lunes 13, mayo 2024
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Acerca de la felicidad

La constante inquietud por conocer cada vez más acerca de ciertos temas me llevó a leer sobre el de la felicidad. Pero como fenómeno social. Sobre todo porque Costa Rica está considerada como uno de los países más felices del mundo. Y por ello transcribo aquí algunas de las consideraciones encontradas.

La felicidad está en todas partes: en la televisión y en la radio, en los libros y en las revistas,  en el gimnasio, en los consejos dietéticos, en el hospital, en el trabajo, en el ejército, en las escuelas, en la universidad, en la tecnología, en la red, en el deporte, en casa, en la política y, por supuesto, en las estanterías del supermercado. Felicidad es una palabra que forma ya parte del lenguaje cotidiano, de nuestro imaginario cultural, algo que está per diem y ad nauseam presente en nuestras vidas, y es raro el día que no la oímos, la leemos e incluso la pronunciamos.

Tan solo basta teclear esta palabra en un buscador para obtener cientos de miles de resultados que hablan sobre ella. La felicidad se ha convertido en un elemento fundamental de la idea que tenemos de nosotros mismos y del mundo, en un concepto tan familiar que ya lo damos por descontado. La felicidad parece ya algo tan natural que atreverse a ponerla en cuestión resulta excéntrico y hasta de mal gusto.

Pero no es solo una cuestión de frecuencia. La forma en que entendemos la felicidad hoy en día también se ha transformado radicalmente.

Ya no creemos que la felicidad sea algo relacionado con el destino, con la suerte, con las circunstancias o con la ausencia de dolor; tampoco la entendemos como la valoración general, en retrospectiva, de toda una vida, ni como un vano consuelo para los necios y pobres de espíritu.

Ahora la felicidad se considera como un conjunto de estados psicológicos que pueden gestionarse mediante la voluntad; como el resultado de controlar nuestra fuerza interior y nuestro auténtico yo; como el único objetivo que hace que la vida sea digna de ser vivida; como el baremo con el que debemos medir el valor de nuestra biografía, nuestros éxitos y fracasos, la magnitud de nuestro desarrollo psíquico y emocional. Más importante aún, la felicidad ha llegado a establecerse como elemento central en la definición de lo que es y debe ser un buen ciudadano.

La búsqueda de la felicidad es, de hecho, uno de los horizontes políticos más distintivos y característicos de la cultura norteamericana que más han sido moldeados, difundidos y exportados a través de cauces y actores no directamente políticos, entre ellos escritores de libros de autoayuda, especialistas del coaching, hombres de negocios, organizaciones privadas y fundaciones, el cine de Hollywood, los talk shows, los famosos, etc.

En cuestión de muy pocos años, la psicología positiva había conseguido lo que ningún otro movimiento académico había logrado antes: introducir la felicidad en lo más alto de la agenda académica e inscribirla como prioridad en las agendas sociales, políticas y económicas de muchos países. Gracias a este movimiento, la felicidad podía ya dejar de considerarse un concepto nebuloso, un horizonte utópico o un lujo personal inaccesible para muchos para convertirse en una meta universal, en un concepto que se podía medir y que permitía definir los rasgos psicológicos que caracterizan el funcionamiento sano, exitoso y óptimo del ser humano.

Sin embargo, no tardaron en confirmarse las sospechas de muchos escépticos y críticos con el movimiento. La.emergente ciencia de la felicidad parecía venir poco más que a corroborar que lo que venían diciendo desde hacía tiempo los escritores de autoayuda, los coaches, las películas y demás no iba, en realidad, tan mal encaminado; al contrario, la psicología positiva decía aportar evidencia empírica suficiente como para sostener que los rasgos psicológicos que mejor definían a las personas felices.

Según los psicólogos positivos, la inteligencia emocional, la autonomía, la autoestima, el optimismo, la resiliencia y la automotivación eran las características psicológicas típicas de los individuos que presentaban niveles muy altos de felicidad, de salud y de éxito personal.

La aparición de la ciencia de la felicidad a principios de siglo suponía un antes y un después en este sentido.

Esta cuestión fue muy bien recibida por todos aquellos sectores profesionales, políticos y económicos que llevaban tiempo insistiendo en la misma idea, simple pero poderosa: que cualquiera puede reinventar su vida y convertirse en la mejor versión de sí mismo simplemente adoptando una visión más positiva de su yo y del mundo que lo rodea. Así, para muchos la búsqueda de la felicidad se había convertido en un terna serio y de primer orden cuyo enfoque científico ayudaría a descubrir los enormes beneficios sociales y psicológicos que se deriva del optimismo, la positividad y la búsqueda de la felicidad. Para

otros muchos, sin embargo, la ciencia que había detrás de las promesas de autorrealización,  crecimiento personal y mejora social, tanto en la teoría corno en la práctica, parecía comportarse más corno el brazo académico de la ideología neoliberal y del capitalismo de consumo que como la ciencia neutral y objetiva sobre el bienestar humano que afirmaba ser.

El tiempo parece haber demostrado que los escépticos y los críticos tenían razón: está claro que en la felicidad no es oro todo lo que reluce y, por lo tanto, deberíamos tornar esta ciencia y sus atractivas promesas con mucha precaución.

La pregunta que se plantea es si la felicidad es la meta más importante a la que todos deberíamos aspirar. Tal vez sea así. Pero si atendemos a lo que los científicos de la felicidad proponen a este respecto, entonces convendría pensarlo dos veces. Este no es un libro contra la felicidad, sino contra la visión reduccionista de la «buena vida» que la denominada ciencia de la felicidad predica y que cada vez está más extendida.

Ayudar a la gente a sentirse mejor es una intención encomiable, ni qué decir tiene. Pero a la luz de lo que esta ciencia propone, no queda más remedio que afirmar que en su aproximación a la felicidad humana,., no es oro todo lo que reluce.

Ahora bien, luego de asimilar las distintas posturas sobre el tema, podríamos considerar que la felicidad personal y la felicidad colectiva (que nos achacan con tanta generosidad) puede ser una ilusión, o quizá otro instrumento más de manipulación social. Cada quien tiene que reflexionar sobre ello y llegar a sus propias conclusiones.

(*) Alfonso J. Palacios Echverría

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