lunes 29, abril 2024
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La cocina tica

“Aún no está ocurriendo lo peor, cuando uno dice: esto es lo peor”. El Rey Lear (Shakespeare)
No, no es un error, es un símil que funcione como parámetro. Cada país tiene sus costumbres y tiene sus respuestas y tiene sus recetas. Venimos hablando de país en quiebra hace aproximadamente quince años: clamando en el desierto, desde luego a sabiendas, he escrito en diversos medios sobre nuestros problemas familiares: las deudas. La enorme deuda pública, prácticamente inmanejable y voraz, por otro lado la crítica deuda privada de miles de costarricenses, dolorosa y peligrosa.
Don Carlos Alvarado nos ha regalado con una receta, muy bonita en su letra, no obstante la pregunta sería: ¿es viable? No soy técnico en la materia, pero pese a mostrar un cierto atractivo, al menos dejarle un poco más de liquidez a estas miles de acongojadas familias, cuyas penurias nos afectan a todos de una u otra manera.
Cuando comenzó el boom de las tarjetas de crédito, dadas a manos llenas y mostrándonos el verdadero rostro de los emisores, se veía venir el problema, en muchos casos el destinatario de las tarjetas, generalmente un empleado público, tenía de tres a cinco de ellas, lo que le mareaba convirtiéndole en un personaje digno de atención, emparejado venía el caudal de gollerías prohijadas por algunos de nuestros flamantes últimos cuatro presidentes: Abel, Oscar, Laura y Luis Guillermo. ¿Por qué estos expresidentes? Porque lo que no es nuestro lo hacemos fiesta. Se convirtió en un matrimonio simbiótico, que buscaba aturdirse en el mundo del consumo febril, que tocaba a nuestras costas por vez primera, gracias a las baratijas chinas, que llegaron a raudales y crearon un espejismo, una telaraña de la cual “terminamos siendo araña y mosca”.
Es muy fresco el recuerdo de nuestro mundo anterior, el verdadero paraíso perdido, la Costa Rica de los blue jeans “zee”, camisas “Manhattan”, zapatos “Calderón”, pantalones “yans”y tenis “bilsa”.
El auge de las ensambladoras de vehículos del macho Carazo, y hasta el pick up “el amigo”(diseñado por un tío mío). Éramos felices viendo películas mexicanas y tomando ginebra extra concha con Limón y Squirt, bailando con los Hicsos, Abracadabra y Gabiota. Nos tomábamos un taxi y nos íbamos al gran parqueo a destrozar la pista, entre traguitos y chicharrón, el whisky cuyo precio era prohibitivo, fue elaborado chambonamente por la fábrica.
Éramos felices, cuando había un sobre giro de dinero, se viajaba a San Andrés de paseo y a David en Panama a consumir lo que tenía Romero: de paso había demasiadas cosas hechas en EEUU, yo después de estar en Estados Unidos, volví a conseguir zapatos Florsheim en Romero, en Costa Rica no había. En esa ciudad los comerciantes panameños, recibían colones e incluso hubo una sucursal bancaria de Costa Rica en el centro, pero el Colón era de curso legal en David.
Apenas coqueteábamos con el consumo, la lluvia de electrodomésticos que saldría de la frontera sur empezaría el vicio por comprar lo innecesario. Ya después llegó el liberalismo económico de Milton Friedman, que arrasaría con lo poco que quedaba.
Hizo su aparición en escena el consumo de bienes hechos en China que, en las propias palabras del flamante presidente de la FED, Alan Greenspan, era una alternativa para que los estadounidenses pudieran comprar a precios más bajos, los elevados salarios y otros hierbas que devengaban los ciudadanos americanos, hacían imposible competir con lo hecho en el extranjero, ya con la China sería el acabose.
Aquí empezamos a sentir los embates del consumo masivo en la década de los noventa, cuando las filas para solicitar un celular al ICE eran infinitas, los tiempos de espera con suerte, rondaban los seis meses y las llamadas eran cobradas en ambas direcciones, la que se hacía y la que se recibía.
Ya el resto es historia y parte inseparable de nuestra costarriqueñeidad, se dejó de asistir a los turnos de pueblo, para llenar los centros comerciales, no había día sin clientes, luego los domingos era prácticamente imposible caminar sin pisar o ser pisado por otra alma atareada: las escaleras eléctricas, tanto la que subía como la que bajaba, pletóricas de gente, emulaban perfectamente el purgatorio del Dante: éramos ánimas en penas.
Ahora, cuando el presidente Alvarado empieza a querer sanear las finanzas públicas, de la mano de doña Rocío Aguilar, esa mujer de apariencia frágil pero con voluntad de hierro, se encuentra con muchísimos entuertos dormidos bajo los derruidos puentes de la sociedad, se encuentra el elevado riesgo de parálisis total de la economía, con la amenaza de despidos masivos del sector privado, porque el costarricense promedio ya no puede gastar.
Los bancos tienen enormes sumas de colones en sus bóvedas y será un mejor negocio prestarlo en condiciones viables que dejarlos deteriorar por el moho. Es aquí cuando nace la “receta mágica”, el financiamiento de los miles de endeudados empleados y hogares costarricenses.
Este planteamiento trae aparejado, una posibilidad de que haya dinero para hacer frente a las necesidades básicas de los hogares. Por otro lado, los comerciantes ven en lontananza un nuevo cliente: el comprador en efectivo, porque al no poder endeudarse de nuevo el cliente, utilizará dinero en efectivo para sus gastos y ese dinero “no podrá tener trazabilidad”, eso crea el riesgo de evasión en un país que busca con afán la recaudación fiscal adecuada.
No sabemos qué sucederá, quizá tendremos que parodiar a Shakespeare en El Rey Lear:
“Aún no está ocurriendo lo peor, cuando uno dice: esto es lo peor”. El Rey Lear (Shakespeare)
Ya veremos si el vaticinio mío, de vender las joyas de la abuela se hace realidad por necesidad, ¿será todo esto un conjuro mágico del liberalismo económico para sacarnos para siempre el “Ogro filantrópico de Daniel Oduber”? Puede ser.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es médico

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