jueves 5, diciembre 2024
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Tres escenarios de violencia irracional

Acerca de la guerra, Rubén Darío escribió: «La guerra es un monstruo feroz, que todo lo destruye sin piedad, arrasa ciudades, mata a la voz, y deja un rastro de dolor y soledad. La indiferencia de otros países es un golpe cruel al corazón, cuando el mundo se hace sordo a los gritos, y no hay nadie que tienda la mano. Las consecuencias son nefastas, se pierde la vida, el amor y la paz, y los que sobreviven quedan marcados, por el dolor, la tristeza y el desaliento».

Pero los grandes medios de comunicación occidentales, debidamente controlados por intereses políticos y económicos, miran hacia otro lado cuando se trata de conflictos que no afectan directamente dichos intereses. Hay países que llevan años dentro de una espiral de violencia y nada se dice de ellos en las noticias que traen los instrumentos mediáticos que utilizan.

Entre los países en guerra en África están Etiopía, Yemen, Malí, Níger, Burkina Faso, Somalia, Congo y Mozambique, entre otras regiones, que necesitan acciones y resultados positivos para acabar, de una vez por todas, con la grave situación que viven sus habitantes.

Por ejemplo, se  está librando una guerra en Tigray que se calcula que ha costado 600.000 vidas. Sus víctimas han sido testigos de espantosas violaciones a los derechos humanos y, trágicamente, la población civil ha sido blanco de ataques deliberados. Decenas de miles de mujeres han sido violadas. Ha durado años y sigue ocurriendo hoy, aunque lo más probable es que usted ni siquiera sepa dónde está esa guerra. A pesar de que ha causado muchas más muertes que la guerra de Ucrania y el genocidio israelí en Gaza, ha sido en gran medida obviada por los medios de comunicación occidentales.

El 4 de noviembre de 2020, cuando el primer ministro de Etiopía y premio Nobel de la Paz, Abiy Ahmed, anunció una ofensiva militar en el disputado territorio de Tigray, era difícil imaginar lo catastrófica que llegaría a ser. Una población de más de seis millones de personas, sometida a un bloqueo gubernamental, se ha visto empujada a una hambruna masiva, en la que niños pequeños mueren de desnutrición aguda. Tigray se ha transformado en un centro de violaciones convertidas en armas y apagones de Internet que agravan la tortura psicológica a la que se enfrentan las víctimas y familias como la mía, desesperadas por saber de sus seres queridos.

Antes de la guerra, Tigray contaba con 47 hospitales, 224 centros de salud y 269 ambulancias en funcionamiento. Hoy, más del 80% de los hospitales han sido dañados o destruidos a manos de los soldados etíopes y eritreos, y los servicios de ambulancias han desaparecido. Las estadísticas y la magnitud del sufrimiento humano significan que los ojos del mundo deberían estar puestos en Tigray, pero dos años después parece como si nadie estuviera mirando. Lo que resulta especialmente trágico es que la falta de atención no se debe a que la comunidad internacional y los medios de comunicación carezcan de recursos.

Desde 2022 hemos visto lo que es posible cuando el mundo decide que merece la pena preocuparse por un conflicto y por las vidas destruidas por él.

Por otro lado, el conflicto entre Rusia y Ucrania es un buen ejemplo de las contemporáneas tensiones entre el nacionalismo y el cosmopolitismo internacional. Y como existen de por medio intereses geopolíticos importantes, se le da una atención cotidiana en los medios.

El nacionalismo ruso ha sido la razón de la invasión de Rusia a Ucrania. Liberar los Estados separatistas y prorrusos del Donbás fue la excusa perfecta que esgrimió Putin para llamar a la guerra. Por otra parte, era ya inminente la adhesión de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN, lo que significaba que los gringos, por fin, vivirían en el patio de Rusia. Invocar el nacionalismo ruso para liberar a los ucranianos descontentos y proteger la soberanía rusa de los gringos, resultaba algo muy conveniente en un momento donde la gestión de Putin como presidente, estaba en entredicho por la ciudadanía.

Los que defienden el cosmopolitismo, argumentan, no sin razón, que la invasión rusa viola los derechos de Ucrania como nación independiente y única encargada de solucionar su propio conflicto bélico separatista. Basado en esta premisa, un Zelenski -muy empecinado- defiende a Ucrania de Rusia a como dé lugar, aunque ello a estas alturas, haya costado la vida a más de 100 mil personas, entre los que cuentan 30 mil civiles; mujeres, hombres y niños.

La actuación del presidente ucraniano, más allá de la defensa de su país, da cuentas de un sueño personal muchas veces declarado, de lograr la aceptación de Ucrania en la Unión Europea y estrechar alianzas económicas y militares con los gringos y demás miembros de la OTAN. El deseo de Volodomir Zelenski desoye a los 6 millones de caucásicos del Donbás, que desde el 2014, han manifestado su voluntad de separarse de Ucrania para erigirse como una nación independiente.

Para los gringos el asunto entre Rusia y Ucrania es más sencillo y pragmático, respondiendo a intereses económicos y geopolíticos. El apoyo a Ucrania, en clara asimetría frente a Rusia, les permite a los americanos apostarse definitivamente en la región, lo que significa hacerse del control de una de las zonas más ricas en energía de todo el mundo. El petróleo y el gas barato, y la independencia de las políticas de precios de la OPEP, siempre serán bienvenidas por Estados Unidos.

El plan original de Putin era de una «guerra relámpago» en la que Rusia tomaría Kiev en pocas horas y anexaría a Ucrania como una república asociada a la federación rusa. La resistencia de Zelenski, que cuenta con el irrestricto apoyo bélico y económico de la OTAN, ha frustrado esta estrategia inicial de Putin.

Nos encontramos, pues, ante un enfrentamiento posmoderno entre el hemisferio occidental, liderado por los americanos, y el hemisferio oriental, liderado por los rusos, con la indudable venia de China y otros muchos países que adversan a Estados Unidos.

La reciente Guerra Fría, que duró 44 años, se trataba de algo muy parecido a lo planteado.

Para quien no lo recuerde, durante la Guerra Fría vivimos todos en el riesgo de que una posible confrontación nuclear entre rusos y gringos, dieran al traste con la humanidad.

Hoy, tras un año de iniciada la guerra entre Rusia y Ucrania, el riesgo de una confrontación nuclear internacional cobra nuevamente vigencia. Putin recientemente suspendió el tratado de restricción del uso de armas nucleares, establecido ya hace años entre Rusia y Estados Unidos. Además, amenaza abiertamente de reaccionar violentamente si Estados Unidos y sus aliados suministran misiles de largo alcance al gobierno ucraniano, lo que ha aumentado aún más la tensión en la región.

Los países de la OTAN hacen caso omiso a las amenazas de Putin y siguen atizando el fuego de la guerra. El gobierno chino alarmado por la posible escalada del conflicto ruso-ucraniano, en estos días, ha conminado a la resolución negociada de la guerra, brindando incluso una estrategia a seguir para llegar a acuerdos entre ambas naciones.

Mientras acontece lo señalado, el resto del mundo, hemos hecho de la guerra Rusia-Ucrania parte de nuestra cotidianidad. Los inicialmente encendidos y continuos titulares de prensa sobre el conflicto de Europa del Este han venido siendo desplazados por aquellos relacionados con la crisis económica mundial.

Por pragmatismo e indolencia nos olvidamos de los muertos, heridos, desplazados y riesgos inherentes al conflicto bélico ruso-ucraniano. La indiferencia ante la guerra que menciona en su escrito Rubén Darío podría costarnos la vida a todos, si comienza una abierta confrontación nuclear.

Otro ejemplo brutal de violencia y deshumanización, contrario a todos los principios universalmente aceptados de respeto y conservación de la vida es el genocidio que los israelitas están llevando a cabo en Caza.

“Cuando la intención genocida es tan conspicua, tan ostentosa, como lo es en Gaza, no podemos apartar la vista, debemos hacer frente al genocidio; debemos prevenirlo y debemos castigarlo”, declaró la relatora especial sobre la situación de los derechos humanos en los Territorios Palestinos Ocupados durante la presentación de su informe Anatomía de un genocidio.

Durante la sesión ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, Francesca Albanese dijo que considera que hay «motivos razonables» para creer que se ha alcanzado el umbral que indica la comisión del delito de genocidio contra los palestinos como grupo en Gaza.

«En concreto, Israel ha cometido tres actos de genocidio con la intención requerida: causar graves daños físicos o mentales a miembros del grupo; infligir deliberadamente al grupo condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física total o parcial; imponer medidas destinadas a impedir los nacimientos dentro del grupo», declaró.

La experta señaló que “una minoría de poderosos Estados miembros”, en lugar de detener su impulso, “ha prestado apoyo militar, económico y político a la atrocidad, agravando la devastación que ha provocado en los palestinos”.

En este contexto, Albanese pidió a los Estados miembros que cumplan con sus obligaciones e impongan un embargo de armas y sanciones a Israel.

Afirmó que negar la realidad y mantener la impunidad y el excepcionalismo de Israel ya no es viable, especialmente a la luz de la resolución vinculante del Consejo de Seguridad, adoptada, que pide un alto el fuego inmediato en Gaza.

Pero nadie hace caso y los israelitas se ríen de todos y todo lo que significa volver a la racionalidad. Es más, ahora extendieron su violencia hacia los altos del Golán y el territorio Libanés. Es una espiral del absurdo.

El absurdo surge de la confrontación entre la búsqueda del ser humano y el silencio irracional del mundo», dice Camus en El mito de Sísifo. Justo después habla del suicidio filosófico. El absurdo es el hijo problemático del conflicto entre el deseo y el desencanto. Surge cada vez que la ilusión y el mundo se desencuentran en medio de un silencio irrazonable. Hay silencios indiciosos, simbólicos y hasta alegóricos, pero el silencio irracional es refractario a ocupar la geografía de lo ponderable. Es el silencio que debió estar ocupado por la palabra.

La palabra es la sede del encuentro con los demás y consigo mismo. Hay, sin embargo, silencios hechos de palabras que desencuentran. En todo caso, el silencio irracional extingue el sentido de la propia existencia. Ante él, lo que debía tener una razón de ser abandona toda posibilidad de logos, y se imposta la finalidad. El para qué es, entonces, una aporía.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverria

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