Gabriel Vargas Acuña
Y el mundo a carcajadas se ríe del poeta
y le apellida loco, demente, soñador…
Rubén Darío
I.
Esta Semana Santa del año 2025, con mi familia, quise visitar Nicaragua para disfrutar de sus múltiples atractivos, aunque confieso que mi principal interés era ver la casa de Rubén Darío (n. 1867) en León. A pesar de que para este Lunes Santo estaba pronosticado mucho calor en aquella ciudad de la costa pacífica, allí nos dirigimos para visitar el lugar donde vivió durante su infancia quien sigue siendo el gran poeta de América y España. Nos habían prometido que se podía visitar la legendaria casa de las Cuatro Esquinas, propiedad de sus abuelos Ramírez Sarmiento, la cual después heredó Rubén.
Como sabemos, Darío (que solo vivió 49 años) se casó dos veces; pero de su segundo matrimonio nunca pudo divorciarse por capricho de la señora. Por tal razón, cuando, en 1899, se conocieron él y Francisca Sánchez, (humilde jardinera española iletrada) no pudieron casarse. Se dice que Darío enseñó a leer y escribir a Francisca, y ella le ayudó mucho en su trabajo durante la última etapa de vida, y le dio un hijo. Al morir Darío, en 1916, la amada Paquita dirigió toda la labor de recolección y ordenamiento de la obra del poeta. Con el afán de atender los asuntos pendientes de este, Paquita vino a Nicaragua a ver lo relativo a la casa de León. Los amigos en la Ciudad le encargaron al joven poeta Alfonso Cortés, que la ayudara a recoger los documentos y a determinar lo que pudiera haber de herencia. Cortés cumplió el encargo y, cuando Paquita se marchaba, de seguro convencida de que la antigua casa le pertenecía a Nicaragua, la donó a través de la persona de Alfonso Cortés, quien debía administrarla. Volvió la amada Paquita a España donde vivió largamente, y murió en 1963. En la casa de Las Cuatro Esquinas quedó viviendo Cortés, poeta iluminado que muchos creían loco pero que escribía bellos delirios por los que se le reconoce como uno de los grandes poetas de Nicaragua, lo cual no es poco decir. Algunos han dicho que vivir en aquella casa mágica fue lo que inspiró y hasta enloqueció a Cortés. Tuvo también larga vida Alfonso y, finalmente, la casa quedó en manos de autoridades de León que con el tiempo instalaron allí un museo, el cual, si bien está dedicado al grandioso Rubén Darío, también conmemora al poeta Cortés.
Con gran ilusión nos dirigimos, entonces, este Lunes Santo, a ver la casa de las Cuatro Esquinas en la tórrida ciudad de León, que nunca ha sido vencida.
II.
Cuando supe que los lunes, según costumbre universal de los museos, permanecía cerrada la Casona de las Cuatro Esquinas, quedé abatido; aunque, como León, no me di por vencido. Aquel día podía ser lunes o cualquier otro día, pero era el único día que estaríamos en León, y no podíamos rendirnos.
Con mi hija y nietos, pronto estuvimos frente a la Casa de las Cuatro Esquinas, pocas cuadras al este de la Catedral. Su puerta principal, en la esquina, estaba ahora clausurada y un gran ventanal dejaba ver la sala solitaria. El ingreso era por un costado enrejado a través del cual se veía el largo pasillo y parte del jardín central. En León, las casas coloniales entregan a la calle hirviente bocanadas del aire fresco que se produce en sus patios arbolados. Llamamos, y vino el vigilante. Era hombre compasivo y desinteresado quien, sin esperar ruegos ni mayores argumentaciones, nos dejó ingresar señalando la alcancía donde debíamos depositar los pocos córdobas de la entrada. Luego dijo que el guía estaba en su oficina y que, tal vez, nos podía atender. Vino Noel, quien nunca dijo su apellido, y era un dariano entusiasta que nos llevó por las salas hablando de Darío. Primero aclaró que, en aquella casa, entonces propiedad de los señores Félix Ramírez y Bernarda Sarmiento, vivió su nieto Rubén —nacido en Metapa— desde los pocos meses hasta los 14 años, en que inició el periplo que lo llevó por medio mundo hasta concretar su importante misión cultural. Nuestro guía no se concentraba en los objetos de época —algunos de los cuales eran apenas ilustrativos— sino en la vida y aporte del poeta; no obstante, aquella mascarilla mortuoria, aquella cama de barras metálicas en la cual murió, el soberbio frac de diplomático bordado con oro, algunas de las pinturas que lo retrataron, sus cuadernos de notas, las ediciones originales de sus libros… nos impresionaron vivamente. El ilustrado guía prefirió concentrarse en algunas tesis sobre la obra del gran poeta: Darío no fue solo producto de su gran genio, sino también resultado del ambiente cultural que se vivía en su ciudad en las últimas décadas del siglo XIX; desde muy temprano, el poeta supo que tenía una misión y se propuso llevarla adelante con su obra y sus viajes; Rubén insistió a la largo de su vida en la necesidad de que la sociedad tomara en serio al poeta y que este pudiera vivir de su oficio.
Aunque aquella era la casa de la infancia de Rubén, le pregunté al guía sobre Alfonso Cortés y me respondió que por supuesto era también la casa de este otro recordado poeta leonés, quien vivió allí por muchos años a partir de 1922, por lo cual nos condujo hasta la legendaria ventana enrejada que daba a la calle, en la cual se inspiró Cortés para escribir el enigmático poema “Ventana”. En un cuadro, al lado leí: “Un viento de espíritus pasa/ muy lejos desde mi ventana”.
III.
El nombre de Casa de las Cuatro Esquinas con el cual se denominaba en los viejos tiempos aquella propiedad, puede atribuirse a que ese sector de León así se conocía. El otro gran poeta de Nicaragua, Ernesto Cardenal, en el tomo “Vida perdida” de sus memorias (p.299), cuenta que él vivió en León hacia 1934 (tenía 9 años), cerca de aquella casa, por la que solía pasar con un grupo de compañeros de escuela que se burlaban del poeta loco que allí habitaba, el cual miraban por la ventana atado a una viga. Dice Ernesto que él no se burlaba del iluminado Alfonso pero que ya se preguntaba “qué era un poeta”.
En las antiguas casas de León, algunas de las altas vigas del artesonado tienen incrustadas argollas de hierro que se usaban para colgar las hamacas en las que muchas gentes dormían (o duermen) en las noches calurosas. En la antigua casona museo de Rubén Darío, vimos argollas incrustadas en las vigas, alguna de las cuales tal vez sirvió para amarrar al poeta Alfonso Cortés cuando estaba delirante; es decir: muy inspirado.
(*) Gabriel Vargas Acuña