jueves 9, mayo 2024
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Colombia hoy: Vigencia del pensamiento de Jorge Eliécer Gaitán

“En Colombia hay dos países: el país político que se preocupa por las elecciones, las sinecuras burocráticas, los intereses económicos, los privilegios y las influencias…El país político y la oligarquía son la misma cosa…Y el país nacional, el pueblo que piensa en su trabajo, su salud, su cultura…Nosotros pertenecemos al país nacional, al pueblo de todos los partidos| que luchan contra el país político, contra las oligarquías de todos los partidos»: Jorge Elíecer Gaitán.

Hace tres cuartos de siglo, un viernes 9 de abril de 1948, a la una y cinco de la tarde, la oligarquía colombiana conservadora y liberal materializó la vía que había escogido de antemano para imponer su proyecto fascista al conjunto de la sociedad, por medio de la violencia y el exterminio colectivo de los sectores populares de filiación liberal gaitanista, asesinando al gran líder popular Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948), quien venía clamando por la paz, el establecimiento de una democracia directa y por el fin de la violencia conservadora, cuando salía de su oficina en la Carrera Séptima con la Avenida Jiménez de Quesada, en la ciudad de Bogotá, en plena IX Conferencia Panamericana, con la presencia del General George Marshall, entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos, que daría lugar a la fundación de la OEA, como un instrumento de la hegemonía estadounidense en la región, dando al traste con las esperanzas populares de justicia social, paz y democracia directa, originando  una gran insurrección popular que hizo arder muchos edificios del centro histórico de la capital colombiana (donde fue aplastada rápidamente, de manera cruenta, con miles de muertos y heridos, por parte del ejército y de los sectores del lumpen afines al Partido Conservador y la reacción clerical) y en todo Colombia donde la prolongada resistencia dio lugar a un largo y sangriento conflicto armado, cuyas consecuencias se sienten todavía, sobre todo en la Colombia Rural del nuevo siglo, después de la firma de sucesivos acuerdos de paz, cuyo cumplimiento ha sido burlado  reiteradamente por el establecimiento político, dando lugar a masacres contra los combatientes de la insurgencia desmovilizados, entre ellos más de tres mil dirigentes y militantes de la Unión Patriótica hacia fines de los ochenta y principios de los noventa.     

En lo inmediato, y como consecuencia del propio Bogotazo, sucedió que: “El pueblo respondió al asesinato de Gaitán con un levantamiento espontáneo, conocido como el Bogotazo. La multitud se tomó la ciudad en una oleada de furia colectiva, y saqueó y destruyó todo lo que simbolizaba las estructuras de poder que la excluían y empobrecían. No fue tan solo el lumpen el que se insubordinó, sino también los obreros, los pequeños comerciantes y la clase media baja, a quienes el liberalismo había dado identidad política…En provincia, la reacción al magnicidio fue más organizada y duradera. En Barrancabermeja, Rafael Rangel encabezó una Junta Revolucionaria durante 14 días. Eliseo Velázquez en los Llanos y Hermógenes Vargas en el sur del Tolima organizaron grupos de resistencia armada, que endurecieron la represión conservadora. A lo largo de 1948, hubo más de 43 mil víctimas de violencia, y el teatro de la lucha política se trasladó a las áreas rurales. El populacho urbano fue políticamente neutralizado y el gaitanismo no sobrevivió a la muerte de su líder.” (Jenny Pearce Colombia dentro del laberinto Altamira Ediciones Bogotá 1992 página 64).

Los conservadores, una vez asesinado Gaitán pactaron con la oligarquía liberal e intensificaron la persecución al movimiento sindical, crearon sindicatos afines al catolicismo conservador como la UTC, especialmente en Antioquia, y a la patronal, junto con el capital financiero y los intereses estadounidenses restringieron las conquistas sociales alcanzadas por los sectores populares, durante las décadas de 1930 y l940, dando lugar a numerosos despidos y a una aparatosa caída de los salarios reales, mientras que “La represión golpeó duramente al movimiento sindical: bajo el estado de sitio en vigor, se prohibieron las huelgas y las reuniones políticas, Fueron arrestados muchos líderes sindicales y reemplazados por delegados gubernamentales. Las sedes de los sindicatos fueron ocupadas y se despidió a miles de trabajadores en los sectores público y privado. En un solo ingenio azucarero del Valle del Cauca, fueron despedidos 900 obreros” (ibidem).

En medio de la violencia, del terror y de la ruina que cundía entre los campesinos, obreros y medianos empresarios, los patronos más poderosos obtuvieron ganancias insospechadas, de manera que: “A lo largo del período de la violencia, el proceso de acumulación de capital fue tan grande que Alberto Lleras Camargo escribió que sangre y acumulación iban juntas. “La situación colombiana es la mejor que hemos conocido jamás”, declaró el presidente de la ANDI (Asociación de Industriales de Colombia), en 1949, año en el que murieron 18.500 personas. “Reina la paz social”, se leía en un informe del ministro de Trabajo en 1951, año en el que fueron asesinadas 10.300 personas…Para la burguesía urbana y particularmente par los industriales, la situación no podría haber sido mejor…En 1954, los salarios descendieron en un 14% con relación a sus niveles de 1947, a pesar de que el año de 1949 anunciaba un período de gran prosperidad, entre 1948 y 1953, la producción industrial aumentó en un  56%” (Pearce, ibid, p 69).

El asesinato del caudillo liberal fue una respuesta homicida al aglutinamiento de fuerzas sociales y políticas alrededor de la figura de Jorge Eliécer Gaitán, que se vino consolidando al promediar la década de 1940, en medio de una crisis interna del Partido Liberal que se movía entre el gaitanismo, de gran base popular y el aparato de los viejos líderes de la oligarquía liberal que se oponían a las necesarias transformaciones sociales destinadas a llevar a Colombia a la modernidad, todo esto terminó dividiendo a los liberales y abriendo las puertas a la inmensa tragedia que vino después.

Los conservadores, o godos reaccionarios que habían ganado las elecciones generales de 1946, llevando a su candidato Mariano Ospina  a la presidencia de la república, como resultado de la mencionada división del Partido Liberal que fue a esas elecciones con dos candidatos (Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán), una vez instalados en la Casa de Nariño, emprendieron primero numerosas masacres de campesinos liberales gaitanistas en los departamentos del Eje Cafetero, en el Valle del Cauca, el Tolima, el macizo cundinoboyacense que comprende la mayor parte de los departamentos de Cundinamarca y Boyacá, los santanderes y en la región de los Llanos orientales asesinando, torturando, hiriendo, robando y obligando a la huida o al desplazamiento de miles de pobladores rurales, de cuyas tierras se apropiaban los grandes latifundistas, las que han venido cambiado de manos en sucesivos ciclos de violencia y nuevos desplazamientos de la población campesina, a lo largo de las ocho décadas transcurridas,

La muerte violenta y el terror acechaban a quienes se enfrentaban a las bandas paramilitares, de asesinos a sueldo, de la policía conservadora como fue el caso de los “chulavitas” o chulavos de Boyacá, los pájaros en el Valle del Cauca, los “aplanchadores” y otros grupos armados que sembraban el terror en aquellas comarcas o veredas donde se enraizaban el liberalismo y los afanes de justicia social entre los campesinos. El paramilitarismo de los latifundistas ganaderos del Magdalena Medio, el Urabá Antioqueño y otras regiones tanto del Pacífico como del Caribe ha hecho lo suyo, sembrando la muerte y el terror a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y en las dos primeras décadas del presente.

El pensamiento de Gaitán  está hoy más vigente que nunca, forma parte del ideario del Pacto Histórico y de las fuerzas que apoyan al actual presidente colombiano Gustavo Petro Urrego, en su búsqueda de la paz total, la democracia directa, el cese de la corrupción y la violencia oligárquicas, la justicia social y la distribución de la riqueza, en especial las tierras cultivables. Por la regeneración moral, a la Carga con Gaitán…era la consigna de los valientes liberales gaitanistas de aquellos tiempos de lucha y coraje, incluso contra toda esperanza.

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

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3 COMENTARIOS

  1. De Enrique Santos Molano: «Los neoconservadores no estaban dispuestos a tolerar la posibilidad de una segunda República Liberal y el fascismo criollo (o “godarria” en el argot popular) desató la violencia poco después del 7 de agosto de 1946. No hubo unión nacional que valiera, ni ministros liberales, que solo eran figurones insignificantes en el gabinete, incapaces de parar la tragedia que se desencadenaba incontenible. Comenzaron a llegar de Boyacá, de los Santanderes, de Antioquia, del Tolima, del Huila, informes, al principio preocupantes, y a continuación aterradores, de la persecución sangrienta de que eran objeto los liberales por parte de conservadores apoyados por la fuerza pública, instruida desde Bogotá, y animada por párrocos, obispos y demás monseñores.»

  2. HOY HACE SETENTA Y CINCO AÑOS ASESINARON A JORGE ELIÉCER GAITÁN.
    Enrique Santos Molano: «A las cuatro de la tarde Bogotá, o lo que hoy se conoce como Centro Histórico, era un infierno. Los tranvías ardían en distintos puntos, numerosos edificios, la mayoría de ellos públicos –la Gobernación, el Palacio de Justicia—eran tomados por asalto e incendiados. Se quemó el Hotel Regina, y la mayoría de las edificaciones entre la calle 10 y la calle 17 quedaron en ruinas Se perdieron archivos históricos y jurídicos irreparables.. El palacio Arzobispal, las instalaciones del diario El Siglo, las dependencias del Instituto de La Salle, entre otros muchos edificios, fueron arrasados por la turba. Y de todas partes francotiradores disparaban sin discriminar y causaron tremenda mortandad. Se acusa a la radio de haber incitado a la revuelta, pero cuando las emisoras comenzar a tronar contra el gobierno y a exigir el castigo inmediato e implacable de los responsables de la muerte de Gaitán, ya la revuelta iba bien avanzada.»

  3. El 9 de Abril de 1948 y su impacto en la vida colombiana
    Renán Vega Cantor
    Rebelión
    El viernes 9 de abril de 1948 a las doce del día, en pleno centro de Bogotá fue asesinado el líder popular y dirigente liberal Jorge Eliecer Gaitán. Apenas fue conocida la noticia, la gente pobre se insurreccionó y destruyó todo lo que simbolizaba el poder conservador y clerical. Algo similar sucedió en muchos lugares del país, donde la población se sublevó de diversas maneras cuando se enteró del crimen. Para aplacar los enardecidos ánimos de la muchedumbre urbana, los organos represivos del Estado y sectores de la iglesia católica la aniquilaron a sangre y fuego, masacrando a centenas o quizas miles de personas. En pocas horas la ciudad capital, llamada en forma demagógica por las elites dominantes como la “Atenas Sudamericana”, había quedado reducida a cenizas y se rompía el mito de que Colombia constituía la democracia más sólida y perdurable de América Latina. Los sucesos de Bogotá constituyeron la protesta urbana más importante de la primera mitad del siglo XX en todo el continente, y con ellos se cerró una etapa de la historia de Colombia y se abrió otra, que todavía no termina, cuya característica principal ha sido el terrorismo de Estado, entronizado en la vida cotidiana de nuestro país desde aquella fatídica fecha.
    Ya es un lugar común decir que el 9 de abril partió la historia contemporánea de Colombia en dos. Sin duda alguna, esa fecha ha sido importante no sólo por lo que pasó en aquel día y lo que significó en el proceso de generalización de la violencia por todo el territorio nacional, sino además por la muerte política del gaitanismo y por el tímido intento de reconciliación entre los partidos cuando todavía estaba tibia la sangre del caudillo liberal. Para completar el cuadro de los factores estructurales que gravitarán en los años venideros, en el mismo día y lugar de los acontecimientos se reunía la Novena Conferencia Panamericana que desde un comienzo había adoptado como su lema central el anticomunismo y que inició oficialmente la Guerra Fría en territorio latinoamericano y dio paso a la hegemonía indiscutible del imperialismo estadounidense.
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    Contrariamente a la denominación de “el bogotazo”, el 9 de abril alcanzó una dimensión nacional a nivel urbano e incluso tuvo manifestaciones rurales y en ese sentido se le puede denominar como “el Colombianazo”. Luego de conocido el asesinato de Gaitán se produjeron levantamientos espontáneos, protestas y formación de Juntas Provisionales de Gobierno en diversos lugares del país.
    No obstante, se presentaron notables diferencias entre los eventos de la capital del país y los de provincia. En las grandes capitales el liberalismo oficial era la fuerza dominante, en razón de lo cual el movimiento no tuvo ninguna cohesión interna, ni orden, ni organización y se manifestó en el desahogo de las masas populares contra los símbolos del orden establecido y, al final, fue capitaneado por los dirigentes tradicionales del liberalismo. En provincia, en cambio, ante la existencia de tradiciones de lucha popular, se presentó una relativa cohesión interna que posibilitó nuevas formas de organización popular y dotó de cierta dirección a la protesta.
    En las ciudades grandes, y en primer lugar en Bogotá, no fue posible constituir un poder alterno, y los dirigentes del bipartidismo lograron mantener su unidad, en medio del dolor y de la ira incontenible, pero desbordada, de la población citadina. En provincia, aunque los resultados no se hayan logrado consolidar durante bastante tiempo se generó una especie de dualidad de poder, puesto que emergió de las entrañas mismas de la población un tipo de organización interna diferente a las de las clases dominantes. Mientras que en Bogotá el movimiento estaba derrotado desde un comienzo por el comportamiento político de la aristocracia liberal, en provincia se dieron gérmenes de nuevas formas de poder popular en contra de las instituciones establecidas. Incluso, los resultados del descontento popular fueron diversos, dado que mientras en Bogotá fue evidente la destrucción de propiedades y edificios públicos y privados, en provincia los daños causados fueron escasos. A la larga, el comportamiento de la protesta en provincia estuvo condicionado por la evolución de loa acontecimientos en Bogotá, ya que la derrota política en la capital contribuyó a desmovilizar y desmoralizar la protesta organizada en las distintas regiones.
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    Con el oportunismo que históricamente la ha caracterizado, la dirigencia del Partido Liberal empleó el cadáver de Gaitán como arma de presión para negociar su reingreso al gobierno de Mariano Ospina Pérez (1946-1950) y, al mismo tiempo, calmar los ánimos de las enardecidas multitudes. El forcejeo con el gobierno duró 17 horas, al cabo de las cuales se estableció un acuerdo entre la oligarquía bipartidista a espaldas de la población que, como siempre, puso los muertos, la sangre y las lágrimas.
    Los liberales, aterrorizados ante la insurgencia de las masas –por muy espontánea que haya sido- no fueron al Palacio Presidencial a exigir la renuncia de Ospina, sino que imploraron la paz por la vía constitucional. Se inició el regateo y Mariano Ospina fue imponiendo su criterio y convenciendo a los liberales de que no podían jugar a la subversión, ni a identificarse con esas “fuerzas brutales” que habían salido a flote con ocasión de la muerte de Gaitán. Darío Echandía, el principal jefe liberal tras la desaparición del líder popular, reunió una convención liberal de bolsillo para plantear si aceptaba o no el ofrecimiento presidencial de designarlo Ministro de Gobierno. La “democrática” convención consideró que lo mejor para el liberalismo era aceptar esa cartera y modificar el gabinete, como lo había propuesto el primer mandatario, incluyendo la remoción del odiado Laureano Gómez, el “monstruo” profalangista que irradiaba odio, violencia y muerte en todas sus actuaciones.
    El más encarnizado rival de Gaitán dentro del liberalismo, el financista Carlos Lleras Restrepo, dando muestras de un gran cinismo, fue el encargado de pronunciar el postrer discurso ante la tumba de aquél y pasó, además, a presidir la Dirección Nacional del Partido Liberal. Días después los dos partidos expidieron una declaración conjunta en la que le pedían al país olvidar los sucesos anteriores y se declaraban partidarios de la paz, pero eso sí, pedían el castigo de los culpables de los delitos contra la propiedad y los bienes públicos. Manifestaban estar dispuestos a conducir al país por caminos de concordia y democracia, introduciendo cambios sustanciales en la lucha política y partidista. ¡Pamplinas, porque el último acto de la Unión Nacional estaba pegado con babas, pues la tan anunciada unidad duró un año escaso, al cabo del cual los liberales estaban otra vez pidiendo garantías al Ejecutivo y, en la sombra, pensaban en organizar levantamientos armados o guerrillas campesinas, con la intención de que sus peticiones fueran tenidas en cuenta y nada más!
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    Entre los efectos de mediana duración del 9 de abril debe señalarse que condujo, luego de la virtual parálisis de los órganos del Estado, a la unidad política entre los dos partidos y al acuerdo estratégico del conjunto de las clases dominantes para enfrentar la crisis. Así, se produjo una recomposición y luego un fortalecimiento de todos los aparatos estatales. Para facilitar esta tarea se recurrió a un mecanismo tradicionalmente usado en el país: el excesivo dramatismo puesto ante los acontecimientos de abril y la responsabilidad de fuerzas externas, antes que en asumir sus propias responsabilidades. El primero en señalar las alarmantes dimensiones de los sucesos fue el presidente Ospina, quien no dudó en proclamar inmediatamente que el principal responsable de los motines y desórdenes era el comunismo internacional, como para servir de caja de resonancia a las acusaciones provenientes de la Novena Conferencia Panamericana. Todavía hoy el argumento es repetido por los sectores más conservadores de este país cada vez que se cumple un aniversario de la trágica fecha.
    Como un efecto significativo del 9 de abril se produjo la reorganización interna de los cuerpos represivos del Estado colombiano. Para el gobierno de Ospina y para el conservatismo esa era una medida urgente, si se recuerda que la Policía Nacional estaba compuesta en su mayor parte por fervientes partidarios del asesinado líder popular y durante los sucesos de aquel día había mostrado su beligerancia al sumarse en forma masiva a las filas de los amotinados. Con los primeros decretos se trasladó el control del orden público al Ejército. También se ordenó el licenciamiento de personal uniformado de la Policía Nacional y otras disposiciones entraron a considerarla como una institución “eminentemente técnica”, lo cual preparó el camino para la conservatización de esa policía y su conversión en una fuerza al servicio del partido gobernante, que la utilizaría a diestra y siniestra para matar a los nueveabrileños en todo el territorio colombiano.

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