Las recientes elecciones en Venezuela han desatado un torbellino político en América Latina. Varios gobiernos se han apresurado a reconocer como presidente interino a Edmundo González Urrutia, un representante de la derecha más rancia de Venezuela. Sin embargo, más allá de la política, este movimiento parece responder a intereses económicos ocultos, ya que muchos de los opositores al gobierno de Nicolás Maduro han convertido la lucha política en un negocio lucrativo, acumulando grandes fortunas mientras el pueblo venezolano sigue sufriendo.
Lo que resulta verdaderamente revelador es el giro que ha tomado la política estadounidense con la administración de Donald Trump. Mientras gobiernos latinoamericanos, incluido el de Costa Rica, han actuado como serviles seguidores de la agenda estadounidense, Trump ha enviado a Richard Grenell, un diplomático de alto nivel, a reunirse con Nicolás Maduro. Este movimiento no es solo un acercamiento diplomático, sino una tácita aceptación de que Maduro sigue siendo el único presidente legítimo de Venezuela.
Aquí es donde la historia da un giro inesperado. La oposición venezolana, que durante años ha sido financiada con recursos provenientes del extranjero, ahora enfrenta un panorama incierto. Trump ha solicitado investigaciones sobre el manejo de los fondos destinados a estos grupos, y todo apunta a que varios líderes opositores podrían terminar en prisión por malversación de recursos.
El miedo ha sido una herramienta clave en este juego político. Se ha utilizado para manipular a las masas, dividir a los pueblos y justificar intervenciones extranjeras. Nos han vendido la idea de que sin un «rescate internacional», Venezuela no podrá salir de su crisis. Pero, ¿qué hay detrás de este discurso? El miedo no solo paraliza, sino que también crea oportunidades para que unos pocos se enriquezcan a costa de la miseria de muchos.
En este contexto, los gobiernos de América Latina que han corrido a reconocer a González Urrutia como presidente no solo han demostrado una falta de soberanía, sino que han accionado como lacayos baratos de intereses extranjeros. La historia, sin embargo, parece estar cambiando. La sombra de la justicia comienza a cernirse sobre quienes han hecho de la política un negocio y del pueblo una mercancía.
Hoy más que nunca, es fundamental entender cómo se manipula el lenguaje del miedo y cómo las élites económicas y políticas utilizan la inestabilidad para su propio beneficio. Venezuela sigue siendo un campo de batalla no solo por el poder, sino por el control de los recursos y la narrativa política. Y en este juego, los verdaderos perdedores siempre han sido los pueblos.
(*) Edgar Gutiérrez Cordero, Paso Canoas, 1 de febrero de 2025.