viernes 26, abril 2024
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Cabaretera

¿Habrá desaparecido la cabaretera de nuestros escenarios? No lo sé, no salgo después de las seis de la tarde, porque me resfrío y porque mi esposa no me deja. Me crié en un pueblo, equidistante de San José, Puntarenas y San Carlos, era prácticamente el lugar obligado de paso y de comida y servicios sanitarios, los sancarleños le llamaban el orinal de San Carlos, con justa razón. Tenía un par de salones de baile y varias cantinas, era un buen lugar para criar hijos, decía mi padre.

Las fiestas perennes eran en San José, las veraniegas en Puntarenas y San Carlos (Villa Quesada) el puerto sin mar, como el de Sabinas. Entre los jóvenes de mi época, los tres lugares eran lejanos, aunque algunos tenían el carro de papá, el viaje por esas carretera hechas medio siglo atrás para carretas, no eran buenas, el viaje a cualquiera de esos destinos rondaba las tres horas.

Conocí la vida de cabaret a los quince años, apadrinado por amigos mayores, ahí comencé a conocer qué era y cómo era una cabaretera: en San José: El Maragato, El Sustinente, El Flamboyán, La Terraza Oriental y La Filial del Herediano. En Puntarenas El Pliquiti, luego vendrían A la deriva y más caros Las Cabinas Orlando, aunque estos no eran realmente cabarés, eran el lugar obligado de los jóvenes que llegaban a buscar jóvenes mujeres de veraneo que venían desde San José. Nombro solo algunos, porque en todos los pueblos había salones de baile, pero no eran cabarés.

Las cabareteras no eran prostitutas, eran mujeres que atendían a los clientes, bailaban y tomaban con los hombres, buscadores de aventuras, aunque algunas ejercían la prostitución, no eran la regla, la mayoría eran mujeres que por muy diferentes razones, necesitaban ganarse un poco de dinero, muchas madres solteras en una época en que las instituciones de ayuda social, eran la excepción.

Tuve la suerte de conocer ese ambiente aquí en mi patria y posteriormente en Broadway New York y en Guadalajara, donde asistí a la escuela de medicina. Poco más o menos, la cosa era igual, tomar unos tragos y bailar, buscar como paliar la soledad, porque en esos años las novias existían en una especie de pedestal, entonces se buscaba en otros brazos el amor de ocasión.

Leí en este estos días un libro de Ernesto Sabato, acerca del tango, lo busqué por más de cinco décadas, un amigo me lo mostró pero no me lo prestó, me lo trajeron de Buenos Aires. Durante su lectura, decidí poner en letras el origen de nuestros cabarés, lugar de diferentes sones, la mayoría de Mexico, Ecuador y Perú, se sumaron con los años los sones habaneros, dominicanos y colombianos, pero la base eran los ritmos de Julio Jaramillo, Olimpo Cardenas, Daniel Santos, y muchos otros astros.

Aunque la historia del tango va unida a las inmensas olas migratorias de europeos a la ciudad de Buenos Aires, en nuestro caso hasta la llegada de Gilberto Hernández, Otto Vargas, el Pibe Haine, con la música más alegre, Paco Navarrete, Solon Sirias, los Hicsos, la banda, muchos otros artistas costarricenses, había sido música de importación lo que sonaba y causaba ensoñación en esos lugares.

Terminando la década de los setenta, se adueñó de este mercado el negocio de las discotecas, que era en realidad un cambio de paradigma, ya iban muchachas y muchachos a bailar, no era necesario comprar ese amor de una noche. Las mujeres de cabaré se fueron envejeciendo y desaparecieron, ya el mundo de la música era otro.

Después llegó ese martirizante son conocido como Raegueton y Raegue, que expulsaron a las generaciones anteriores, centrándose en ciertos grupos, se puso de moda bailar todos contra todos, algo inimaginable en la era de los cabarés y las cabareteras.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es Médico

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