Columna Poliédrica
El final del papado de Jorge Mario Bergoglio abre un gran signo de pregunta sobre el futuro de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Para personas medianamente informadas, es conocido que el Papa Francisco se atrevió a realizar una serie de reformas a lo interno del Vaticano; los cambios que se comenzaron a plantear abarcaban diferentes materias específicas, las cuales al mismo tiempo suponen una afectación de la generalidad del Estado más pequeño del mundo.
Una de las materias más sensibles en que se hicieron cambios fue la financiera. La situación ocurrida en el pasado con Juan Pablo Primero y los cambios que se estaban planteando en relación con el Banco del Vaticano, generaban “sugerencias” desde personas cercanas al Papa Francisco en el sentido de pensar muy bien la conveniencia para la iglesia de meterse en esos temas; no obstante, la tozudez del sumo pontífice romano implicó cambios en la jerarquía administrativa de la entidad financiera y una serie de medidas para transparentar las cuentas que durante mucho tiempo se habían manejado con una gran opacidad.
También se atrevió a realizar cambios en relación con los personajes más cercanos al Papa. Probablemente una de las remociones más sonadas fue la del Cardenal Tarcisio Bertone, en su momento Secretario de Estado del Vaticano y que se vio envuelto en un escándalo en relación con un dinero utilizado para reformar o remodelar un ático pagado con fondos del hospital Bambino Gesú; el Cardenal salesiano había sido nombrado en esa secretaría por Benedicto XVI e incluso tuvo la condición de Camarlengo, con lo que su poder a lo interno del Vaticano era más que evidente.
Sus posturas en relación con la doctrina de la iglesia católica también fueron objeto de adversidad por parte de los sectores más conservadores. Evidentemente lo acontecido en relación con el Sínodo extraordinario de obispos sobre la familia, generó la reacción de las posturas que adversan estos temas, como por ejemplo, los divorciados, la unión de personas del mismo sexo y en general con temas sensibles relacionados con el instituto de la familia; en fin, que se planteaba una nueva interpretación para temas en que los sectores conservadores de la iglesia siempre habían impuesto su impronta.
Desde la elección de Jorge Bergoglio en 2013 y durante su pontificado como Papa Francisco, los sectores más conservadores de la iglesia católica se han venido organizando para retomar el poder. Si bien es cierto una buena cantidad del colegio cardenalicio ha sido nombrado durante el pontificado que recién ha terminado, ello no es suficiente para asegurar que las acciones reformadoras de los últimos doce años sean mantenidas.
Vivimos una oleada conservadora a nivel mundial y no es extraño que esta tendencia también quiera manifestarse dentro de la iglesia católica, apostólica y romana. Aquellos que desde 1978 habían ocupado los puestos de poder, sin lugar a dudas, constituyen una fuerza que querrá imponerse en el cónclave que iniciará pronto; en otras palabras, está pronto a manifestarse las relaciones de poder que hay a lo interno de la iglesia y en particular en el colegio cardenalicio, así que no sería extraño que la elección del nuevo Papa pueda extenderse mucho o a lo mejor sea muy breve porque todo ya está negociado.
Dada la importancia de la Iglesia Católica como actor político en el mundo, lo que vaya a suceder con la elección del nuevo Papa es relevante y merece toda la atención. En particular para occidente, la figura del papado ha sido relevante y ha determinado, en no pocas ocasiones, el devenir de la historia para muchas personas y sociedades; otra cosa es lo que cada uno de nosotros quisiera para la iglesia y para la persona que la liderará, porque en el cónclave se impone la realidad política de los cardenales y no lo que cada uno considera que debe ser.
Cada quien tendrá su idea en relación con el nuevo Papa. Si tomáramos como referencia los nombres que han tenido los Papas en el último siglo, uno podría aspirar que el nuevo pontífice asuma con el nombre de Francisco II o Juan XXIV, sin embargo, nombres como Benedicto XVII o Juan Pablo III, podrían significar un cambio hacia posturas más conservadoras que vengan a retrotraer las reformas del Papa Francisco.
Creo que no es necesario mayor explicación de lo que representan los nombres que asumen las personas que son electas como Papa. Al buen entendedor pocas palabras.
(*) Andi Mirom es Filósofo
Yo quisiera que se profundicen las reformas y por eso me gustaría que el nuevo Papa asuma un nombre como Francisco II o que tuviera la valentía y siguiera los pasos de Juan XXIII cuando hizo el Concilio Vaticano II; no obstante, la verdad, estoy pesimista y tengo la impresión que habrá un regreso al conservadurismo más recalcitrante, al punto que no sería raro que aparezca un Pio XIII.