No es ningún secreto que la memoria de mi abuelo, Rodrigo Gámez Lobo, está tejida en un lienzo amplio, que va más allá de su familia. Para algunos, fue un colega escritor y científico; para otros, un amigo fiel, un profesor; también fue el querido “don Ro” que se paseaba por los senderos del INBioParque; y, muy importante, para otros fue el famoso “Tío Rodrigo” que los llevaba de campamento, a vivir y respirar naturaleza.
Independientemente de cómo o por qué lo conocimos, creo que todos los que cruzamos caminos con mi abuelo podemos estar de acuerdo en una cosa: era todo un personaje.
Todo aquel que lo conoció tiene alguna historia que contar sobre él, con esa mente estelar, rápida, y ese sentido del humor agudo, ingenioso y, no obstante, con una gota de acidez.
Estas son algunas de mis memorias.
Mi abuelo era de esos que están llenos de historias, y que cada día se acordaba de una nueva y aún más emocionante que la anterior.
Vivió su niñez en una Costa Rica más rural y más esencial, que algunos aún recuerdan. De ahí se remontaban muchas de sus historias, creciendo y jugando en las calles de la aún aldeana ciudad de Heredia, así como en sus expediciones con los boy scouts y sus aventuras con los compañeros de escuela.
Me contó también sobre muchas otras etapas de su vida, como sus numerosos viajes por el mundo, sus esfuerzos tratando de descifrar el código morse durante la célebre invasión de Costa Rica en 1955 —que pretendía derrocar al presidente José Figueres—, y también aquella vez en la Inglaterra de los años 60 cuando, junto a mi abuela Olga, presenció en vivo una banda que “tocaba música muy rara”. Esa banda resultó ser nada menos que Los Beatles.
Tuve el privilegio de crear muchas memorias junto a él.
Mi manera de llamarlo desde pequeño fue “Babá Guigo”. Empezamos con las idas al kinder y, por supuesto, al INBio, donde mi abuelo me introdujo a la familia de funcionarios y amigos más linda que he conocido. Desde esa época en adelante, establecimos el “cuarto de los exploradores”: para cada paseo escogíamos el mismo cuarto juntos, y dormíamos entre binoculares, telescopios y guías de aves.
Babá Guigo y yo también tuvimos aventuras más urbanas. Está, por ejemplo, el famoso episodio de la panadería Musmanni. Fuimos a comprar pan una mañana, y mi abuelo, al ver al panadero despegando los baguettes de la bandeja recién sacada del horno, asumió la tarea de ayudarle desde el otro lado del mostrador. Escuché un craqueo, y mi abuelo disimuladamente puso las pinzas a un lado. La señora que estaba delante nuestro en la fila intercambió miradas de confusión, al percatarse de que el baguette en su bolsa de Musmanni venía partido a la mitad.
También está el episodio de “don Rodrigo el fontanero”. Para esa ocasión, nos ofrecimos para arreglar el tubo de la pila. No entendí bien qué pasó, pero lo que recuerdo fue recibir la señal de mi abuelo para volver a abrir la llave de paso, y … ¡encontrarlo empapado, cuando regresé al cuarto de pilas!
En esos mismos meses liberamos una iguana en mi casa, y Babá Guigo quiso contribuir con trozos de papaya para alimentarla. Para ese episodio terminé remolcando a mi abuelo de un hueco de basura del jardín, mientras se reía y buscábamos el plato con papaya, que salió volando.

Finalmente, está la vez en que tratamos de avistar un ave de canto desconocido, en el jardín. Como ni él tenía su aparato del oído, ni yo un par de anteojos funcionales, le sugerí, entre broma y broma: “Babá, hagamos una cosa: usted ve, y yo escucho”. Mi abuelo, quizás no muy halagado, respondió simplemente con un “Je, je”.
Babá Guigo me enseñó constelaciones, contribuyó con mi educación, me ayudó a construir comederos para aves, apoyó mi fotografía y mi música, me dio consejos de vida, binoculares, guías de animales, poesía en español y muchas, muchas risas y aventuras.

Mi abuelo nos enseñó que el conocimiento se comparte. Nos hizo entender que, sin naturaleza, no hay ni habrá nosotros. Nos demostró que el cariño, la amabilidad y la curiosidad son lo último que se pierde. Entre otros proyectos, nos dejó el INBio, con una labor admirable, que nadie puede opacar. Pero, sobre todo, la lección que aprendí de él y que quiero recalcar en esta ocasión, es que hay que seguir viviendo.
Para concluir, deseo culminar estas remembranzas y anécdotas con un poema sobre nuestro abuelo, escrito por mi hermana Fiorela pocos días después de su partida:
Desearía pintarte con mi sangre de árbol,
proveniente de raíces con tu sello de marfil.
Abrazos imperfectos teñidos de sal y
sonrisas tímidas formadas por granos de maíz.
Piel de cúrcuma y arena con manchas del sol y de su emperatriz
que se refleja en el pelaje argentado de tu cabeza, y en tus alas de colibrí.
Viviste relatos de risas con lágrimas en tus ojos de amanecer sin fin
y has zarpado con velas blancas y un suspiro que se ha de sentir.
Bailas con hojas suaves, eres el viento que nos hace vivir,
besas pétalos de lirios y nos escribes un mensaje sutil
donde describes las bellas formas de las nubes en tu jardín
y nos hablas con las voces de los pájaros que llegamos a oír.
Pienso que la magia de la vida es el arte de dejarla ir,
aún con lágrimas del cielo que derramo para ti.
En esta carta de césped no escribo un adiós gentil,
ya que espero verte sonriente en las raíces de mi árbol este abril.
(*) José David Gámez Oviedo
Profundamente humano don Rodrigo y sus nietos. Un apostol de la Naturaleza. Con Hechos e Ideales amo a Costa Rica. Destaco entre otros aspectos de su personalidad: CARIÑO, AMABILIDAD, CURIOSIDAD..Gracias a su nieto Jose David, Fiorella, por escribir tan profundamente y claro, esas bellas vivencias escritas, a su gran abuelo, don Rodrigo.Gracias tambien a don Luko, El Pais.cr, por haber podido leer tan humanos y vivos reelatos que despertaron mi capacidad de asombro, unicos, que me sacan de mi cotineanidad.Agradecido como ciudadano Soy.! Si hay un libro -biografia- de don Rodrigo, lo quisiera comprar u otro, si se me permite.Buenos dias.
Puede estar muy orgulloso de su abuelo. Hay varios Don Rodrigos de esa generación que hicieron mucho bien a nuestra sociedad costarricense y su abuelo fue uno de ellos. Descanse en paz Don Rodrigo Gámez.