Estamos viviendo una era convulsa, y no hablo en sentido bíblico o apocalíptico, cada época tiene su mala hora, “nada nuevo hay bajo el sol, lo que ahora es, ya fue”, dice Qohelet (el predicador, o Eclesiastés).
Cambio climático, lo quiera o no Trump, ahí está afuera de la ventana, la crisis de terrorismo, la desocupación, la pérdida de esperanza de los jóvenes, la crisis de valores en las grandes religiones, el narcotráfico, la drogadicción, las pandemias de enfermedades creídas desaparecidas, etc, la lista es impresionante. Una crisis de liderazgo, acaso ya nadie cree en nada ni en nadie.
Hace muchos años me preocupaba mucho, ya no, y no es por apatía o por abulia, es porque sencillamente no podemos hacer nada como persona. Claro, me dirán algunos, unidos si podemos cambiar el mundo, pero soy escéptico, no creo que a esta altura del partido quede algo más que esperar una solución de suyo: motu proprio. Un viejo dicho, muy utilizado por las gentes y gentecillas de antaño: de camino se acomodan las cargas, dibuja el panorama posible.
Llegaremos a pedir al cielo una solución clemente y el cielo seguirá mudo como hace 4.500 millones de años, hasta el bosón de Higgs, silencio cósmico absoluto. Las soluciones siempre llegan solas, desde luego que el caos a nadie le gusta, pero no sucede nada sin el caos organizado.
La historia por desgracia, tiene muy pocos datos anotados, es por eso que cualquier cambio en los patrones del clima se nos hacen difíciles de comprender, en el siglo XVII Europa tuvo una pequeña edad del hielo alternada con época de sequía, hambrunas y pestes que cobraron millones de víctimas, pero lo hemos olvidado. Los estudiosos de la geología comprenden muy bien el comportamiento de los glaciares, el comportamiento de la corteza terrestre y los grandes fenómenos que los acompañan, como sismos y tsunamis.
Las épocas de pestes que arrasan poblaciones enteras, siempre se han manifestado, la proliferación de enfermedades ha estado perennemente presente como compañera de la humanidad.
Pero de que nos asustamos por el terrorismo, por las matanzas demenciales especialmente en escuelas estadounidenses, ahora en mezquitas, siempre ha sido así, la proliferación de asesinos y asesinatos, ha habido siempre ese tipo de delincuentes.
El mayor problema que enfrentamos es la información pérfida, mal intencionada, que busca crear caos donde no existe, es decir la “desinformación masiva”, hija bastarda de la internet, cuyo padre está entrelazado en las redes sociales. Ese es el peor fenómeno social de los últimos cien años, porque si bien la radio y en su momento la televisión jugaron parte de ese estrellato desinformativo, no había manera de interactuar: ser mediadores entre el origen de la noticia y el destinatario final, el gran público, ahora en esa cadena mundial de concatenación de “chismes”, se desinforma más que nada y la gente reacciona con una mezcla de escepticismo y burla. Aquí empieza el problema.
Ahora Vladímir Putin quiere reglamentar la información falsa, en buena hora y aunque pareciera que se coarta la libertad de expresión, no queda más que penar la información falsa y tendenciosa.
La humanidad merece respeto, aunque no lo creamos, porque el comportamiento global está dado por un equilibrio o un desequilibrio entre las partes. El cinismo aparente de muchos milenials, lo hemos provocado los hijos de la revolución hippie, a su vez nuestra contracultura nació producida por el puritanismo y la doble moral de las generaciones anteriores.
Quisiera contar una anécdota muy ilustrativa, sucedió en el año 1974, el hospital de una provincia (no mencionaré su nombre) era viejo, de madera en su mayor parte y formado por pabellones aislados, oscuros. El cuarto de los médicos quedaba junto a la morgue, era además lo más oscuro que había, entonces una llamada en la madrugada de emergencias había que cruzar todo ese jardín oscuro a tientas. Comenzó a darse una serie de llamadas, al teléfono de los médicos, de una voz fantasmal, de ultratumba, yo nunca la escuché pero era ya el tema obligado a la hora del desayuno en el comedor médico. Pues bien, ninguno queríamos ir solos a emergencias, entonces o nos quedábamos allá en una camilla o íbamos en pareja. Hubo alguien valiente, siempre hay alguien valiente, empezó a investigar y el resultado: un guarda del hospital y una enfermera, tenían un amorío prohibido, entonces crearon la leyenda para poder disfrutar de las noches venusianas a sus anchas, eliminaban cualquier testigo inoportuno. Se aclaró y desapareció el reinado del terror.
Siempre que leo o escucho asuntos donde se me termina tildando de escéptico, aclaro que después de la experiencia mía en el hospital X, quedé curado de espantos.
Debemos cultivar el espíritu, sea cual sea nuestra creencia o fe, porque es lo único que puede darnos fortaleza en épocas de dificultades. En la medida en que abandonemos ese crecimiento espiritual, nos animalizamos y estaremos condenándonos como especie a desaparecer.
(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es Médico
Tal parece que han fallado todas las religiones , creencias e ideologias.Talvez la humanidad este creciendo y superando un poco lo de esperar que alguien te diga lo que tienes que hacer .Sobre todo en el plano espiritual .Que cada uno sea su propio maestro. Mas bien sera cultivar el espiritu sin ninguna fe ni creencia.
las ideologías no fallan, falla la voluntad del hombre en apegarse a ellas, tal como ha quedado demostrado. Las ideologías son herramientas para avanzar hacia una utopía, que la voluntad humana tergiverse eso ya eso es otra cosa. Maria2, a usted y a los que los que piensan como usted los tuvieron enganados, hay verdades que son universales, y muchas de ellas están en las ideologías, pero lamentablemente la mayoría de la gente no esta a la altura de ellas.
Muy bien dicho Maria2. Estoy de acuerdo contigo
Maria2. Estoy de acuerdo contigo
SI de acuero, pede fallar todo, absolutamente todo lo que humanamente es adm. pero Jesús, no falla, solo El es el camino, la verdad y la vida… Jn 14, 6
«Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder;»
Jn 14. 30