miércoles 1, mayo 2024
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Releyendo a Fontana

En el Capítulo 18 de la obra de Josep Fontana, Por el Bien del
Imperio, se lee lo siguiente: el rasgo más destacado de la historia de
los primeros años del Siglo XXI ha sido la crisis económica que
comenzó en el verano del 2007 como un fenómeno local de los Estados
Unidos, pero que acabó afectando al mundo entero, dejando sin trabajo,
sin vivienda y sin recursos a millones de seres humanos, y condenando
al hambre a muchos millones más. Porque la crisis financiera no fué
más que una parte de la global, que iba a tener otra manifestación,
paralela en el tiempo, que afectó sobre todo a los países
subdesarrollados. En Junio del 2009 The Economist llamaba la atención
hacia el hecho de que, nueve meses después del colapso de Lehman
Brothers, se siguiese hablando de la crisis como un problema de
bancarrota y paro, olvidando que afectaba también, en los países
pobres, a millones de niños desnutridos y a mujeres anémicas.
No eran dos acontecimientos distintos, sino dos caras de una misma
crisis del capitalismo globalizado, cuyas consecuencias a largo plazo
son todavía imprevisibles.

Los orígenes de lo que sucedió en el 2008 habría que buscarlos en el
cambio del modelo económico que se inició en los Estados Unidos en la
década de 1970, cuando se abandonó la preocupación por el pleno empleo
y se rompió la relación estricta entre la mejora de la productividad y
los salarios, que estimulaba el crecimiento de la producción por la
vía del aumento de la demanda de bienes de consumo. El nuevo modelo
reemplazó este mecanismo por la expansión del crédito, mientras, en
nombre de la necesidad de controlar la inflación, se limitaba el alza
de los salarios, se combatía a los sindicatos y se desmantelaban las
protecciones a los trabajadores.

Entre 1976 y 2007, al propio tiempo que crecía la parte de los
ingresos totales que percibían los más ricos, el salario medio por una
hora de trabajo, ajustado a la inflación, disminuía en más de un 7%.
Puede ser que muchos no se acuerden de la gran crisis de las
hipotecas, pero a los que estamos a las puertas de esa otra dimensión
en que ninguna de estas cosas tiene importancia alguna, si nos
acordamos perfectamente. Los Estados Unidos, en vez de atender a los
afectados, a los ciudadanos, estableció un programa que escandalizó a
muchos por la forma en que se iba a ayudar a las empresas, sin
contrapartidas para el Estado, (Stiglitz lo calificó como el gran
atraco norteamericano, un producto del soborno y la corrupción), en lo
que parecía un intento de rescatar instituciones privadas de las
consecuencias de su locura especulativa, sin una garantía de que les
impidiera seguir con la misma conducta en el futuro.

Y es así como, los Senadores que aprobaron este plan escandaloso, se
negaron a dar subsidio alguno a por lo menos 800,00 0 norteamericanos
sin trabajo. Mucho menos, atender a los afectados por las
especulaciones inmorales de las empresas, en el sentido de ayudar a
los millones que se quedarían sin sus viviendas… lo importante era
salvar las empresas, aunque fueran las culpables del desastre causado
por ellas mismas.

Para salvar a los bancos especuladores, señala Fontana, el lado humano
del drama que se manifestó inicialmente en el aumento del paro, se
acrecentó a medida que las familias que no podían seguir pagando sus
hipotecas eran expulsadas de sus casas. En el otoño del 2010 6.2
millones de familias norteamericanas habían perdido sus hogares.

Este es un ejemplo clarísimo de la mentalidad de los que gobiernan el
imperio norteamericano, no importa si son demócratas o republicanos,
en el sentido de que lo que importa es siempre atender las necesidades
de los poderosos, para que no sufran las consecuencia de sus malas
decisiones y errores, algunos hasta delictivos, y olvidarse de los
ciudadanos comunes y corrientes.

He querido traer este ejemplo histórico en este momento, para
trasponer a la actual situación en que se encuentra envuelto con las
crisis de Ucrania y de Israel, en donde clarísimamente se puede
observar de qué forma y manera otros intereses espurios, ajenos a las
causas de las crisis mismas, se anteponen sin importar si como
consecuencia de ello pierden la vida decenas de miles de personas y se
destruyen las infraestructuras de los afectados.

Lo más escandaloso es lo que el presidente Biden anunció hace pocas
horas: la propuesta al Congreso de presupuestar más de cien millones
de dólares para dar armas a Ucrania, ayudar a Israel (que no lo
necesita para nada) y que en realidad es, ni más ni menos, una
inyección para sostener la industria armamentística norteamericana. El
negocio de la fabricación y venta de armas en los Estados Unidos es
mayor que el del trasiego de drogas, y existen importantes intereses
políticos detrás de ello.

Recordemos que el imperio, con el ejército y los armamentos más
grandes del planeta, no ha ganado ni una sola guerra en al menos
setenta años o más, y eso no importa realmente, lo que sí importa es
que continúe el negocio. Y si para ello es necesario provocar, alentar
y sostener otras guerras, directa o indirectamente, pues que siga la
fiesta de muerte y destrucción.

Nada ha cambiado, como puede apreciarse de inmediato. Siguen haciendo
de las suyas: negocios y más negocios sin importar el sufrimiento, y
los ciudadanos norteamericanos, estupidizados por los medios de
comunicación, no protestan por ello.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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