Construir un camino diferente, de forma soberana en el marco de la cooperación entre países y la búsqueda de un modelo de desarrollo propio, tomando como referencia las peculiaridades de cada pueblo, es el imperativo de la nueva era multipolar. China y Rusia son los pioneros indiscutibles y quienes lideran la transición del mundo hacia esta nueva realidad y orden internacional. Tanto el nuevo concepto de política exterior de Rusia, como la Iniciativa para la civilización global presentada por China el pasado mes de marzo, son muestras inequívocas de la ruptura con la visión de unipolaridad multilateral de occidente, los viejos paradigmas de las relaciones internacionales, así como con la forma de comprender el mundo, el desarrollo y el futuro de la humanidad.
Hablar de Rusia y China como estados-civilización en la era multipolar, implica entender que hay estados que van más allá del clásico estado-nación westfaliano, esto quiere decir, que al ser estados civilizados, con su propia cultura, tradición y sistema, no pueden de ninguna manera ser comparados con otros, ni con otras culturas de la forma como lo ha hecho históricamente occidente, y lo sigue haciendo, para discriminar según sus propios criterios y decidir unilateralmente quién es bárbaro y quien no. Eso lo hemos vivido desde hace siglos en América Latina y el Caribe, es algo que no nos tienen que contar, porque lo experimentamos a diario y ha sido parte de ese dominio y política de poder occidentales.
Una civilización comparte una cosmovisión en medio de la diversidad étnica que pueda existir en los territorios que la conforman; puede ser integrada por varios sistemas culturales y naciones que comparten esa cosmovisión particular y tradicional. Por eso, el estado-nación clásico es la antítesis del estado-civilización, mientras el primero habla de uniformidad, igualdad y competencia, el segundo es algo mucho más amplio, profundo e integral que implica la unión, así como una mirada compartida en el respeto y reconocimiento a la verdadera pluralidad que da vida al mundo. Una civilización no puede ser parte de otra civilización, ni imponer sus valores, creencias y demás a otras, deben tratarse en el marco del respeto, cada estado-civilización en un centro de atracción geopolítico cultural y comercial con su propia visión del mundo e intereses. Aquí no debe haber espacio para visiones supremacistas de ningún tipo.
Estos son pilares de esa nueva perspectiva del orden internacional que trae consigo la multipolaridad, que, dicho sea de paso, es la que realmente irrita a la civilización occidental, porque no quiere tener que lidiar con otras, dialogar en igualdad de condiciones, ni ceder en nada que ponga en riesgo su cada vez más diezmada hegemonía global.
¿Cómo pensar Centroamérica en ese nuevo contexto global?
Nuestra región se encuentra en medio de esta transición global de las relaciones internacionales. Por nuestra ubicación geográfica y las fuerzas externas que ejercen presión sobre nosotros, nos encontramos en una encrucijada que nos quiere poner a elegir una vez más entre occidente u oriente, como en tiempos de guerra fría. Grave error si nos casamos solo con uno u otro bando en este nuevo contexto multipolar. Somos parte del gran Sur Global, algo muy concreto que nos une y hace compartir historia con el resto de los pueblos subyugados por siglos de colonialismo y hegemonía occidentales. Es tiempo de recuperar nuestro ser propio y soberano, una voz independiente con fuerza para rechazar vehementemente cualquier presión que desde afuera se nos quiera volver a imponer como en épocas pasadas.
Centroamérica es un subsistema de una civilización más grande que es América Latina y el Caribe. Así debemos vernos y pensarnos, como un gran sistema con vida propia, dignidad, ideas, conocimientos, experiencias únicas y cosmovisiones. Con propuestas propias para contribuir con el mejoramiento de la calidad de vida de la humanidad y, sobre todo, del ambiente y el proceso destructivo al cual se ve sometido con nuestro modo de vida insostenible de sobreexplotación y consumo irracional.
Tenemos propuestas civilizatorias que hablan del buen vivir, de una comprensión diferente de la vida que incluye el respeto por la naturaleza y todos los seres vivos no humanos que componen el sistema tierra que habitamos, así como una perspectiva temporal tradicional que rompe con la linealidad del tiempo impuesta por la modernidad. Contamos con cosmovisiones ancestrales llenas de sabiduría para enfrentar la crisis del mundo moderno y crear un nuevo camino de respeto a la vida en todas sus formas. Podemos buscar en nuestras raíces cómo crear nuevos vínculos comunitarios de visión compartida para el futuro y tenemos nuestra propia filosofía.
Filósofos latinoamericanos como Leopoldo Zea lo expresaron con claridad desde el siglo pasado, al reflexionar sobre la importancia de una filosofía propia para cada civilización que no puede de ninguna manera compararse con otras, porque no solo responden a realidades histórico políticas diferentes, sino a visiones del mundo y necesidades distintas. Decía Zea que: “la posibilidad de una filosofía asiática, africana o latinoamericana está encaminada a esta desajenación de un mundo al cual pertenecen (estas civilizaciones), pero en el cual no pueden seguir teniendo el papel de instrumentos, de subordinados…los asiáticos, los africanos y los latinoamericanos quieren saber cuál es su puesto en esa humanidad que la expansión occidental, a pesar suyo, ha originado. De aquí las preguntas por una filosofía asiática, africana y latinoamericana, cada uno por su lado…y de aquí también una vez más la pregunta por el ser de los hombres que forman estos pueblos, por su lugar en el cosmos creado por la filosofía occidental”.
Este profundo llamado al despertar de la conciencia de nuestros pueblos que hace Zea exige pensar a Centroamérica en el actual contexto multipolar como parte de la civilización latinoamericana y caribeña. Nos motiva a volver a nuestro ser ahí, o lo que desde Centroamérica podemos llamar nuestras raíces auténticas, donde se encuentra nuestra historia, identidad y todo aquel aspecto realmente constructivo del pasado que ha permitido a cada uno de los países centroamericanos tener una visión propia del mundo y sobrevivir independientes hasta el día de hoy, con todo y los problemas que podamos tener a cuestas. En toda esta sabiduría tradicional subyacen grandes respuestas a muchas de las interrogantes de nuestros días y hoy vuelven a ser posibilidades reales para nuestros pueblos gracias al advenimiento y pronta consolidación de la nueva era multipolar.
(*) Mauricio Ramírez Núñez, Académico.