jueves 2, mayo 2024
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«Del humano biológico y deshumanizado»

Ser ciudadano del mundo no es un título hueco, es un grito revolucionario, un desafío que rompe las cadenas de las fronteras geográficas y culturales. Es un reconocimiento de que formamos parte de una comunidad global, donde cada persona en cualquier rincón del mundo se convierte en un aliado en nuestra lucha por transitar de lo humano biológico e inteligente a una sociedad humanizada y compasiva.  Humano y humanizado no son sinónimos. Pueden estos conceptos hasta combatirse entre sí. Un ejemplo concreto es el actual gobierno de Israel: compuesto por un primer ministro humano y gabinete también humano, pero que son absolutamente deshumanizados y crueles, poseedores de un aliento que huele a la del III Reich. A Netanyahu lo picó un virus hitleriano. Y Biden ha sido cómplice de esta ausencia de humanidad que humanos poderosos y genocidas recetan en Gaza.

Esta perspectiva nace de la preocupante observación de que muchos, en nuestra era, olvidan cuestionar su propia humanidad, conformándose con la mera posesión de un cerebro avanzado, capaz de narrar historias o resolver ecuaciones matemáticas, sin aspirar a más. Ser humano y tener humanidad son dos cualidades que pueden complementarse que no necesariamente se empatan pues quién dudaría que existan humanos crueles y hasta psicópatas. Por ello, urge superar la etapa histórica del humano deshumanizado en cualquier lugar, en cualquier nación.

Por toda Costa Rica, por ejemplo, viven «gringos» que se han fusionado con la cultura local de maneras que desafían estereotipos. Algunos, como los cuáqueros, han dejado huellas imborrables de su amor y compromiso con este país. Aunque también hay «gringos» quienes, atrapados en vicios y arrogancia, deshonran este vínculo con dólares sucios que humillan al local. Sin embargo, hay inmigrantes «gringos» que han demostrado una bondad y compasión que eclipsa a muchos costarricenses.

Esta realidad también se repite en costarricenses dispersos por el mundo, quienes, aunque lejos, conservan sus raíces culturales y lingüísticas con orgullo. Mi propia migración a Estados Unidos me ha llevado a convivir (veo con suspicacia los términos «asimilación» o «integración») en una sociedad diversa y compleja. En un imperio tan vasto y lleno de contradicciones, democrático y autoritario a la vez, que la pregunta de qué significa ser «americano» resuena con múltiples respuestas.

Durante una marcha contra la guerra en Irak en 2003, compartí una conversación con mi amigo y vecino, Howard Zinn, ya fallecido y un reconocido historiador judío. En el fragor de nuestro activismo, surgió una pregunta que resonó con fuerza: «¿Qué significa realmente ser ‘americano’?» Esta indagación, en medio de un contexto de conflicto y disensión, buscaba profundizar en la esencia de «nuestra identidad nacional», que de verdad no existe, que no reside en naturaleza alguna, sino en un cúmulo de imaginarios y mitos que sirven a la cohesión social.

Howard, tiempo después, con su vasto conocimiento y perspectiva única, me respondió por escrito con una reflexión que capturó la complejidad de la identidad americana. «Ser ‘americano'», explicó, «es un concepto vacío que puede significar una infinidad de cosas diferentes y hasta contrapuestas, es abrazar las historias entrelazadas de todos aquellos que han pisado estas tierras. No se trata solo de los que llegaron con la cruel e inhumana colonización europea, sino de los pueblos originarios cuyas historias se entrelazan con estas tierras desde tiempos inmemoriales y que fueron degradados sin piedad por los invasores blancos pese a resistirlos heroicamente. Además, también hay que reconocer las narrativas de los inmigrantes, quienes, a través de diversas oleadas y por múltiples razones, unas buenas y otras malas, han venido a formar parte de este poderoso imperio que hoy conocemos como Estados Unidos». En suma, ser “gringo” es decir, como correctamente se diría, ES LA HISTORIA DE TODOS. La idea de patria, como la entendemos los costarricenses, es IMPOSIBLE en territorio “gringo”. Decir Estados Unidos es parecido a decir Roma, pero en sol mayor, donde literalmente todo el mundo ha confluido y que con avaricia y violencia aspira a ser el único poder hegemónico del mundo al precio que sea. Su respuesta iluminó la idea de que ser ‘americano’ es, en esencia, una experiencia colectiva, una suma de historias diversas y a menudo sangrientas y crueles. Estados Unidos, más que una patria, es una entidad definida por su poderío militar, deportivo, tecnológico y cultural, pero también por una identidad que no puede vivir sin guerras ni explotando las riquezas de otras naciones. El último verso que Ruben Dario le dedicó al imperio en su poema “A Roosevelt” (se refiere a Theodore) dice lacónicamente:  “ “Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!” Hoy, cuando me preguntan sobre mi “identidad”, respondo que soy de Cambridge, Massachusetts, un humilde «cantabrigian»; vivo en un lugar que me ha acogido con su riqueza cultural y moral, y con la dicha de contar con pocas y probadas amistades. Y como en el cielo no hay paraíso alguno, este pueblito en el que vivo no es ninguna perfección.

(*) Allen Pérez es Abogado

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