sábado 27, abril 2024
spot_img

«El conflicto ucraniano y la seguridad mundial: un largo camino por recorrer»

La guerra que nos tiene  acongojados es  excepcionalmente sombría por temor al holocausto nuclear. La humanidad se siente intimidada porque todas las armas -incluidas las nucleares- fueron hechas para ser eventualmente usadas. Detonarlas contra pueblos es un crimen.  Lo cometió Estados Unidos en 1945, cuando desató su poder atómico  contra la inocente población civil de Hiroshima y Nagasaki.  Este crimen de lesa humanidad no debe repetirse. Urge que prevalezca la cordura y el sentido de humanidad entre los líderes políticos y militares involucrados en la presente crisis, por lo que se convierte en un mandato universal silenciar las armas y negociar sin descanso. Acallar esta amenaza y construir la paz es la urgencia que ahora debe convocar a toda la humanidad. Rusia y Estados Unidos están igualmente obligados a contenerse.  Es en este sentido es que el conflicto abarca más que Ucrania aunque sea lo primero que apremie resolver.

Reitero en este artículo mi posición principista de rechazo a la invasión rusa de esa modesta república que se llama Ucrania, la más pobre de Europa, tan sellada y herida a su vez por voracidades imperiales y coloniales, de diversos tipos y en diferentes tiempos. Es una nación afable y escrupulosa de su valor como pueblo soberano, en la dirección de lo que son, por ejemplo, los puertorriqueños, los irlandeses y los palestinos.

Rechazo la invasión rusa tal como rechacé la invasión estadounidense de Irak, tal como sigo objetando la anexión de tierras palestinas que brutalmente impone el régimen colonialista de Tel Aviv. No se puede llorar por unos  y guardar silencio por otros. La hipocresía es una mala compañera de la honestidad y la verdad.  Se es consecuente con la libertad cuando se expresa con integridad y solidaridad. Pero, ¿tienen todas las luchas de liberación igual valor y consideración?

No  disimularé mi sinceridad: cuando las “tribus blancas” se pelean entre sí, el espanto y lágrimas sobran, pero paupérrimo es el estupor y la condolencia  hacia la nación  yemení que ahora mismo padece ataques aéreos saudíes con aviones y bombas estadounidenses y británicas; entonces, ¿qué pasa?, ¿acaso habrá que husmear esa conmiseración debajo de la mesa, como el famélico que busca una migaja de pan?  

El color de la piel todavía define el valor de las guerras y la subasta de vidas humanas que absurdamente se ofrecen a Marte. Deberíamos  sentir empatía hacia todo ser humano que sufra las conmociones de la guerra: sea ucraniano, sean ruso, sea africano.

La ONU ha descrito a Yemen como la «peor crisis humanitaria del mundo», donde  más de 10.000 personas han sido asesinadas en los últimos 18 meses, donde 1.200 niños han muerto y otros 1.700 han resultado heridos, la mayoría por ataques aéreos ordenados por una monarquía absoluta que viola los derechos humanos a la sombra de Washington y Londres. 21,2 millones de personas requieren asistencia humanitaria urgente, 9,9 millones de los cuales son niños. 4 millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares, 5 millones de personas están en riesgo de hambruna, 1 millón vive hacinado en campamentos improvisados e insalubres, etcétera, etcétera.  Y, sin embargo, ahora el holocausto de Yemen ha sido invisibilizado: en los corrillos diplomáticos, en las grandes capitales y en las corporaciones mediáticas. Yemen no existe.

No se trata de competir con la aflicción ucraniana ni de menospreciarla, sino de poner en claro que hay algo que moralmente no cuadra en la “lógica” de la geopolítica planetaria. En la lucha contra el nacionalismo autoritario y delirante de Putin hay 2 bandos: uno, el de la gente buena y solidaria; dos, el de los lobos vestidos con piel de oveja, cuyos motivos no comulgan con las genuinas razones de la paz. Por eso los gendarmes de la OTAN prestan oídos sordos a los pacifistas, como lo hace Putin que los encarcela. Pedir la paz y decirle no a la guerra es hoy un gran riesgo en Rusia por considerarse una traición a la madre patria. Pero hay que seguir protestando, la juventud rusa sigue señalando el camino correcto de la paz.  El mismo que hay que seguir en Occidente.

Coincido con la apreciación de Dmitry Muratov, quien es editor en jefe del periódico independiente ruso Novaya Gazeta, de que Putin, con su decisión, “destruyó el futuro de las generaciones más jóvenes”, porque con su política convirtió a su país en un paria, situación que movilizó a la juventud  en grandes números a protestar la guerra.  Muratov es un veterano periodista que vive y trabaja en Moscú -a mi juicio un profesional íntegro, comprometido con la verdad- y que en el 2021 compartió, junto a su colega, Maria Angelita Ressa, el premio Nobel de la Paz.  Muratov relató a David Remnick, un reportero del New Yorker, lo siguiente: “La presión sobre Novaya Gazeta y otros medios comenzó de inmediato. Llegó al punto del absurdo. Recibimos una orden para prohibir el uso de las palabras «guerra», «ocupación», «invasión». Sin embargo, seguimos llamando guerra a la guerra. Estamos esperando las consecuencias.” 

Al pueblo ruso se le sigue engañando.  Putin ha decretado una narrativa desvinculada de la realidad que no sé cuánto pueda durar. En América Latina existen sobradas razones para resentir las invasiones cometidas por Washington en nuestras tierras; también irrita recordar la propaganda mediática que se usó para justificarlas. Pero se requiere madurez emocional y honestidad intelectual para evitar revanchismos verbales infantiles y no darse cuenta, por ejemplo, que RT es ahora solo un megáfono de Putin y de su desquiciada aventura.

Mi generación sufrió  este mismo cinismo cuando Bush (el padre) invadió Panamá en 1989, con el altoparlante de la CNN propagando mentiras, ocultando la cruda realidad de una irrupción militar que dejó miles de muertos y en que se hizo en absoluta violación del derecho internacional.  Quizá el resentimiento se acreciente con Estados Unidos y se deba a que nunca se ha disculpado por los crímenes cometidos en tierras extranjeras. Sabemos que la moral imperial no llega lejos. Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, tampoco es moralmente congruente darle la espalda a la realidad y convertirse en vocero de distorsiones y mentiras de otro proyecto opresor solo porque este desafía al de Washington. Lo actuado por Rusia no tiene ninguna buena justificación aunque se base en medias verdades.

Y fue el representante permanente de Kenia ante la ONU, Mbugua Martin Kimani, quien le reclamó a Rusia una jugada típica del legado colonial de ese Occidente cínico que mi psiquis no olvida, porque quién mejor sino un africano para reclamarle a Putin el imprudente reconocimiento de las nuevas repúblicas de Donetsk y Luhansk, territorios donde la población rusa también ha sido vejada durante 8 años por el lado turbio del nacionalismo ucraniano.  

Zelensky -además de judío- no es ningún fascista o neonazi como se ha querido hacer creer.  Tampoco la ultraderecha ucraniana es tan representativa como se dice. De hecho sus 3 fuerzas coaligadas (el  Batallón de Azov, Libertad y Sector Derecha), lograron el 2,3% en las últimas elecciones legislativas. Ciertamente son de cuidado en las calles, se cuentan por miles, tienen fervor y son disciplinados, además de poseer estructuras paramilitares e influyentes representantes en el parlamento y en el aparato represivo del estado. Cabe notar que la extrema derecha rusa es mucho más representativa en términos electorales. Vladímir Zhirinovski es el líder del ultranacionalista partido Liberal Demócrata que cuenta con 39 de los 450 escaños que forman la Duma.  En suma, no es ninguna sorpresa que los neofascistas de ambas naciones juren lealtades a sus respectivas banderas nacionales en la presente crisis.

Pero en Ucrania, el Batallón Azov merece una  mención aparte: inicialmente se constituye como una fuerza paramilitar ultranacionalista. Nunca ocultó sus tintes nazi-fascistas ni su veneración por Stepan Bandera, cuya glorificación es pública, como lo testimonia el monumento erigido en su honor en la ciudad de Lviv. Desde 2014 es la principal fuerza represora en la región del Donbás y encarna la más violenta rusofobia.  Se le ha considerado como el grupo responsable de la masacre de rusos, 42 en total, que sucedió ese mismo año en Odessa, puntualmente en la Casa de los Sindicatos, cuando dicho edificio fue trancado e incendiado adrede con el propósito de asesinar a los civiles ahí atrapados.  En 2015, el batallón fue ascendido a la categoría de Regimiento de Operaciones Especiales, especializado en tácticas y estrategias contrainsurgentes, destinado a combatir el separatismo en Donetsk y Luhansk.  Ahora mismo, dicha unidad militar, combate la invasión rusa. 

Vuelvo al discurso del embajador Kimani porque entraña una gran lección de pundonor: la memoria es el oxígeno del oprimido, el horizonte de los pueblos. Por eso Kimani pudo hablar con aplomo. Dicho decoro no lo pueden ostentar Estados Unidos, ni Gran Bretaña, ni Francia, ni Bélgica, ni Rusia, etcétera, etcétera; todos tienen un pasado turbio que todavía reflejan.  No nos engañemos: la verdadera razón del conflicto es la lucha entre las 2 mayores potencias nucleares que buscan en esta época reafirmar o trazar nuevas líneas en el  tablero global del poder.  No es nada nuevo, es un choque tan antiguo y dramático como la edad de las civilizaciones. Poco hemos aprendido en 6 mil años.

¿Cómo es que ocurrió esta tragedia?  En medio de la conmoción emocional que priva, poca gente se hace esta pregunta.  Pero es primordial hacerla, tomarse tiempo para contestarla, porque en la historia nada nace por generación espontánea. Múltiples hechos y tiempos se concatenan. Se impone la necesidad de construir un orden lo más fidedigno que se pueda porque, de otro modo, se corre el riesgo de ignorar el cuadro completo de los responsables de esta tribulación.

El 10 de marzo de 2007 tuvo lugar  la Conferencia  de Seguridad de Múnich, y fue en este evento anual  que los líderes europeos tomaron nota de la agitada ansiedad rusa sobre su propia seguridad. Han transcurrido 15 años desde entonces. En su alocución Putin dijo: “La OTAN ha puesto sus fuerzas de primera línea en nuestras fronteras”, aunque hasta el momento “no reaccionamos a estas acciones en absoluto”. La expansión de la OTAN, afirmó, “representa una grave provocación que reduce el nivel de confianza mutua. Y tenemos derecho a preguntar: ¿contra quién va dirigida esta expansión? ¿Y qué pasó con las garantías que hicieron nuestros socios occidentales después de la disolución del Pacto de Varsovia?”. “Y por supuesto”, continuó Putin, “esto es extremadamente peligroso. Resulta en el hecho de que nadie se siente seguro. Quiero enfatizar esto: ¡nadie se siente seguro!” El discurso de Putin en Múnich fue una importante advertencia diplomática a Estados Unidos y sus aliados de que la paciencia de Rusia con la intrusión de la OTAN había llegado a su fin.

Occidente poco le hizo caso al revuelo mediático causado por Putin, quizá calculando las debilidades estructurales del país geográficamente más extenso del planeta; una Rusia, además, dramáticamente empobrecida, dolencia que expresó con su peor cara: la salud del pueblo.

La revolución de Boris Yeltsin -la vuelta al capitalismo- trajo consigo un empobrecimiento general.  La mortalidad ajustada por edad en Rusia aumentó casi un 33% entre 1990 y 1994. Durante ese período, la esperanza de vida para hombres y mujeres rusos se redujo drásticamente de 63,8 y 74,4 años a 57,7 y 71,2 años, respectivamente. Más del 75% de la disminución de la esperanza de vida se debió al aumento de las tasas de mortalidad entre los 25 y los 64 años. Fueron tiempos terribles.  Los rusos se avergonzaron de ser ellos mismos, la autoestima nacional se arrastró por los suelos. El hecho (subrayo la palabra hecho, porque no expreso una opinión) es que Rusia sigue superando su trauma gracias a Putin. Es de lamentar que Putin se haya engolosinado con sus propios éxitos y ahora conduzca al pueblo hacia el precipicio. Su popularidad, es cierto, ronda en por lo menos un 75%.  El orgullo propio renació paulatinamente en el alma de los rusos. No era para menos. Vale recordar que la nueva Rusia hizo gala de su anticomunismo que, paradójicamente, fue triunfante y ruinoso a la vez. Occidente cometió el error de subestimar y despreciar a Rusia, de arrinconarlo como un patito feo, en lugar de haberlo ayudado a incorporarse con respetabilidad en el club de las mayores potencias capitalistas.

Decía que las ansiedades de Putin se volvieron crónicas y dolientes. Una de las consecuencias fue la violación rusa de la soberanía de Georgia y Ucrania en 2008 y 2014, pues la OTAN había anunciado  que eventualmente estos 2 países se unirían a la misma.  En el período comprendido entre el colapso de la Unión Soviética en 1991 y el discurso de Putin en Múnich, se unieron a la OTAN la República Checa, Polonia, Hungría, Eslovaquia, Eslovenia, Rumania, Bulgaria e incluso los tres antiguos estados bálticos soviéticos, a saber Lituania, Letonia y Estonia. Lógicamente -y con toda la razón- se puede comprender que Putin se sintiera amenazado.  Occidente ignoró el milenario e histórico miedo de Rusia: la seguridad de sus fronteras. Mientras tanto, Estados Unidos seguía provocando a un lobo arrinconado, esparciendo sal en las heridas nunca cicatrizadas de su rival, con Kiev y Moscú incumpliendo los acuerdos Minsk I y II.

Putin se sulfuró con el golpe de estado que el parlamento ucraniano le propinó en 2014 al impopular y democráticamente electo presidente, Viktor Yanukovych, escenario en el que conspiraron activamente Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos y Eurasiáticos, y Geoffey Pyatt, el embajador de Obama en Kiev.  Entre los dos barajaron perfiles para sustituir a Yanukovych. Se mencionó el nombre del favorito – Arseniy Yatsenyuk-, el personaje que sería luego primer ministro.  La conversación trascendió al público porque la plática  fue fácilmente interceptada y expuesta en Youtube. No es de extrañar que Rusia reaccionara mal ante la destitución inconstitucional de un gobierno electo prorruso, una remoción  que ocurrió no solo con la bendición de Washington, sino aparentemente con su ayuda.  En retrospectiva, la llamada “revolución” del Maidán (la Plaza de la Independencia de Kiev), que sucedió durante el  invierno de 2013-2014, solo ha rendido los frutos de un profundo fiasco en términos económicos y de la pacificación del país.

No es descabellado entender que el cerco de la OTAN contra Rusia, -con misiles y bases militares apuntándole a sus narices- constituye para Putin y las fuerzas sociales que representa una causa de alarma; por lo mismo, no era absurdo negociar la neutralidad de Ucrania a la vez que su seguridad territorial y los derechos humanos de las minorías étnicas. Y ya es tarde para revivir los 2 Acuerdos de Minsk.

Biden cometió el error más grande de su errática gestión de gobierno y que le costará, probablemente, su reelección o la victoria de otro demócrata. Biden debió haber negociado con Putin, porque existían elementos importantes y razonables que negociar.  Parece que los halcones y no las palomas susurran a los oídos de este presidente. El resultado final de toda esta dinámica solamente puede ser uno: el ofrecimiento de las masas como carne de cañón. Ucranianos y rusos ofrendados como chivos expiatorios en una confrontación ajena a los intereses del ciudadano común.

Cuando en 1991 la Unión Soviética se disolvió, la OTAN enfrentó un dilema existencial al no tener al adversario que había motivado su creación y porque, además, parecía escaparse el negocio que este antagonismo producía -particularmente para Estados Unidos- en términos de la venta de armas y tecnologías de destrucción masiva.

El fin de la Guerra Fría fue una pésima noticia para el complejo industrial militar de Estados Unidos, pues sus colosales contratos corrían el riesgo de mermar considerablemente. Para estos plutocráticos carteles que llamo de la muerte  -representados, por ejemplo, por Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon y General Dynamics- la urgencia del día era hallar nuevos enemigos y nuevas guerras.  Las encontraron en Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia y ahora en Yemen.  La invasión de Irak fue patética: se hizo mintiendo (Hussein no contaba con armas de destrucción masiva) y sin autorización de la ONU.  Sabemos que nada vinculaba a Bagdad con los atentados de las Torres Gemelas en Manhattan.

Pero este frenesí sigue activo. Según cifras oficiales del  Departamento de Estado, durante el último año fiscal, las exportaciones de armas autorizadas (tanto comerciales como administradas por el gobierno) aumentaron un 2,8 %, de $170 090 millones a $175 080 millones.  El presupuesto militar que Biden ha pedido aprobar al Congreso es de $773 billones, $60 billones más que el promedio pedido por Trump. Puede ser que esta suma se ensanche debido a la crisis ucraniana y al fervor bipartidista por los gastos militares.

Otra grave lesión causada a las relaciones entre Moscú y Washington fue la cuestión de las armas nucleares, entuerto que implicó la renuncia unilateral que Estados Unidos hizo del Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM).  El 13 de diciembre de 2001, el presidente estadounidense George W. Bush anunció el abandono del Tratado por considerarlo innecesario. La retirada de Estados Unidos entró en vigor el 13 de junio de 2002. Bush fue claro, alegando que su vigencia impedía el desarrollo estadounidense de defensas contra posibles ataques con misiles balísticos terroristas o de «estados rebeldes», asunto que enriqueció los bolsillos de quienes se lucran con tan demente y sucio negocio.

Lo que ahora queda vigente en esta materia es el Nuevo START que estará vigente hasta el 5 de febrero de 2026 y que principalmente establece límites verificables para los misiles balísticos intercontinentales, los SLBM -misiles balísticos lanzados desde submarinos- y bombarderos pesados. Con la presente crisis la buena fe ha saltado en pedazos y lo acordado queda en el aire.

De manera muy somera he mencionado el delirante viacrucis para limitar el poderío nuclear  -que raya en lo monstruosamente inverosímil-, suplicio frente al cual la humanidad no tiene veto, pues es un tema ajeno al ciudadano y que, sin embargo, puede terminar destruyendo el planeta.

El arsenal estadounidense contiene alrededor de 5500 armas nucleares, 1389 de las cuales están desplegadas y listas para ser lanzadas. El arsenal ruso contiene 6300 ojivas, 1458 de las cuales están desplegadas; combinado con los Estados Unidos, esto representa más del 90 por ciento de las armas nucleares del mundo. ¿Qué significa todo esto en el conflicto ucraniano? Que las partes están obligadas -sí o sí- a negociar por la seguridad del planeta, que tienen que ceder, que tienen que abrir sus puños.  Estas 2 potencias deben comprender que ni Ucrania ni el resto del mundo deben permanecer rehenes de los irracionales y macabros apetitos imperiales.

¿Qué sucederá?  No lo sé. Solo quedan mis deseos de que la diplomacia prevalezca contra viento y marea, porque la solución no pasa por llenar Ucrania con armas como lo ruega el irresponsable y corto de mente de Zelensky, ahora elevado por la propaganda occidental al rango de mítico semidios. Especulo que Putin podría  ser removido por los propios y corruptos oligarcas rusos, pues el grueso de sus fortunas ya está congelado; podría ser que Ucrania se parta en dos, asegurando los bandos encontrados una suerte de neutralidad. Lo deseable es que surja en Europa un acuerdo mancomunado de seguridad regional verdaderamente autónomo, pues los intereses de Europa en Europa son diferentes a los de Estados Unidos en Europa. Rusia no va a desaparecer. Solo un mundo verdaderamente multipolar y con fronteras seguras puede darle oportunidades a la paz, que las necesita para desnuclearizar las relaciones internacionales. La tragedia ucraniana lo recuerda. Por ahora, urge un alto al fuego.

(*) Allen Pérez es Abogado.

Noticias de Interés

5 COMENTARIOS

  1. Estamos avisados sobre el abismo insondable que nos podría conducir a una Tercera Guerra Mundial, es por eso urge que los rusos y los ucranianos encuentren una salida pacífica y capaz de garantizar la seguridad europea. Además, la hipocresía occidental con su censura a los medios de comunicación rusos como RT y Sputnik es apenas equivalente a la censura de los tiempos soviéticos, quizás aún peor porque se hace en nombre de la libertad. En Costa Rica donde la mayor parte de la prensa está controlada por los poderes fácticos, con un diario como La Nación que es el boletín de la oligarquía. de donde salen las peores iniciativas contra el pueblo, las posibilidades de venderle al público una sola versión de los hechos son enormes. Recordemos que mientras siga el conflicto bélico y la guerra económica contra Rusia la verdad estará ausente.

  2. RT y Spuntik, propiedad del gobierno ruso y financiados por Rusia jamas van a ser ni medianamente criticos con quien es su dueño. Sigan creyendo en esas versiones…CNN y FOX, puede ser que te guste o no, pero son independientes de gobierno y hasta se atreven a criticar al suyo propio…veremos alguna vez algo asi en RT o Sputnik?

  3. El hecho de que los medios de comunicación sean privados o no. en modo alguno deja de ser garantía de independencia y criticidad sobre el régimen imperante, aquí o allá. El diario La Nación de San José Costa Rica responde a los intereses de los poderes fácticos, si bien crítica a los presidentes y tiene candidatos favoritos para la primera o segunda vuelta electoral, jamás se atrevería a criticar a sus amos e ir en contra de sus intereses. La Federación Rusa del presente no es la Rusia Soviética de Kruschev, y menos aún la de Stalin, el paranoico criminal que privó de sus más elementales libertades a los ciudadanos de la URSS, habría que observar con atención para observar cuáles son los márgenes de criticidad en la Rusia actual, esto no justifica la censura que nos imponen desde la Casa Blanca para que conozcamos una sola versión de un conflicto bélico que amenaza a la humanidad entera.

  4. Demócratas de mentirillas o de drôle resultaron ser estos europeos que censuran a los medios rusos como RT y Sputnik, cortándoles la señal en sus países para imponer un sólo punto de vista acerca de este conflicto bélico: no me lo creo, los que fueron protagonistas de limpiezas étnicas y toda clase de atrocidades a lo largo del siglo XX, con sus dos guerras mundiales, y sus guerras de los Balcanes y su colonialismo atroz en Asia y África no pueden darnos lecciones de moral (C´est-à-dire faire la moral a quelq`un ni importe qui…quelque chose ridicule ou en anglais disons: That` ridiculous please) Por favor no me hagan reír de una manera tan ostensible como inevitable, algún día la verdad nos hará libres de verdad.

  5. Habría que agregar la disputa comercial de mercados. Las guerras llevan de fondo intereses comerciales, además de las ganancias de la industria armamentista. Rusia venía desarrollando un comercio creciente con Europa y además venía siendo un país incómodo en sus contactos con países de América Latina. Los intereses planetarios, la disputa de mercados y sobre todo avanzando su comercio con China. Debilitar a Rusia y descalificarlo ante el mercado Europeo buscando una buena razón, viene a ser una estrategia inteligente de Estados Unidos aprovechando la O.T.A.N y la posición estratégica de Ucrania, a fin de provocar a Rusia en el plano de su seguridad regional. Rusia no es la Unión Soviética y Putin no es Stalin por más que se le quiere homologar. El comunismo acá no tiene lugar en el conflicto. Son los intereses comerciales de occidente los que llevan a Rusia a una provocación a boca de frontera y que se aprovecha el conflicto interno de Ucrania heredado del golpe de estado planificado y ejecutado por Estados Unidos en el 2014, los que sirven de caldo de cultivo para los afanes militares rusos quieran resolver el asunto con las balas. Con ello le da a occidente la excusa perfecta para demonizar a Rusia y declararla enemiga del planeta. No hubo ningún interés por resolver el asunto negociando las seguridades mutuas de Europa y Rusia. Ahora tenemos una guerra a miles de kilómetros de Estados Unidos y sus empresas fabricando y vendiendo armas. No hay soldados gringos muriendo y tienen a otros soldados Ucranianos peleando por los intereses de Europa y Estados Unidos. Casi el plan perfecto. Mientras tanto el mundo no ha salido de la pandemia y los dueños del mundo se inventan una guerra en donde los únicos ganadores son ellos. Los pueblos ponen los muertos. Hipócritamente se rasgan las vestiduras por los muertos que ellos mismos provocaron, pasan por alto los miles de muertos en otros conflictos aún calientes y tal parece que esta vez los buitres a menudo fingen tener asco.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Últimas Noticias