lunes 6, mayo 2024
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La vía cronológica para comprender el conflicto en Tierra Santa (y verlo de otro modo)

En este artículo se transcribe el epílogo del libro La vía cronológica, publicado en 2020, en el que se presenta el significado de la Tierra Santa de otro modo, donde las tres grandes religiones que aspiran a apropiarse de ella son, en realidad, herederas de un mismo pueblo original que se implantó allí hará pocos siglos. En su trasfondo se presenta al conflicto árabe-israelí como una tragedia derivada de una lucha simbólica manipulada por la historia oficial, que la ha dotado de un poder exageradamente legendario (y divino) que conduce a un pulso irracional por su dominio. Pero también se presenta como una bella forma de entenderla, porque es capaz de despertar a las religiones y mostrarles su gran humanidad, sobre la cual es posible levantar un nuevo templo, más consciente de la realidad.

El epílogo:

Este libro tiene todos los ingredientes de una tragedia, pero a su vez es bello. Es trágico porque, en base a una trama estructural, se construye una historia que acaba por destruirse a sí misma. Y es bello porque tras esta destrucción aparece otra cosmovisión. La belleza, tras la tragedia que representa darse cuenta de ello, reside en su capacidad de ampliar nuestra consciencia. A su vez, es eminentemente trágico porque esconde la lógica de un gran sacrificio, que ha conducido a sucesivos holocaustos, de un modo que nos interpela a todos, y sigue haciéndolo. Y es bello porque permite perfilar la idea de un gran templo, que la humanidad no ha cesado de desear, y que es posible reconstruir.

La tragedia

Desde el año 1959, en Israel se conmemora el Día de la Shoá, o Día de recuerdo del Holocausto. Casi medio siglo después, el 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas decide celebrar el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Se elige el día 27 de enero, en recuerdo de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, que tuvo lugar en esa fecha, del año 1945, por parte de las tropas rusas. Como se puede observar, desde múltiples conflictos sin resolver o mal resueltos, las heridas que ha ocasionado la historia de la “lucha de Dios” se están cicatrizando, pero todavía queda mucho recorrido hasta comprender la magnitud de la tragedia y poder, de este modo, repararlas.

La tragedia es mucho mayor de lo que el sentido común refleja, debido (en gran medida) a la manipulación de la historia de los pueblos originarios. Es decir, de los textos sagrados y de la historia oficial que los ubica en un pasado mítico, irreal. Y, toda esta gran distorsión impacta, directamente, en las raíces de los poderes de Oriente Medio, de Europa y del judaísmo, el cristianismo y el islam. Nada es lo que parece, hasta límites insospechables, cuando se reconstruye la verdadera historia que hay detrás. Y en esta historia no hay buenos ni malos, sencillamente hay una gran humanidad, más trágica, cruel e impactante, a la vez que racional (…).

La idea de fondo de la historia sagrada, vista desde el cristianismo, es que primero existe un Dios egipcio; luego es israelita; y luego es cristiano, donde otros muchos dioses, profetas y cismas internos se han debido sacrificar. Y parece que éste es el deseo de Dios, que cambia de opinión y deja varias versiones de sí mismo entre la humanidad a medida que evoluciona el orden simbólico que se crea a su alrededor. Pero solo lo parece. En realidad, siempre es la misma idea, que cambia a medida que lo hace la cosmovisión dominante. Dios es el poder, y el sacrificio que se requiere para darle autoridad es su mutación. Es así de simple, si bien es a su vez sumamente complejo.

Aquello que pasa más desapercibido es que en su honor se ha creado una fantasía histórica, y esta gran obra “divinizada” es la causa de la dilatación de la historia. Porque el ser humano ha deseado que así sea, para darle la máxima autoridad, originándolo en una supuesta “creación”. Siempre es (aparentemente) mucho mejor que asimilarlo a un Gran Kan batallador, aunque ondee una bandera con una cruz y difunda la autoridad de Dios, erigiéndose como profeta o portavoz.

Creando dioses y creaciones divinas se ha conseguido (ciertamente) satisfacer el sentido de la existencia humana. Pero, haciéndolo, nos hemos olvidado de quiénes somos, de dónde venimos, y a dónde vamos.

En cierto modo existe un Dios, que es una única idea, un todo, pero esta realidad es simbólica. Es humana y nos habla de la complejidad de la vida, en la cual se suma lo inteligible y lo que solo lo parece, donde el ser humano y sus comunidades son solo modos de ser entre otros muchos seres, existencias y/o fenómenos. Pero la historia sagrada ha construido otras realidades y, haciéndolo, ha creado varios dioses o cosmovisiones con distintos rostros del poder que atesoran, con distintas vocaciones, enalteciendo a la humanidad, que se asocia a Dios. La realidad, cuando es simbólica, muta y se distorsiona conforme deseamos verla, hasta llegar al punto de perder de vista qué es, y se convierte en una idea colectiva errónea y confusa que no permite evolucionar hacia una realidad más real.

Cristo y los numerosos profetas sagrados fueron la suma de varios emperadores egipcios, babilónicos, greco-romanos, judíos, tártaros y mongoles, con sus dioses, e Israel fue el proyecto global que sometió a Egipto, y se alineó con él, dándole continuidad. El pueblo judío fue protagonista, junto a Gengis Kan (…), y su identidad se forjó con este proyecto. Optó, según esta reconstrucción, por difundir una nueva cosmovisión, donde su tierra era el mundo entero. Pero, por un fatal destino, el texto sagrado de este episodio de la historia se alteró, dos veces, y, haciéndolo, se dejó al judaísmo sin tierra (se los hace provenientes de con un mítico reino con capital en Jerusalén), a la par que sin su historia reciente y con una religión que el cristianismo considera superada hace dos mil años. Esta adulteración ha dejado a esta comunidad incomprendida, y ha justificado su implacable estigmatización, con resultados nefastos, llegando al extremo del holocausto nazi. Ante esta situación, a diferencia del pueblo egipcio, que también ha sido víctima de esta gran manipulación (dos veces, pero se ha mantenido asociado a su tierra original), el judaísmo ha acabado por crear un Estado propio en el reino sagrado que la historia oficial ha construido para ellos. La idea original, materializada en el año 1948, era pacífica, y lógica según los textos sagrados, pero anómala en un sentido histórico. Más aún acorde con la línea X-185. Se ha creado un problema derivado de una gran manipulación, y, a su vez, ahora es el pueblo judío quien no reconoce la autoridad del pueblo palestino que, debido a esta gran manipulación, también ha perdido la conciencia de su pasado reciente y común. La historia oficial los ha alienado, a todos ellos, a judíos, cristianos, mahometanos (y mongoles), y ha creado la semilla de una cosecha que año tras año repite sus frutos amargos. Y esta dramática realidad se transcribe en la forma de los distintos barrios y símbolos que hoy en día dan forma a la ciudad santa de Jerusalén, donde se ha creado una convivencia tensa y a su vez impresionante, con la amenaza latente de conducir a trágicas consecuencias, que desde hace décadas asola tierras palestinas y participa de una inestabilidad que afecta a todo el Oriente Medio.

Pero el caso del Estado de Israel moderno no está aislado. Todos los pueblos han sufrido un daño irreparable en la medida que han olvidado sus raíces, si bien gran parte ha encontrado un territorio donde reconstruir su identidad. Pero muchos han sucumbido ante la opresión colonial, en África, América, Asia y Oceanía, y se han esparcido, mezclado o desaparecido. En este libro, se ha seguido el hilo judío, por su singular epopeya, en la que ha pasado de ser un pueblo “elegido” a otro “maldecido”, pero no es el único que ha sufrido, ni mucho menos. Existen otros, a los que se puede y se debe devolver su dignidad. Y, entre ellos, destaca uno que nos habla especialmente del pasado real, pero que todavía no ha encontrado una tierra en la que identificarse: el gitano. Y es singular, en la medida que ni siquiera tiene un libro “sagrado”, ni historia oficial, que le diga de dónde procede y por qué no tiene nación propia.

La belleza

La historia escrita ha dejado un relato que legitima varias ideas de la deidad y un mundo altamente insolidario, desigual e injusto, donde existen dioses guerreros y los ejércitos se inspiran en ellos. Por esta razón unos pueblos vencen porque se lo merecen y otros no, sin saber que esta forma de ver la justicia se basa en una idea maliciosa, que no es real. Y es sumamente perjudicial para aspirar a una reconciliación constructiva, consciente y voluntaria, que facilite la construcción de una realidad más amable y responsable.

Es necesario rehacer la historia, y saber lo que realmente ha ocurrido, y sigue ocurriendo, en esta según como absurda lucha por el control de la realidad histórica, para crear una realidad más racional. Ésta es la situación que se debe encarar, y para ello es imprescindible tomar conciencia de la importancia de esta vía cronológica.

Recuperar la maltrecha memoria de lo sucedido, y desmantelar los poderes que la han alterado, parece una empresa difícil. Se ha creado un capital simbólico de la historia altamente poderoso, que actúa como un fenómeno autónomo en el inconsciente colectivo ([1]). Y esta realidad no se debe menospreciar, en la medida que algunas mentes lo han identificado y lo han usado para fines ajenos a la búsqueda de la realidad. Pero el camino se puede recorrer marcha atrás, hasta volver al punto en que se comprende que todo es distinto y es posible volver a empezar. Se puede hacer gracias a las pistas que los templos sagrados han dejado escritas, en un inestimable ejercicio de honestidad simbólica y cronológica. Pero, sobre todo, gracias a las valiosas aportaciones de Isaac Newton, Nikolai Morozov, Robert Newton y Anatoly Fomenko, junto a Gleb Nosovskiy, que nos ayudan a dudar de la historia, y a valorar a quienes han avanzado en el conocimiento de la mente humana y sus fenómenos asociados (…).

A partir de la toma de conciencia de la historia natural humana, es posible recuperar la baraja con las cartas que han levantado el castillo de naipes de la historia oficial, y comenzar una nueva partida con otras reglas y nuevas piezas más idóneas con las que jugar, cuya finalidad es construir una vía cronológica alternativa que, como aquí se constata, permite comprenderlo (casi) todo. Es el camino hacia el templo de la conciencia global consciente de sí misma, en la cual todos somos parte de un todo del cual somos parte y, por ende, nos convierte en responsables de la totalidad. Solo de este modo se podrá poner freno al abuso del poder utilizando dioses, y a su tendencia compulsiva a crear falsas cosmovisiones a costa de la manipulación de las conciencias, y de la realidad, a través de una historia sumamente adulterada, para imponer su voluntad.

En las posibilidades que ofrece el potencial desarrollo de esta idea reside la belleza que inspira la publicación de este libro. Para empezar, permite comprender que tras la espada del Dios Yahvé hay un gran guerrero mongol, que luego se ha racionalizado transformándose en una idea; y que tras el Santo Sepulcro de Jerusalén existe un poder imperial, judío y mongol, que también es árabe, persa y mahometano. Y, esta idea, es tremendamente bella, porque (más allá de obligarnos a repensar la historia humana) asemeja a quienes creen en Dios y a quienes no, y humaniza a todas las religiones, permitiendo reforzar la lógica de una deidad más espiritual, enfocada a la paz y a la contemplación, libre de profetas idolatrados. Nos acerca a la unidad de conciencia a partir de la cual es posible crear un nuevo concepto de la realidad, más elevado. Y, por todo lo que representa, abre una poderosa puerta hacia una reconciliación entre Oriente y Occidente, y entre Israel y Palestina, histórica.

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El «reino de Israel» se creó en la tierra que será conocida como Palestina, que proviene de «Palas», una deidad de la sabiduría y de la guerra que honora el martirio de los héroes que liberaron a los pueblos entregándoles un solo Dios y liberándolos de su condición esclava. «Jerusalén» significa la «Paz Sagrada», «hieros» más «shalom», en honor a este episodio que cambiaria de raíz la historia y el devenir de la humanidad. Pero lo hizo hará pocos siglos en la forma que la historia oficial ha creado como el Reino de Jerusalén, del Santo Sepulcro, que la historia oficial atribuye a las cruzadas y al poder del Templo de Salomón. Y el Santo Sepulcro, antes de referirse a Cristo, lo hizo al rey David, tártaro y mongol, y a todos sus mártires. Mongol, como el poder que derivará en otomano y honora a Mahoma. No fue el rey Salomón bíblico quien levantó el primer templo en honor al rey David y el Arca de la Alianza, fue otro Salomón quien lo hizo, con la fuerza de la Orden del Templo de Salomón. Pero, debido al celo simbólico, al crear este  gran poder se manipuló la historia y, resultado de una serie de decisiones en las que la Roma italiana impuso su voluntad, se dilató artificialmente el pasado real para crear un poder eterno que acabó por desordenar los hechos, darle un significado distinto al original y confundir a los pueblos que lo protagonizaron.

[1] Son los memes culturales (Dawkins, 2000), los tópicos y las ideas que redundan en la mente colectiva y evolucionan tal como si de entes autónomas se tratase. Libro de Richard Dawkins, titulado El gen egoísta. Edición original en inglés, de 1976, titulada The Selfish Gene. Barcelona: Editorial Salvat, 2000.

(*) Andreu Marfull Pujadas, Profesor en Planificación y Geografía Urbana a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México.

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1 COMENTARIO

  1. Richard Hawkins hace lo in hacible para que su posición atea prevalezca, ha sido desmentido muchas veces, esa mezcla de verdades y mentiras es peor que la mentira o que la verdad.

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