viernes 26, abril 2024
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La visión de los vencidos en la obra de Miguel León Portilla

Sergio Rojas Ortiz, in memoriam.

“Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:

¿acaso de veras se vive con raíz en la tierra?

No para siempre na la tierra:

Sólo un poco aquí.

Aunque sea de jade se quiebra,

Aunque sea de oro se rompe,

Aunque sea de plumaje de quetzal se desgarra.

No para siempre en la tierra:

Sólo un poco aquí.”   Cantares mexicanos, fol. 17 r.

Grandes figuras de la cultura latinoamericana que brillaron, en la segunda mitad del siglo anterior, nos han dejado en estos últimos años de la segunda década del nuevo siglo. Tal es el caso, el destacado maestro, antropólogo e historiador mexicano Miguel León-Portilla (1926-2019), quien falleció en la ciudad de México, el 1 de octubre recién pasado, a la edad de 93 años, este sabio o tlamatini en lengua náhuatl,  fue uno de los más grandes estudiosos de las culturas del México prehispánico, destacándose entre los  grandes cultivadores y protectores de la lengua náhuatl, una de las más importantes del ámbito cultural de Mesoamérica, sin que este hecho luctuoso alcanzara siquiera la condición de noticia o novedad relevante en nuestro medio social y cultural, habiendo sucedido que mientras en su tierra natal se le tributaron numerosos homenajes y reconocimientos, más que merecidos, en la Costa Rica contemporánea el silencio pareció ser la casi única respuesta ante del deceso de un hombre que brilló e hizo brillar el arte y el pensamiento de los pueblos mesoamericanos.

Se ha marchado un tlamatini (el que sabe) por excelencia, se ha ido en ese viaje sin regreso, quien fuera el estudioso infatigable que profundizó en la difusión y el conocimiento de la poesía y de la filosofía náhuatl, cuya existencia postuló desde sus primeros trabajos, en fechas tan tempranas como 1956, cuando defendió ese tema como tesis doctoral en la UNAM, la que una  vez publicada casi de inmediato, en numerosas y sucesivas ediciones en varias lenguas, desató una gran polémica en los medios políticos y académicos de un México que no concebía otra filosofía que la surgida con los presocráticos, allá en el Mediterráneo Oriental, hace un par de milenios.

Sin embargo su tarea más importante parece ser la de haber devuelto, o la de poner en primer plano, la voz y los sentimientos de los vencidos acerca de lo que significó para ellos la conquista y colonización ibérica, como algo que figura en un primerísimo plano dentro de los grandes  y múltiples aportes de León-Portilla, habiendo ahondado para ello en los alcances de la extensa obra de Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), quien escribió sus testimonios, relatos y resultados de su prolija investigación, tanto en castellano como en náhuatl durante el siglo XVI, después de haber contribuido decisivamente al registro escrito de esta última lengua, lo que  permitió que llegara hasta nosotros, con gran fluidez, esa voz de los vencidos, la historia que no debemos olvidar so pena de traicionarnos a nosotros mismos. Fue así, como investigando  en la obra de éste y otros autores de siglos pasados, estudiando los códices de las diversas culturas, los archivos de Indias, además de los testimonios escritos por los intelectuales mexicas, toltecas, tlaxcaltecas y de otras etnias, que Miguel León-Portilla dejó a nuestro alcance toda la belleza de la poesía náhuatl que logró recuperar, junto con la extraordinaria visión de mundo de estos pueblos, la que se pretendió sepultar en el olvido, por parte de los colonialistas ibéricos vencedores entonces.

Hoy México se duele de su partida, pero también se emociona ante el inmenso legado que nos dejó un hombre que consagró su vida a la investigación y a la divulgación de estos temas, en obras como VISIÓN DE LOS VENCIDOS, LA FILOSOFÍA NAHUATL, QUINCE POETAS DEL MUNDO NÁHUATL, LOS ANTIGUOS MEXICANOS, LOS CANTARES MEXICANOS, CULTURAS EN PELIGRO y otras no menos valiosas que fueron resultado de una larga fructífera existencia, dedicada a la recuperación de la rica herencia cultural de los pueblos mesoamericanos.

El hecho de su deceso pasó desapercibido en los medios de comunicación de Costa Rica, sin que se registrara mención alguna al respecto, cosa que no debería extrañarnos, sobre todo si tenemos en cuenta que en medio de la modorra intelectual y la decadencia política, además de cultural dentro de la que nos movemos, el tema no podía despertar interés alguno como tampoco lo suscita el impune asesinato del líder bribri Sergio Rojas Ortiz, ocurrido hace ya poco más de seis meses, en Salitre del cantón de Buenos Aires, de la provincia de Puntarenas, un crimen que ha sido recubierto por un espeso silencio. Todo esto como parte de la exteriorización del racismo de una sociedad que se sigue mirando en el espejo europeo (o estadounidense) que se fabricó el liberalismo decimonónico, reflejado en la obra de sus historiadores más importantes, como fue el caso de Ricardo Fernández Guardia, un cristal que nos impide mirar e incorporar como parte de nuestro ser o presunta identidad nacional, la presencia de la inmensa y rica cultura de los pueblos mesoamericanos, de la que el actual territorio de Costa Rica formó parte, especialmente dentro de lo que fue el área de la Gran Nicoya.

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor.

 

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1 COMENTARIO

  1. El inmenso respeto que siento por los pueblos originarios y su cultura hace que me duela, en lo más hondo, el genocidio y el etnocidio cotidianos, que no ha cesado desde la llegada de los europeos a estas tierras, me impide guardar silencio. Varones valientes y honestos como el humanista Fray Bartolomé de Las Casas y estudiosos de las culturas mesoamericanas, sobre todo en la región central de la actual República Mexicana, tales como Fray Bernardino de Sahagún fueron la excepción y merecen nuestro respeto. El silencio y la indiferencia ante la brutal ejecución del líder bribri Sergio Rojas Ortíz, en el sur de Costa Rica y el asesinato sistemático de los líderes «indígenas» en Colombia, es consustancial con el silencio que ha suscitado el deceso del gran maestro y tlamatini Miguel León Portilla, si de algo estoy seguro es que no moriré en la trinchera equivocada. Lo del poeta y defensor de las lenguas originarias Enrique Servin en Chihuahua es algo así como la gota que viene a colmar el vaso.

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