lunes 29, abril 2024
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Los libros, los lectores y los libreros

No puedo dejar de leer, es como respirar, aunque fenómeno inconsciente es a la vez necesario. Yo escribo pero no publico, quizá porque como celoso protector de mis libros en formato digital, no quiero que se manchen ni se marchen, soy si se quiere como la gallina con los pollitos. Estaba leyendo un libro de Saramago, fue el que más me costó conseguir, pero me lo trajeron de Lisboa, de la librería Bertrand: la librería más antigua del mundo. Los editores y los libreros son una verdadera plaga, desde que te ven acercarse se frotan las manos, se llena su rostro de amabilidad y la zalamería les llena la boca de palabras. Los editores te colocan en la contraportada (y en otras parte) alabanzas acerca del libro que te quieren vender y acerca del escritor, por oscuro que éste sea te lo llenan de luz y resplandor.

El lector, yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos, qué más nos queda, es como el adicto que toma la piedra y la ve como el único camino al nirvana, lo enciende en la lata de aluminio y lo absorbe hasta la última partícula.

Somos presa fácil de los editores y los libreros, la mayoría de ellos no lee nada más que las facturas, miden la importancia de los libros por el volumen de venta, que sea un buen libro o no lo sea, no viene al caso, eso es aparte.

Me he tomado el tiempo con disimulo, para estudiar los lectores en las librerías, ahí si es una fauna inmensa, los que entran con cautela y le huyen al vendedor cuyo único fin es vender, el manso de corazón que corre sobre Cohelo, Isabel A., Harry P.; los que se entusiasman en Lovecraft y Poe, las niñas adolescentes que suspiran por Jane Austen, el hombre que toma con disimulo a Lolita y como quien no quiere la cosa, lo toma con la portada hacia adentro, mientras llega a la caja, la señora que pasa sus uñas rojo bermellón en dedos hartos de alhaja, tocando los sueños que le negaron en su casa: posiblemente su mamá leía a Corin Tellado, o quizá a Ágatha, su marido se la pasa leyendo a Stefan Zweig, a ella ni una señal de cariño, entonces le queda Flaubert como refugio. La lista es infinita, el señor del departamento de cobros de la caja que al fin, se decide por Desertando su gigante interior, el tímido abogado que espera encontrar en Arthur C. Doyle, el apoyo para sus casos penales.

Mucha de mi pasión bibliófila está en esas peregrinaciones, cada vez más frecuentes, a las librerías para estudiar el comportamiento del lector.

Cuando hoy, mirando el sello de un tímido color negro desteñido: Bertrand Livreiros, se me ocurrió exorcizar ese tormento y atormentar a quien me lea.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es médico.

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