La segunda vuelta de las elecciones presidenciales está en las manos de los electores de izquierda. En particular del electorado de Francia Insumisa, el partido de Jean Luc Melenchon, quien ocupó el tercer lugar con un 22 % de los sufragios. Tanto al presidente Emmanuel Macron, quien obtuvo el 27,8% con 9 783 058 votos, como a la candidata de extrema derecha Marine Le Pen (23,1%) les quedan pocos votos de reserva para la segunda vuelta. El primero podrá contar con una parte de los votos de la candidata gaullista Valérie Pécresse (4,8%) y la segunda tendrá los votos de Eric Zemour, el candidato ultraderechista, el cual, a pesar de transgredir en sus discursos los límites de lo que el régimen republicano debe aceptar, sacó 7,1 % de los votos (2 4485 226). Jean Luc Melenchon instó a sus correligionarios a que no dieran su voto a Le Pen, pero no llamó a votar por Macron. A cada cual de tomar la mejor decisión: abstenerse, votar en blanco o votar contra Le Pen, es decir votar por Macron.
Sin consigna clara de voto, la mayoría de los electores de izquierda se está preguntando qué hacer el domingo próximo. Nadie tiene las cosas muy claras. Hay los que piensan abstenerse, diciendo que no es su problema si llega al Eliseo la candidata nacionalista y xenófoba Marine Le Pen. “La culpa es de Macron, dicen, que no supo responder a las expectativas en materia social y ecológica, y además reprimió el movimiento social de los chalecos amarillos”. Otros llaman al voto en blanco con la ilusión de invalidar la elección. “Nosotros ya votamos por Chirac en 2002 para impedir que el extremista Jean Marie Le Pen llegara al poder, y luego, en 2017, también votamos tapándonos las narices por Macron para anular la pretensión presidencial de Marine Le Pen, ya estamos hartos de militar por la izquierda y votar en segunda vuelta por la derecha”, me dice un colega militante de Francia Insumisa. Finalmente, en el campo de izquierda se encuentran también los pragmáticos que logran jerarquizar las luchas y van a votar por Macron para impedir que la candidata que quiere implantar “la preferencia nacional” en el tratamiento de ayudas sociales y aplicar un programa antirrepublicano llegue al Eliseo. “Hay que expulsar primero a Le Pen, y luego combatir a Macron” me dice un estudiante afiliado al partido ecologista, si me abstengo y gana Le Pen tendría un gran remordimiento, ya que los nacionalistas pasarán rápidamente de la agresión verbal contra los ciudadanos de origen extranjero a la violencia, siempre ha sido así en Europa”.
A río vuelto, ganancia de pescadores
En las dos últimas décadas se juntaron múltiples crisis. Los partidos tradicionales fueron incapaces de entenderlas y se transformaron en múltiples empresas electorales. Lo que predomina en la población que vota por Marine Le Pen es el sentimiento de estar perdidos en la globalización y sin poder entender las transformaciones tecnológicas, la sensación de no tener brújula para descifrar el presente y proyectarse en el avenir, la impotencia de la política ante el cambio climático y las futuras pandemias. En Francia, la ira, el hartazgo, el resentimiento y el enfado se cristalizó en el movimiento de los chalecos amarillos que pusieron en jaque al gobierno de Macron durante 12 meses consecutivos. Contrariamente a lo que sucedió en España con Podemos, los chalecos amarillos no lograron transformar el descontento en agenda política. Hay una suerte de cansancio democrático que está llevando a votar por partidos liderados por bomberos pirómanos que proponen soluciones incompatibles con el régimen republicano.
La prioridad el 24 de abril es defender la República
El domingo próximo, el resultado de las elecciones dependerá de los doce millones de franceses que se abstuvieron en la primera vuelta, pero sobre todo de lo que decidan los nueve millones de franceses que votaron por la izquierda (Jean Luc Melenchon, 7712 520; Yannick Jadot, 1 627 001; Fabien Roussel, 802 422; Anne Hidalgo, 616 478; Philippe Poutou, 268 904; Nathalie Arthaud, 197 094).
La perspectiva de tener un gobierno dirigido por la hija de Jean Marie Le Pen, quien preparó el terreno antirrepublicano con sus jaculatorias racistas durante cuarenta años, les quita el sueño a muchos defensores de la república. Desafortunadamente es una preocupación que tiene fundamento.
Cabe recordar que los vocablos Democracia y República, aunque sean a menudo usados como sinónimos, designan contenidos diferentes. La república es institucionalmente una forma de democracia, pero es políticamente más que la democracia. La república es más exigente que la democracia. La primera garantiza la exigencia de igualdad, la segunda no. También la república garantiza la no discriminación. Basta con tener la ciudadanía para gozar de todos los derechos que gozan los nacionales.
La república es mucho más exigente que la democracia.
Un demócrata se preocupa para que no llegue la tiranía, se respete la división de los poderes y existan contrapoderes. En Francia, un republicano se concentra en el respeto del interés general, y en que la res-pública (la cosa pública) esté por encima de las exigencias estrictamente democráticas. La ley por encima de la fuerza (de las armas y de los votos). La misión de la república es mantener la unidad y la fraternidad entre los ciudadanos. Tanto Marine Le Pen como Eric Zemour se han dedicado en sus respectivas campañas a difundir proyectos que, si se aplicaran, socavarían los fundamentos de la república. Adolfo Hitler llegó al poder por vía de elecciones y enterró la república de Weimar en 1933. La democracia, al ser la expresión de la mayoría, puede darle a Le Pen la posibilidad de anular los derechos que la República reconoce a las poblaciones de origen extranjero. Le Pen propone organizar referendos sobre temáticas de inmigración.
Los derechos que consagra la Republica son inalienables, ya que el único estatuto que reconoce es el de ciudadano. Por eso la Republica es un ideal, al cual las democracias más ambiciosas han aspirado. Para Philippe Raynaud, profesor de filosofía política, “la republica invoca la parte razonable del alma de los ciudadanos e invita a superar las pasiones y los intereses particulares, la republica privilegia el largo plazo y afirma una especie de trascendencia del derecho”.
Todos los presidentes franceses terminan cada uno de sus discursos con el tradicional “Viva Francia, viva la República”. La República al invocar la tradición de una solidaridad y de una fraternidad que no se restringe a los nacionales es el régimen más adecuado para la convivencia en las sociedades modernas. Romper este paradigma es dividir las sociedades y dejar la puerta abierta a la guerra civil. Eso lo había intuido el presidente François Mitterrand cuando dijo “el nacionalismo es la guerra”.
Addenda: “Nadie duerme en el recorrido que lo conduce de la cárcel al patíbulo/ sin embargo todos dormimos desde la matriz hasta la sepultura/ o no estamos enteramente despiertos.” Es este poema de John Donne que me viene a la mente al escuchar los debates electorales de la actualidad que siguen machacando las trasnochadas temáticas del siglo XIX y XX, sin tomar en cuenta los reales desafíos de nuestra época. Yannick Jadot, el candidato ecologista fue apoyado por solo 4,6 % de los electores. El calentamiento climático es la gran amenaza mundial. Basta con leer el último informe (4/04/2022) del IPPC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) para comprobarlo y darse cuenta que la mayoría de los políticos viven en otro planeta. Urge despertar y actuar pronto. No hay tiempo que perder. https://www.ipcc.ch/languages-2/spanish/
(*) Enrique Uribe Carreño es profesor en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Estrasburgo, Francia.