viernes 3, mayo 2024
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Entre el antisemitismo y el anti islamismo

En el actual momento que estamos viviendo, dado que hay violencia armada en los territorios palestinos e israelíes, dando por hecho de que existen dichos territorios como tales, y no importa cuándo se crearon o cómo llegaron a ser lo que son hoy, las posibilidades de una conflagración mayor y que involucre a otras naciones (aunque ya se involucraron la Unión Europea y los Estados Unidos de América en cierta forma, más o menos de manera descarada e inmoral) se está presentando como una posibilidad mayor.

Lo que está finalmente detrás de todo esta conflicto, y no solamente a la lucha territorial entre Palestina e Israel, sino a nivel mundial, es la confrontación entre el antisemitismo y antijudaismo.

Pero, entendámonos primero. El antisemitismo, en el sentido amplio del término, hace referencia a la discriminación, hostilidad, prejuicio y odio hacia los judíos en amplios sentidos, basada en una combinación de prejuicios de tipo religioso, racial, cultural y étnico.​ En sentido restringido, el antisemitismo es una forma específica de racismo y discriminación,​ pues se refiere a la hostilidad hacia los judíos, definidos como una «raza», concepción moderna que habría surgido a mediados del siglo xix; no debe confundirse con el antijudaísmo, que es la hostilidad a los judíos definidos como grupo religioso y cuya expresión más desarrollada sería el antijudaísmo cristiano. Pierre-André Taguieff, por su parte, propone englobar todas las manifestaciones de hostilidad, aversión y odio hacia los judíos que se han producido a lo largo de la historia bajo el término de judeofobia.

Por otro lado, el antiislamismo o islamofobia, tiene sus orígenes entre finales del siglo XIX y principios del XX, pero es a partir de finales de los años 90, tras la publicación de un informe del Runnymede Trust llamado Islamophobia: a challenge for us all, cuando el concepto empieza a manejarse más frecuentemente en la esfera pública. Especialmente a partir de los atentados del 11 de septiembre del 2001. El término hace referencia a aquellas actitudes y emociones negativas dirigidas de forma indiscriminada contra el islam y las personas musulmanas o entendidas como musulmanas. Según dicho informe, puede conllevar –no necesariamente- racismo, xenofobia, intolerancia religiosa y aporofobia. Se manifiesta en forma de prejuicios, discriminaciones, ofensas, agresiones y violencia. Las características que le dan significado han sido reconocidas por la Agencia de Derechos Fundamentales (FRA) de la Unión Europea.

La aproximación al concepto de islamofobia preside de los principios del racismo entendido no como racismo biológico practicado hasta la Segunda Guerra Mundial en la Alemania nazi, sino como el racismo cultural como nueva práctica de dominación. El racismo cultural se basa principalmente en el discurso concentrado en inferiorizar las costumbres, valores, creencias pertenecientes a un grupo de personas. El discurso racista cultural contemporáneo deforma las características culturales e identitarias del “otro”, hasta lograr crear un nuevo imaginario que lo describe como aquellos seres inferiores, bárbaros, incivilizados o terroristas. El resultado de estos imaginarios es la creación de estereotipos culturales inmersos en especial en la cultura occidental. “Las representaciones islamófobas que ven a los musulmanes como salvajes que necesitan de las misiones “civilizadoras occidentales” es el principal argumento para encubrir los planes militares y económicos globales/imperiales”

Como puede apreciarse de inmediato, se trata ni más ni menos que de prejuicios.

Los prejuicios nos predisponen a mostrar comportamientos y actitudes negativas hacia los otros. Están basados en generalizaciones vulgares y estrictas, es decir, en estereotipos, y pueden desembocar en discriminaciones de diversa índole e intensidad. Tienen componentes cognitivos y relacionales. No son casuales ni neutros, sino más bien funcionales a –y legitimadores de- determinados sistemas ideológicos que descansan sobre formas excluyentes de conceptualizar la diferencia.

Todas las personas tenemos prejuicios, sin excepción. La mayoría de ellos son inconscientes; forman parte de ese complejo sistema de ideas, creencias y sentimientos que nos constituyen como sujetos y que, de una manera u otra, gobiernan nuestras vidas. Tienen un porqué y un para qué, es decir, no son casuales. Están mediados histórica, cultural e ideológicamente. Son coyunturales. Tienen una intencionalidad política, pues ordenan y jerarquizan, y una finalidad económica, pues contribuyen a establecer distinciones –discriminaciones- en el reparto de la riqueza y de los recursos. No son neutros, ni objetivos, ni tienen una base científica y mucho menos biológica; son construcciones sociales que legitiman unas formas de ser, estar y hacer en el mundo y deslegitiman otras, creando un conocimiento sobre el “otro” parcial e interesado. La parte positiva es que, si son construidos, también pueden deconstruirse. Para ello es necesario, primero, conocerlos (cómo se forman, para qué, cómo se expresan, cómo se materializan, cómo y cuándo afloran…), después, problematizarlos (desmenuzarlos, ponerlos en cuestión, criticarlos) para, finalmente, estar en disposición de poder transformarlos en modelos o esquemas más igualitarios, más equitativos, más justos -en definitiva, más democráticos- de pensarnos los unos a los otros.

Como podríamos concluir la actual situación tiene sus orígenes y su exacerbación actual en los prejuicios que se encuentran detrás de las posiciones políticas, y hasta culturales que observamos. Ambos grupos han sido objeto de condena y persecución durante largos períodos de tiempo, por no decir siglos, sobre todo en el mundo occidental. La persecución de los judios se ejemplifica en lo que les sucedió durante el fascismo alemán, aunque viniera de mucho más lejos, cuando los cristrianos occidentales los marginaban y perseguían en los países europeos. La persecución de los árabes se exacerba después del incidente del 11 de Septiembre en la ciudad de Nueva York, y olvidamos que el medio oriente y el norte del áfrica fueron colonias esclavizadas por países europeos, con el más abominable desprecio de quienes se consideraban a sí mismo cultos y civilizados.

Entonces, me pregunto: la rabia y la violencia judía que vemos actualmente en los judíos que componen el Estado de Israel, no es la consecuencia de siglos de persecuciones, asesinados en masa y otras barbaridades?  La aparición del resentimiento islámico en forma de grupos extremistas, no tienen las mismas causas?  Al parecer sí.

Pero, qué hay detrás de las potencias que se involucran en todo este barullo? Qué intereses oscuros las mueven a apoyar a unos u otros?  Sabemos que los EEUU y su súbdito la Unión Europea deben cuidar delicadamente el poderío de los grandes conglomerados financieros que están en manos de judíos, pero también no disimulan la codicia de los inmensos depósitos de materias primas, especialmente minerales raros y petroleo que se encuentran en las tierras que actualmente son islámicas-

Lo terrible de todo este asunto es que, al involucrarse unos y otros en un conflicto localizado en una franja territorial del cercano oriente, todo puede derivar en una conflagración de proporciones inimaginables y de consecuencias desastrosas para todo el planeta.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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3 COMENTARIOS

  1. Lindo que hable de lo que hacen los EEUU y la UE, pero que ni mencione las felicitaciones a Hamas de parte de Iran o la nula condena que hacen hacia esos actos China o Rusia.

  2. Rusia y China si han condenado el ataque de Hamas que esa noticia no la den a conocer en los periódicos occidentales es otra cosa, usted desvía completamente lo que dice el artículo. EEUU está metido de lleno en el conflicto es cómplice del ataque a los civiles, para defender a los banqueros judíos tal como lo dice el Alfonso Palacios.

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