viernes 26, abril 2024
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El paradojal destino de la sociología contemporánea

Eugenio Rodríguez Vega, in memoriam.

“Le modèle déterministe et réductionniste est aujourd’hui dépassé dans les sciences de la nature. Celles-ci font désormais leur place aux aléas, aux bifurcations, aux singularités, aux complexités. La sociologie doit aller plus loin encore : la société n’ est pas une machine triviale où les individus sont purement et simplement ventilés et volatilisés dans les classes, status, rôles et habitus. Enfin, la scientificité sociologique ne peut être que partielle et inachevée : tout sociologue est un hybride de scientifique et d’ essayiste. »  Egard Morin  SOCIOLOGIE.

La sociología desde su nacimiento, más o menos notorio, en algunos medios intelectuales, durante los tempranos años del siglo XIX, cuando todavía humeaban los resplandores de la gran revolución francesa de los últimos años del siglo anterior, estuvo destinada a tener una existencia paradojal y a veces precaria, dependiendo de los regímenes políticos y sociales que fueron apareciendo en la escena histórica, como también de los estados de ánimo de los diferentes actores del devenir histórico, ya sea suscitando iras o adhesiones muchas veces cargadas de irracionalidad, bajo las pretensiones o críticas acerca de su “naturaleza”, presuntamente revolucionaria o conservadora.

El nombre de “física social” que evoca, de alguna manera, a la física newtoniana y sus leyes universales presuntamente invariables, dentro del marco de una cierta causalidad lineal y mecánica, fue el escogido por el francés Augusto Comte(1798-1857) para bautizar –por así decirlo- a la nueva ciencia,  a la que concebía como la encargada de reconstruir el consenso social y suprimir las prácticas disociadoras, que había traído la revolución política y social con la que puso fin al antiguo régimen, conciliando lo que llamó “las necesidades simultáneas de orden y progreso”(Comte, dixit). Era imprescindible para alguien a quien se le atribuyó ser el padre de la mentada creatura: primero física social, después sociología, alcanzar el restablecimiento del consenso social (orden), pero conciliándolo con el progreso científico y material propio del nuevo mundo industrial, el que con su avasallante emergencia había vuelto imposible la reconstrucción del estado de cosas anterior a la caída del antiguo régimen, cuyas bases habían sido falseadas por la metafísica revolucionaria  de los filósofos de la ilustración, unos pensadores que representaban la filosofía del progreso. En sus inicios, a pesar de su proclamación como nueva ciencia positiva, cercana al modelo de las ciencias naturales prevaleciente en esa época, Augusto Comte la consideró como un componente esencial de la (nueva) religión de la humanidad, de la que el mismo se definió como el sumo sacerdote, al mismo tiempo que elaboró y dictó un calendario positivista, con su santoral (a la manera católica) de santos, héroes y mártires de la nueva fe positivista.

Sin embargo fue otro francés, Émile Durkheim (1858-1917) noveno en una línea familiar de rabinos quien a diferencia de sus predecesores optó por la vida secular y académica, el que terminó por establecer la sociología como ciencia empírica, a partir de la consideración del estudio de los hechos sociales como “cosas” u objetos materiales e inmateriales. Al igual que su predecesor y otros autores decimonónicos estaba inscrito en el marco de la formulación de una sociología conservadora, dentro de la que moral  de un período histórico determinando y sus quebrantamientos durante lo que llamó estados o períodos de anomia eran elemento esenciales para la reproducción del orden social, destacando que los mismos hechos sociales ejercen una coerción externa sobre los individuos que conforman la sociedad.

Su estudio sociológico sobre el tema del suicidio desde una perspectiva sociológica strictu sensu provocó toda una revolución epistémica, pues al emplear los métodos empíricos y el análisis riguroso de los datos cuantitativos, siempre dentro del marco de la nueva ciencia que estaba fundando, cambió totalmente la perspectiva de un evento que hasta entonces era mirado sólo como el resultado de un acto meramente individual. Las variables de orden social como la pertenencia a determinados grupos o clases sociales, las creencias religiosas o la adscripción al mundo rural o al urbano le permitieron construir una tipología sobre las tendencias al suicidio dentro de las sociedades contemporáneas.

También su estudio de lo que llamó “las formas elementales de la vida religiosa”(título de una de sus obras más importantes) dio impulso a la sociología de la religión, a partir de su importancia como un elemento cultural esencial para la cohesión de un orden social, cuya complejidad creciente resulta manifiesta.

El gran problema de la sociología francesa de comienzos del siglo XX, y posteriormente de la estadounidense, es el hecho de que desdibuja al individuo como protagonista de la vida social, al dejar por fuera sus actos volitivos, sus percepciones (no importa si individuales o colectivas), sus sentimientos y mucho de lo que configura la racionalidad o irracionalidad de sus acciones. Vendrá a ser, de una manera casi simultánea, con el despliegue de la sociología alemana de Max Weber (1864-1920) y su  formulación de una “sociología comprensiva”, que busca entender interpretándola la acción social, que aparezca la veta o vector diferenciado que le abrirá otros caminos a esta disciplina, ya reconocida en los medios académicos durante los últimos años del siglo XIX y los primeros de la centuria que lo sucedió. Fue precisamente Émile Durkheim quien tuvo la primera cátedra de sociología en la meridional Universidad de Burdeos, institución en la que estudió nuestro querido maestro y amigo Daniel Camacho Monge, un gran impulsor de la sociología en el medio costarricense.

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor

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