jueves 25, abril 2024
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¿Nos suicidamos?

Sí, nos suicidamos.  Estamos haciéndolo como especie.  Hemos venido haciéndolo digamos desde la concepción de la Revolución Industrial en 1760.  Pero peor aún es que creemos más y más en los méritos de hacerlo y lo hacemos más y más intensamente.  De manera progresiva, gradual y sostenida, esto es.

Lo hacemos principalmente porque hemos creído en su mágica consigna y palabra: “crecimiento”.  Una verdadera locura si somos habitantes de un medio, el planeta Tierra, que no crece y cuyo curso natural hasta donde sabemos es no crecer sino permanecer del tamaño que tiene.  Eso lo primero.  Una locura porque nuestro principal enemigo como humanidad es el concepto comercial e industrial de crecer.  Veneno puro para los pueblos aunque bálsamo para los dueños de los pueblos.

El concepto fue inventado por los amos, no por sus esclavos que son los pueblos y está manifestándose mortalmente en lo que ahora nos está aterrorizando y, de hecho, matando.

El concepto de crecimiento depende en gran parte de otro monstruo planetario:  la concentración en focos sobresaturados de todo, que ahora están ayudando maravillosamente a visitantes destructivos e inesperados como el coronavirus:  centros urbanos plagados de rascacielos para meter en ellos cantidades irracionales de gente que no pueden producir lo necesario para la subsistencia de esas multitudes pero que crean la falsa sensación de que hay espacio suficiente para mucha más gente de lo que el espacio da, mucha de la cual sólo posee aire pero no un lote que sea suyo.  Hay barcos capaces de hospedar y divertir a 5.000 pasajeros aparte de la tripulación;  aviones capaces de transportar 800 pasajeros;  estadios con capacidad para 150.000 espectadores;  parques de estacionamiento para 20.000 vehículos;  centros comerciales con 1.200 tiendas en un millón de metros cuadrados de construcción;  hoteles con 10.000 habitaciones;  90 millones de turistas internacionales en un año;  17,1 millones de kilómetros cuadrados (el 11% de la masa terrestre) propiedad de un solo país;  131 mil millones de dólares en el bolsillo de una sola persona;  163 pisos en una sola torre de 830 metros de altura.

¿Grandioso? ¿Bonito? En mi opinión mortal, horrible, desequilibrante y pecaminoso.   Un cuadro aterrador que me sugiere más algunas imágenes de pesadilla del pintor holandés Hieronymus Bosch (“El Bosco”, 1450-1516)

En el planeta hay espacio y recursos suficientes para distribuir y equilibrar todo de manera inteligente, conforme a las exigencias biológicas y sociológicas de la humanidad.  Pero no es posible ni distribuir ni equilibrar porque hay un desequilibrio predominante:  el hecho de que la mayor parte del planeta está encerrada dentro de las fronteras de la propiedad individual privada e ilimitada.  La abundancia y la belleza están concentradas y protegidas con todas las previsiones en los mejores pedazos del planeta;  el resto se amontona en esos centros urbanos sobresaturados, malsanos y apretujados pero además creando la ilusión de que ahí cabe todo y que cabe aún más y más;  esto gracias al crecimiento;  al para mí caótico y fatídico concepto del crecimiento como secreto para el progreso y la preservación de la vida.  Y por otra parte en grandes extensiones que podrían acoger a enormes multitudes y permitirles una vida digna sólo se permite la existencia de animales y plantas aunque sea a costa de la vida de millones de seres humanos.

En estas circunstancias el mundo ha llegado a ser como un inmenso campo de concentración bajo un alto mando universal cuyos comandantes, en ocasiones aparentemente enemigos entre sí, son todos “hermanos” en el crecimiento y el progreso, lo  que me recuerda la consigna del holocausto nazi “el trabajo libera” (arbeit macht frei) que estampaban a la entrada de los campos infernales de concentración de Auschwitz, Dachau y Gross-Rosen entre otros.

El agigantamiento de todas estas cosas y situaciones no fue ni concebido ni creado ni desarrollado por los pueblos;  por la humanidad de ningún sitio sino por los amos que simplemente cogieron todo lo que pudieron por las armas y se lo apropiaron y luego lo legitimaron mediante organizaciones y autoridades que ellos mismos crearon para consolidar su poder individual y soberano.  Pero así como crearon todos estos gigantes han agigantado la magnitud de las tragedias;  cuando ocurre una arrasa con miles de personas, con miles de empresas, con cadenas e imperios internacionales que se desploman gigantescamente.  Separado, distribuido, equilibrado sólo se perdería un pedacito del total en el caso de un desastre.

Si en vez de haberse construido el Titanic (ostentoso nombre) de 270 metros de eslora con un desplazamiento de 52.300 toneladas y capacidad para 3.300 entre pasajeros y tripulantes se hubiesen construido cinco barcos de tipo similar a los Liberty o los Victory de unos 120 metros de eslora con desplazamiento de unas 10.000 toneladas, para unos 350 pasajeros no habrían naufragado los cinco a la vez o tal vez ni uno en ese trayecto, trayecto que yo he hecho de Montreal a Le Havre en un barco de ese tipo, el Carmania, de la línea Cunard y con todas las comodidades.  Podrían haberse salvado más de 1.500 vidas.  ¡Pero había que crear un gigante!

Nunca más oportuna la admonición “divide y vencerás” porque justamente en la división equitativa de los bienes de la humanidad entre todos sus miembros estaría la victoria del mundo.  Pero al habernos robado los amos todas nuestras porciones individuales y haberlas convertido en una sola mole de poder y riquezas para sí no hay tal victoria sino una catastrófica derrota y un fatal desequilibrio.  Será ahora la ley de la vida y de la justicia reales que viven y hablan cotidianamente, el tribunal de la naturaleza, quienes dicten sentencia, condenen y castiguen en proporción al mal hecho y quizás entonces podrá ver la humanidad un nuevo milagro de multiplicación de los panes y los peces.

(*) Orlando García-Valverde, Traductor-Intérprete Oficial.

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1 COMENTARIO

  1. Buenos días don Orlando. Muy acertado su comentario en tiempos en que parece ser que el planeta está tomando es sus manos el castigo a tanto desafuerro cometido por los humanos en «pro» del mal llamado » Progreso «. Muchas gracias.

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