Existe un mito muy arraigado en la población, donde se afirma que quien abandona su profesión, no tenía vocación. Esto sería como afirmar que todo mundo estudia por vocación y no por elección, lo cual no es demostrable. En la universidad de Costa Rica, cuando no había otras universidades, si no se conseguía un cupo en medicina, por lo general el destino era otra carrera; en realidad el examen de admisión no ayuda como guía y mucho menos las o los orientadores. Una mezcla de vocación y elección podría ser el resultado.
Recuerdo muy bien a un señor, hijo de un médico muy famoso, había escuchado cómo había abandonado la carrera de medicina en México DF, cuando estaba terminando el servicio social: hubo muchas especulaciones y leyendas urbanas, me lo presentaron en la consulta de ortopedia del hospital México, traía un problema de dolor lumbar crónico. En la consulta supe en realidad quién era, entonces me atreví a preguntarle, venciendo la diferencia de edades, le pregunté a raja tabla, él, muy educado y seguro de sí mismo me dijo: Yo en realidad no sentía interés en ser médico, sin embargo, sabía que mi papá deseaba verme convertido en médico, papá amaba la medicina, yo no, pero no encontraba cómo decírselo. Al recibir la llamada de mamá para decirme que papá había muerto, regalé todos mis libros e instrumentos médicos y me vine con la certeza de dejar atrás lo que en realidad no quería, evité conversar con ningún colega, todos tenían la seguridad que yo terminaría y posiblemente heredaría el lugar de mi papá. No quería que nadie me convenciera de que regresara.
Una vez pasado el funeral de mi padre, me retiré a la finca y desde entonces he estado dedicado a la agricultura y la ganadería.
Guardamos silencio y yo me dediqué a examinarlo meticulosamente, como queriendo olvidar la conversación sobre su elección.
Terminé la consulta, él se amarró los zapatos, unas burdas botas de amarrar, tomó su sombrero y su paraguas, me dio la mano muy firme y me dijo: Nunca me he arrepentido, yo soy un campesino y moriré siéndolo.
Lo felicito, le dije al despedirlo, en realidad si los seres humanos fuéramos más sinceros, seríamos más felices.
¿Por qué continuamos nuestra vida en una profesión que no nos gusta? No lo sé, yo decidí ser médico a los quince años y hoy con setenta y cinco continúo viendo pacientes y leyendo libros y journals de ortopedia y me gusta, he llevado muchísimos años de cabeza en la literatura y no me da pena decir que soy básicamente poeta, metido en la ganadería por casi tres décadas y con hobbies como la pintura y la fotografía, sigo los virajes de mi espíritu. No cambiaría absolutamente nada de poder recomenzar, nada, porque todo eso ha sido mi vida: una vida vivida apegada a mis principios.
¿Por qué escribo esto?
Sencillamente porque mucha gente se siente casada a la profesión y no hace más nada, temiendo ser infiel a su profesión si hace otras cosas o abandona su carrera inicial. Acabo de conocer una mujer joven, hija de un colega, terminó odontología y le entregó a su padre el título y se metió de lleno a la enseñanza y difusión del Yoga: ese era su camino real, pero pasó por lo otro para complacer a su padre.
Lo importante es ser fiel a uno mismo, no negociar a expensas de nuestros principios, cualquiera puede ser un excelente profesional, pero no cualquiera opta por ser un excelente ser humano.
¿Elegir? Siempre se puede elegir, el peor escollo es el temor a equivocarnos, pero es peor llegar a viejo equivocado.
(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes, Médico
Decidí ser médico también a los quince años y no me arrepiento de nada. He disfrutado inmensamente esta profesión.