viernes 26, abril 2024
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Las ratoneras o el acoso contra los individuos

De la razón y la razonabilidad

El mundo anda loco, muy loco. Loco en un mal sentido, pues la locura del amor fraterno, la de vivir en paz (de ese amor que no brota del egoísmo sino de la afirmación del individuo que entiende que no es el centro del universo y que su relación con el “otro” es la referencia ética fundamental), es hoy cosa escasa, rareza divina. Así, por ejemplo, a Trump se le  ocurre cerrar el gobierno federal y dejar sin paga a millones de trabajadores, con la finalidad de crear una irracional presión que le permita obtener el dinero para financiar su muro; o, que sectores de la oposición venezolana consideren oportuno sabotear el suministro nacional de energía eléctrica, ello sin considerar todas las inconveniencias causadas (algunas mortales) a los individuos y sus familias; pensemos en la angustia que ello causa en los hospitales o en el metro de Caracas.

Los buenos sentimientos y la racionalidad son hoy estorbos en todas las ideologías políticas dominantes sin excepción. Sus discursos brillan y oscuras son sus prácticas. A lo sumo servirán de relleno en la funda de los más avezados demagogos.

La razón y su correlato práctico, lo razonable, se tiran por la borda. He observado que las pasiones políticas no convocan a las huestes de lo razonable, pues tratan de negar los argumentos en favor de la concreta inmediatez del individuo, asunto que debería zanjarse con el reconocimiento de un derecho natural que afirme como buena la integridad física y mental del ciudadano del aquí y del ahora.  Por eso, las huelgas en el sector público deben verse con lupa puesto que una paralización de sus servicios afecta a los individuos y sus familias. Por otra parte, existen como “servicio público” ciertas actividades que denomino espurias en relación con el monopolio de la violencia que el Estado gestiona, y que niegan la primacía racional del individuo.

La guerra y el servicio militar obligatorio niegan dicha protección. Estos mal llamados “deberes” son irracionalidades, radicales desencuentros con la vida. La razón y lo razonable deberían concebirse , entonces, en función de la vida, los derechos humanos y la democracia, y no desde la fuerza. La paz es, consecuentemente, uno de los fundamentos estelares de la razón; y el diálogo el privilegiado fruto de la razonabilidad.

Hay mexicanos pendejos que le dicen a López Obrador “que no está a la altura en la crisis venezolana” porque no abjura del principio de la no intervención en los asuntos internos de otros Estados, como el de la libre autodeterminación de los pueblos.

Hizo bien AMLO en recordarle al socialista Pedro Sánchez que México apuesta por la paz y el diálogo. Los pendejos desconocen el valor de la  razón y miran de reojo lo que huela a razonabilidad. De izquierda a derecha hay un coro que se apunta con la ley del más fuerte, hecho muy presente en los horizontes grises de la política real.  

Política y miedo existencial

No es cierto que antes todo fue mejor.  La humanidad nunca fue mejor. ¿Acaso hemos borrado la violencia hegemónica del más fuerte? ¿Acaso la historia de la humanidad no se ha escrito, fundamentalmente, con la tinta de las pasiones bajas? Ocurre que como seres humanos nos espanta nuestra brevedad y nuestra vulnerabilidad. Odiamos admitir que somos como las moscas que escasamente viven un día.  Por ello es absolutamente racional defender los momentos de tranquilidad y de relativa estabilidad social. Digamos que ese es un principio rector. La política no puede tener otro objetivo sino ése y el progreso paulatino de los individuos y la colectividad. La política se deforma cuando no garantiza paz, ni seguridad, ni libertad. Nadie las ha resguardado plenamente y en ello estriba la tensión, pues nada histórico nos indica que llegaron a una hipotética consagración, o, que avisen un horizonte de realización total.  Las teorías, las legislaciones y los acuerdos internacionales sobre la democracia y los derechos humanos, andan años luz adelante de lo que en la práctica es la realidad, proclive ella a enfatizar lo opuesto.

La realidad líquida de las distintas fuerzas sociales en sus batallas por el poder político, sacrifican, después de todo, al individuo. No es una mala idea formular un manual para que el individuo se sienta avisado en cómo defenderse ante la dictadura de la política; a lo que me refiero es a la política en general, aún a la que es democrática, esta última tampoco nada exenta de abusos políticos dramáticos y que nos encuadra, autoritariamente y a través del Estado,  en un juego de obediencias irracionales que le sirven al poder pero no al individuo, al paisano de a pie.

¿Conservadurismo? Sí y no.  Frente a la política real , porque las oligarquías siempre nos piden, a los que somos de “abajo”, sacrificios y más sacrificios, y no, porque los dilemas de la libertad son inmediatas urgencias, siempre presentes, por las que se lucha cuando se quiere y se puede, sin tener uno que inmolarse, frente a las cuales no necesita el individuo permiso alguno.  Hay que ser claros: abundan en todas partes disparates metafísicos que quieren justificar “la razón de Estado”, “razones” que por lo general inflaman las emociones de los gobernados, en una modalidad de harakiri. Se recomienda, por lo mismo, el ateísmo político para discernir qué es real y qué es irreal.

El individuo que se quiere será siempre un conservador frente a todo poder, venga éste del Estado o de la pura madre iglesia, de la familia o de la escuela, del ejército o del dueño del circo. Defino la “política real” como todo poder que se vuelve público y que se institucionaliza demandando obediencia.

La república que debemos ser

No es una ocurrencia decir que todo individuo debería ser una república. Mejor idea no hay que la de ser soberano de uno mismo. Porque la idea de la política, de toda política real, no la imaginada, es la de condicionar al individuo, asunto casi inevitable que cada persona debería analizar con suspicacia. En el fondo, en la trampa de las ingenierías sociales, rara vez somos consultados. ¿Quienes somos los ciudadanos?.  ¿Arriados?, ¿individuos?, ¿locos?, ¿trogloditas?. Nos mentimos, nos inventamos pasados mejores, para tener donde azir nuestra desnudez existencial, pero cuando se proponen narrativas ciertas y dignas, hay en la humanidad una fuerte tendencia a practicar la amnesia y a quedarse con el oprobio de lo pretérito.   

Se nos propone, sin embargo, el dejar de ser individuos de muchas maneras. Hay que estar alertas. En Costa Rica nos paseamos diciendo “yo soy libre”. ¿Lo somos?  Hay, sin embargo, otra pregunta subversiva y hasta ingrata: ¿de verdad queremos ser libres? No hay que dar por sentado que el deseo de las masas es la libertad. Yo sospecho, a veces, que el plato favorito de las mayorías se sirve con comodidad y seguridad; de postre, si el tiempo alcanza, se conforman algunos pueblos con los azúcares de alguna libertad. Me gustaría equivocarme, pero parece cierto que quienes se fajan por la libertad son pocos que a veces resultan pésimos o muy accidentados sin necesidad.  

He constatado, con desaliento, que no pocas veces al gobernado le gusta que lo gobiernen, sino en todo, en parte, y esto se traduce en “yo no quiero pensar ni decidir”. No dudo mucho: el individuo, el singular de su propia república, va perdiendo territorio frente a la política real, frente a la pirotecnia metafísica de los partidos políticos y de las castas militares.  En Venezuela Guaidó es un señorito que quiere que Estados Unidos le haga toda su tarea, incapaz él de establecer una relación consistente con las masas en la que ni siquiera se ofrece de guerrillero.  Hay que ser baboso para inmolarse por este enjuto diputado, o, por cualquier otro político del bando que sea. No puede ser y es paradójico. El ser humano le tiene un terrible pavor a la muerte y, de pronto, se ofrece en inmolación por un vil político, por la política real.  Esto es patológico, esto es insania…

La  política real es la felicidad de los tecnócratas neoliberales tan de moda a quienes se les paga jugosamente, entre otras cosas, para administrar como consejeros la pobreza de las naciones; la política se ha encarecido (para el pueblo la política real es un artículo de consumo prohibido) en todas partes, y la narcopolítica se ha declarado soberana en todo este juego macabro.  

La democracia sí, mil veces sí, pero entendiendo que las loas a ella ofrecidas son una baraja que requiere de una lectura maliciosa, muy desconfiada, pero asertiva de la dignidad de la persona y de la comunidad. El camino a la democracia se encuentra congestionado por falsas entradas y falsas salidas. Sus vericuetos y rotondas pueden conducir a la tiranía sea en democracia, al “suave”, o, al estilo Pinochet.

Lo democrático se concibe, en mi opinión,  desde el individuo, desde su intimidad, porque no otra forma tiene de proyectarse de manera auténtica en la comunidad, en la otredad, sino a través de una robusta libertad que se cultiva en la cotidianidad, que se expresa en las consultas y en la averiguación de los condicionamientos en nuestros cerebros. En suma, si la familia es la célula de la sociedad, el individuo es su partícula primaria, el único fundamental.

(*) Allen Pérez es Abogado.

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