El horror de la guerra no se reduce al hedor de la carne desgarrada ni al estruendo de los misiles. Es una acusación perpetua contra los instintos más bajos de la humanidad y su crónica incapacidad para trascenderlos. Un recordatorio brutal de nuestra fragilidad ética, de cómo las aspiraciones de paz son sofocadas por la codicia, el miedo y el ansia de poder.
Para el capital financiero internacional, sin embargo, estas reflexiones carecen de peso. En su lógica fría y calculadora, la guerra no es tragedia, sino herramienta. Un negocio de altos dividendos, un método para reconfigurar el tablero global conforme a sus intereses.
La realidad es simple y brutal: Trump habla en nombre de la plutocracia imperial estadounidense, al igual que es voz de los demás oligarcas —sean republicanos o demócratas—, pues convergen en la misma estrategia para mantener, a cualquier precio, su violenta y amenazante dominación global. La recién juramentada presidencia no ha cambiado las reglas del juego: solo ha renovado a los jugadores. Entre ellos, y alguna que otra vampiresa como Clinton, se entienden con Trump, aunque se odien; coinciden en la excepcionalidad estadounidense y en el empeño de fortalecer su hegemonía unipolar. Sueños de opio de esta camorra que, en diferentes voces, recitan esta arrogante borrachera,
Tomemos, por ejemplo, a Jeff Bezos, dueño de Amazon y del Washington Post: ayer financiador de Harris, hoy rendido a los caprichos del «zanahorio». Lo mismo puede decirse de Mark Zuckerberg. Y la lista sigue en un cortejo que imita recuadros de vasallos inclinándose ante el señor feudal, o, ante el monarca.
Un aparte merece Elon Musk, un marciano con delirios de deidad, convencido de que puede rediseñar el destino de la humanidad. Su alianza con la ideología cuasi nazi del sionismo —judío, cristiano y secular— no se disimula, más bien, se exalta. Como tampoco tuvo un velo la moratoria universal de Trump sobre las ayudas internacionales, con dos únicas excepciones: Israel y Egipto. No fue casualidad. Al igual que Biden, Trump apostó por la limpieza étnica de los palestinos en sus propias tierras. Ambos son corresponsables del holocausto palestino.
Toda la pirotecnia de Trump no es un accidente: responde al pánico de las élites estadounidenses, que ven desmoronarse su hegemonía. El dinero no tiene patria ni banderas nacionales. La unipolaridad se tambalea. Su colosal poderío militar, junto con su otra arma —sanciones y embargos—, ya no garantiza la sumisión global.
Las élites están desesperadas por salvar un transatlántico que se hunde a ojos vista. El Titanic naufraga. De ahí la casi unanimidad de esta casta satánica —no encuentro mejor término—, cuyo fuego principal proviene de Silicon Valley, Wall Street y el complejo militar-industrial. Para esta caterva de energúmenos, la disyuntiva es clara: actuar con brutalidad, sin fingimientos, o aceptar la pérdida irreversible de la preeminencia imperial. Ya no hay marcha atrás. La piñata unipolar se desmorona y con ella la ilusión de eternidad. El fondo del tema, no es el díscolo y atorrante Trump, sino las fuerzas que él representa, que lo pusieron en el poder, para servir a los más ricos entre los ricos, cuyos nombres son muy conocidos.
Por eso, concentrarse en las ocurrencias estrafalarias del «zanahorio» es un error. No, Trump es solo un síntoma, un estertor de la hegemonía que agoniza. Todavía le queda pólvora para batallar un tiempo, pero en el horizonte, el delfín se asoma. La pregunta ya no es si caerá, sino cuándo.
Trump, tarde o temprano, se enfrentará a una realidad que lo sobrepasa. Medidas exorbitantes, múltiples frentes de batalla —internos y externos—, el resurgimiento de la multipolaridad, la complejidad económica y fiscal, la deuda externa, la lucha entre el Estado profundo y la guerra que él mismo ha declarado con el despido ipso facto de 30.000 trabajadores federales. Trump enfrenta una realidad insostenible con el paso del tiempo: su Talón de Aquiles.
Pero ya lo dice el refrán: cuando el barco se hunde, las ratas son las primeras en saltar. La cuestión es: ¿hacia dónde?
(*) Allen Pérez S. Abogado y Analista político
Cambridge, enero de 2025
Bardzo dobry tekst