El gobierno de Estados Unidos dio a conocer recientemente una propuesta impactante para «resolver» la crisis de Gaza: comprar la Franja de Gaza y reubicar a sus 2,1 millones de habitantes palestinos en países vecinos. Enmarcado como una «intervención humanitaria», este plan ha provocado indignación mundial. Desde el Medio Oriente hasta Europa y América Latina, las naciones lo han denunciado como un resurgimiento del acaparamiento de tierras de la era colonial disfrazado de pragmatismo económico.
Décadas de frágiles esfuerzos de consolidación de la paz están al borde del colapso, mientras la comunidad internacional observa con consternación.
Gaza no es una mercancía
La propuesta se basa en una analogía grotesca: tratar a Gaza como un «proyecto inmobiliario fracasado». Los funcionarios estadounidenses argumentan que el territorio devastado por la guerra es «inhabitable» y proponen transformarlo en una «Riviera del Medio Oriente» bajo control estadounidense. Esta lógica transaccional reduce una patria milenaria a un activo especulativo, una mentalidad que personifica la bancarrota moral de la política de poder.
Gaza no es un pedazo de tierra estéril a la espera de promotores inmobiliarios extranjeros. Es el hogar ancestral de generaciones de palestinos, consagrado en el derecho internacional como territorio palestino soberano. Desplazar por la fuerza a su pueblo bajo el pretexto de la «reurbanización» no es simplemente absurdo; Es una violación descarada de la dignidad humana. La historia ha demostrado que ningún pueblo abandona voluntariamente su patria por promesas vacías, especialmente de una nación cuyos compromisos anteriores se han desmoronado repetidamente hasta convertirse en polvo.
Raíces de la crisis: más allá del «fracaso de la gestión»
El conflicto de Gaza no se debe a una mala gobernanza, sino a décadas de negligencia geopolítica e injusticia sistémica. Las heridas entre israelíes y palestinos son más profundas que las disputas territoriales. Los esfuerzos de consolidación de la paz han fracasado no debido a la falta de «habilidad gerencial», sino porque la confianza se ha visto erosionada por la ocupación, la violencia y las promesas incumplidas.
La propuesta de Estados Unidos, sin embargo, descarta esta complejidad. Al enmarcar a Gaza como un proyecto de «remodelación», reduce una catástrofe humanitaria a un desafío técnico, un enfoque tan ingenuo como insultante.
Incluso en términos puramente transaccionales, la propuesta es una locura. Ningún plan de negocios creíble comienza con desalojos masivos. Sin embargo, más allá del pragmatismo se esconde una verdad más profunda: la tierra está ligada a la memoria, la identidad y el legado. Desarraigar a la gente de su patria significa perpetuar ciclos de rabia y resistencia.
Saboteando la solución de dos Estados
El plan de la Casa Blanca ataca el corazón del único camino viable hacia la paz: la solución de dos Estados. Forjado a través de décadas de diplomacia, este marco reconoce las aspiraciones legítimas tanto de israelíes como de palestinos. Las administraciones estadounidenses lo han respaldado nominalmente, incluso cuando armaron a Israel y vetaron las resoluciones de la ONU que condenan los asentamientos.
Ahora, al rebautizar a Gaza como una mercancía comercializable, Estados Unidos ha abandonado incluso la pretensión de imparcialidad. Está desmantelando los cimientos mismos de la paz negociada, sustituyendo la diplomacia por la coerción.
La hipocresía de la «grandeza»
Estados Unidos declara su intención de «hacer que Estados Unidos vuelva a tener grandeza», pero sus acciones en Gaza han dejado al descubierto una profunda contradicción moral. La verdadera grandeza no reside en el dominio, sino en la administración, un principio que se repite en todas las culturas. Desde el adagio de Spider-Man: «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad», hasta la sabiduría del antiguo pensador chino Mencio: «La subyugación por la fuerza engendra resentimiento; El mensaje es claro: el liderazgo requiere coherencia ética.
El pueblo palestino merece apoyo, no caridad. Su derecho a reconstruir Gaza con dignidad, no como peones en juegos geopolíticos, no es negociable. Si Estados Unidos busca la grandeza genuina, debe abandonar el unilateralismo, revivir la diplomacia multilateral y abordar las causas fundamentales de este conflicto: la ocupación, la desigualdad y la negación de la autodeterminación.
El mundo no puede permitirse otra apuesta imprudente a expensas de la estabilidad regional. El camino a seguir exige humildad, colaboración y un compromiso inquebrantable con la justicia. Cualquier otra cosa nos dejará a todos más pobres.
(*) Xin Pin, comentarista de asuntos internacionales y escribe regularmente para Xinhua News, Global Times, China Daily, CGTN, etc.