda en su pretensión para encabezar el gobierno. Por ahora, la derecha y el campo presidencial vetan cualquier candidato que provenga del partido de Jean Luc Mélenchon (Francia Insumisa), ya que consideran a este partido como una formación de extrema izquierda, los acusan de benevolencia con el grupo terrorista Hamas. Para Melenchón, el presidente Macron debe aceptar su derrota y nombrar a un miembro del NFP, el cual debe aplicar el programa de izquierdas. Al verse rechazado por Macron, el líder de Francia Insumisa denuncia “el regreso del veto del rey en contra del sufragio universal” y la vuelta de las intrigas de la Cuarta República. De hecho, en 2016, en el programa de Francia Insumisa, aparece la propuesta de una constituyente para elaborar la Sexta Republica que sucedería a la actual Quinta República, calificada de “monarquía presidencial”.

Francia obligada a mirar allende sus fronteras.

Desde 1962 se volvió costumbre en Francia gobernar con mayorías absolutas. Parece como si se hubiera atrofiado la capacidad para hacer compromisos y crear coaliciones, como antaño en Francia o como sucede en otros países. En el imaginario galo la Tercera y Cuarta Republica evocan momentos de inestabilidad, desorden y triquiñuelas. Dado los resultados de la segunda vuelta el 7 de julio (una asamblea compuesta de tres bloques), el sistema de coaliciones de partidos minoritarios podría resucitar.

En Europa, los modelos más sofisticados de coalición han sido experimentados con éxito en Alemania, Bélgica y en países escandinavos. Koalicion, Kompromisse, son las dos palabras de origen latino que los alemanes han germanizado para designar un método de gobierno que se ha adaptado muy bien a un país federal y que ha impedido que se instale un poder vertical y concentrado. En Alemania, el último partido que obtuvo la mayoría absoluta fue la CDU (Democracia Cristiana) de Adenauer en 1957. Un año antes de la creación de la Quinta República francesa. La Koalicion actual del canciller social demócrata Olaf Scholz comprende el SPD, los Verdes y los liberales, y su brújula es un documento de 200 páginas cuya negociación necesitó dos meses y medio. En lo que respecta Bélgica, la coalición gubernamental es casi una marca de orgullo democrático. Valga decir el régimen de coaliciones no es un rio tranquilo, en Bélgica ha habido momentos de largos bloqueos (en 2010, fueron necesarios 541 días para encontrar un consenso y crear gobierno, otro tanto entre 2019 y 2020).

El Parlamento, una colcha de retazos. El macronismo se mantiene.

En el segundo mandato, sin mayoría en el Parlamento, el gobierno recurrió 12 veces al artículo 49.3 de la Constitución, el cual le permitió legislar sin la aprobación de los diputados. El hartazgo manifestado en las calles (chalecos amarillos en el primer mandato, huelgas masivas contra la reforma pensional y grandes manifestaciones de los agricultores, en el segundo) y los decretazos presidenciales, terminaron por deslegitimar el gobierno. El golpe de gracia ha sido dado por los resultados de las elecciones europeas de junio, y las legislativas del 30 de junio y el 7 de julio.

Revolución es el título del libro-programa de la primera campaña presidencial de Emmanuel Macron. En sus páginas, el candidato proponía liderar una revolución democrática, aboliendo la oposición derecha-izquierda. El 11 de julio pasado Emmanuel Macron escribió una carta a los franceses en donde les dice que con el voto del 7 de julio “ustedes hicieron votos para la invención de una nueva cultura política francesa”. Ese ha sido el leitmotiv de Macron desde su primera campaña y se ha presentado como el comadrón, capaz de acompañar el advenimiento de esa nueva cultura política. Una política cuya alma se basaría en la fe en el progreso, enraizado en la defensa de la unión europea, y supuestamente sin ideologías. En los siete años de presidencia Macronista, el Parlamento ha sido irrelevante, convirtiéndose en marioneta de un poder presidencial que no cesa de desgastarse, la oposición real ha pasado a las calles, el bipartidismo ha desaparecido, el partido fundado por el presidente corre el riesgo de desaparecer antes de haber llegado a su madurez, y, quizás lo más preocupante, la ultra derecha se ha convertido en el principal partido del país. La adición de todo lo anterior cuestiona la viabilidad de la Quinta República.

La pregunta es cómo encontrar una relación fluida entre un Ejecutivo bicéfalo y un Parlamento sin mayorías, cuyos inquilinos provienen de 11 feudos diferentes. A pesar de no tener tropas suficientes, Emmanuel Macron avanza con éxito sus fichas, logrando la noche del 18 de julio que la Asamblea nombre a un miembro de su partido en la presidencia del Parlamento. Si tiene pensado otra jugadita de ese estilo para imponer un primer ministro de su gusto, tendrá que esperar el fin de los Juegos Olímpicos, pues vendría una cascada de mociones de censura en el Parlamento y en la calle, un multitudinario enojo le recordará al presidente que el que pierde las elecciones no debería gobernar.

En agosto Francia descansa, y, pase lo que pase, el país hará una larga siesta. Una manera inteligente de aprovecharla sería leyendo a Montesquieu y viendo la serie danesa Borgen. El filósofo nos recuerda la interdependencia del mundo de la norma y de la naturaleza humana, el culebrón danés nos muestra cómo se cobija un gobierno cuando lo que hay es una manta de retazos. He aquí el futuro que ha inaugurado las últimas elecciones legislativas.

(*) Enrique Uribe Carreño es sociólogo, profesor en Sciences Po, Universidad de Estrasburgo.

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