A finales del año 2024 escuché la reflexión de una profesora de filosofía en Bélgica, quien tras 10 años de docencia universitaria abandonó su cargo alegando esto:
“La decadencia del sistema presenta una tendencia general en todos los países, donde los criterios universitarios están impuestos por organismos financieros, todos ellos al servicio de un modelo de sociedad, según el cual el progreso humano se basa únicamente en el crecimiento económico y en el desarrollo tecnológico, hipertrofia de la actividad administrativa y de gestión de un tiempo que debería dedicarse a la docencia y la investigación. Según estos criterios, personas como Kant, Darwin o Einstein, no tendrían hoy ninguna posibilidad para que los seleccionaran”.
Ante un escenario como el que tenemos frente a nuestros ojos, donde la corrupción ya es indisimulada mientras se sigue abanderando la palabra “democracia”, es evidente que los conceptos de “soberanía nacional” y de “integridad territorial” están mutando muy rápidamente hacia algo más complejo y de difícil control. Aunque las fronteras clásicas siguen cumpliendo su función, hay unas fronteras de sistema que superan a las decisiones de cualquier gobierno nacional. Sólo los estados más poderosos y poseedores de armas atómicas pueden mantener una cierta soberanía dentro de este contexto. Ni tan siquiera la que fuera en otro tiempo todopoderosa República Francesa, que también posee la bomba atómica, puede escapar al actual poder financiero que es capaz de imponer desde una “reforma laboral” hasta la no aplicación de medidas contra el “calentamiento global”.
El concepto actual de “democracia”, pervertido hasta extremos inimaginables, no puede entenderse sin el papel del poder financiero internacional que opera a través de la mayoría de los países, sin que las fronteras de Estado sean un impedimento para sus objetivos. Y aunque la geopolítica del siglo XXI seguirá haciendo uso de las guerras con armamento militar convencional para cuestiones de “ajuste local”, por otro lado, las decisiones de ámbito global las tomará una “tecnocracia” muy alejada de los respectivos parlamentos nacionales convertidos en una auténtica broma. En este sentido, si vemos los espectáculos y el nivel intelectual de grandes “líderes” de países occidentales, nos damos cuenta de hasta dónde se ha rebajado el nivel de la sociedad como consecuencia de que al gran poder financiero no le interesan las sociedades dignas, justas y democráticas.
La gran incertidumbre, que paradójicamente también es una esperanza, tiene que ver con el momento en que esta situación colapse a efectos de la incapacidad política para gestionar las cuestiones más básicas que afectan al día a día de la gente. Es por ello por lo que desde hace tiempo se habla de los “populismos” y el auge de la “extrema derecha”, que en realidad no es algo nuevo. En los años 20 y 30 del siglo XX ya hubieron “populismos” y “fascismos” que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Después se inició una etapa de progreso generalizado que alcanzó el gran logro de la llamada “sociedad del bienestar” y de las “garantías sociales” en los países más desarrollados, pero hoy la situación es realmente incierta sin tener toda la certeza del rumbo que tomará. Lo que sí parece claro es que el “control social” se aplicará de manera muy sofisticada.

La geopolítica tradicional está sucumbiendo bajo un poder capaz de decidir votaciones en muchos parlamentos. Y aunque las viejas manifestaciones identitarias son dóciles a tal sistema, y por lo tanto toleradas como una muestra de “democracia”, lo que se considera verdaderamente “moderno” es el uso de alta tecnología y el supuesto “transhumanismo” que será un “salto evolutivo” sin precedentes. ¿Se dejarán de consumir drogas cuando se consiga dar este “salto evolutivo”? Mucho me temo que no mientras el narcotráfico tenga un peso tan descomunal dentro de la economía de los países. Eso ya lo experimentaron los chinos en el siglo XIX cuando los británicos les introdujeron el opio, y desde entonces el narcotráfico como negocio ha alcanzado un volumen y una incidencia en la humanidad que parece imposible de erradicar. En cualquier caso, interesa muchísimo tener a una gran cantidad de población anestesiada a través del consumo de drogas o a través del consumo de medicamentos, al mismo tiempo que los dividendos de las multinacionales alcanzan cifras nunca vistas. Todo ello bajo mecanismos de control que no tienen nada de democráticos.
Dentro de este escenario tan siniestro, la representación más elocuente la expresa el colectivo de los jóvenes menores de 25 años en todos los países occidentales, quienes en un 30% aproximado se medican diariamente para combatir la ansiedad y la depresión. Retornando a la profesora de filosofía con la que inicié este artículo, no es extraño que ésta decidiera abandonar una profesión que en las condiciones actuales carece de todo sentido. La situación, pues, es mucho más preocupante de lo que la mayoría se imagina. Estamos ante un desafío que la humanidad no ha enfrentado jamás, el cual ya no tiene que ver con el progreso evolutivo, sino con la supervivencia de nuestra propia condición como “seres humanos inteligentes”. A mi juicio, lo más escandaloso es el silencio de los llamados “intelectuales” que ocupan altos cargos en universidades y en medios de comunicación, quienes reciben generosos salarios para mantenerse obedientes y contribuir a que la decadencia de Occidente sea imparable.
(*) Sergi Lara, divulgador geográfico y asesor turístico